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Memoria personal

En aquella España timorata que acababa de estrenar elecciones generales, las ganadas por un tinglado capitaneado por aquel alférez de complemento que parecía resultarnos Adolfo Suárez, el psiquiatra Carlos Castilla del Pino publicó una obra que tituló 'Discurso de Onofre', nombre que destila connotaciones tan entrañables en mi vida. A manera de proclama, el texto partía de una premisa que subrayaba, cual metáfora, que todos somos unos mierdas. Un médico rural se suicida en un pueblo andaluz y deja como legado un texto donde denuncia la hipocresía, el odio y la represión con la que convivió.

Corría el año 1977 cuando, a trazos autobiográficos, el autor nos desveló desde una pretendida ficción, algunos detalles rayanos en su propio existir. Años después publicaría su autobiografía oficial, 'Pretérito imperfecto' -mantenía que todos tenemos una conocida y otra secreta “y una no es menos real que la otra”- en la que enumeraba un pasado personal e histórico, ambos imperfectos, decía, porque cualquier tiempo pasado fue peor. A ese respecto, recuerdo una reflexión de su colega, Luis Rojas Marcos, sobre aquellos que sostienen lo contrario, y que para desmontarla, argumentaba, bastaría con preguntarles si les hubiese gustado nacer hace cien años.

Carlos Castilla del Pino murió en 2009 a los 87 años y lo hizo tras una azarosa y convulsa vida. Contaba que con apenas 13 años vivió el trauma que le supuso la Guerra Civil, en cuyos albores tuvo que recoger en plena la calle los cuerpos de familiares suyos que fueron fusilados, ayudando a darles descanso en la tierra. Sin embargo, para él, también la derrota tenía su grandeza. Además, Castilla del Pino sobrevivió a cinco de sus siete hijos, muertos todos ellos en circunstancias traumáticas. Reconoció que sus hijos y él se fueron convirtiendo en extraños, que hablar empeoraba las cosas y que, aunque el silencio pesaba mucho, su salvación fue el trabajo. Conocerse a uno mismo es una cuestión de valor, solía decir. Y ahondando aun, explicaba que él sabía más de Anna Karenina, por León Tólstoi, que de su propia mujer.

Políticamente perteneció al PCE, si bien nunca entendió episodios lacerantes del comunismo como el papel de la URSS o la Cuba castrista. Con todo, lo apodaron 'el psiquiatra rojo'. En 1996 apoyó a Felipe González, pero firmó un escrito contra la presencia de José Barrionuevo en las listas del PSOE a resultas del GAL. Ni en política ni en medicina quiso estar muy alineado. Por eso denunció que la 'psiquiatrización' de la sociedad en gran parte estaba promovida por la industria farmacéutica. Era miembro de la Real Academia Española. Lo nominaron hasta cuatro veces a los premios Príncipe de Asturias. Había nacido en San Roque, en Cádiz, en 1922. Fijó su última residencia en la localidad cordobesa de Castro del Río. Fue incinerado tras celebrarse un funeral civil. En 1998, durante una conferencia sobre José Luis López Aranguren, dejó dicho que “si algo queda de alguien en cada uno de nosotros, su sitio, valga la expresión, es nuestra memoria personal”. Esa sobre la que decía Cortázar que trabaja por su cuenta, que nos ayuda engañándonos o, quizá, nos engaña para ayudarnos.

En aquella España timorata que acababa de estrenar elecciones generales, las ganadas por un tinglado capitaneado por aquel alférez de complemento que parecía resultarnos Adolfo Suárez, el psiquiatra Carlos Castilla del Pino publicó una obra que tituló 'Discurso de Onofre', nombre que destila connotaciones tan entrañables en mi vida. A manera de proclama, el texto partía de una premisa que subrayaba, cual metáfora, que todos somos unos mierdas. Un médico rural se suicida en un pueblo andaluz y deja como legado un texto donde denuncia la hipocresía, el odio y la represión con la que convivió.

Corría el año 1977 cuando, a trazos autobiográficos, el autor nos desveló desde una pretendida ficción, algunos detalles rayanos en su propio existir. Años después publicaría su autobiografía oficial, 'Pretérito imperfecto' -mantenía que todos tenemos una conocida y otra secreta “y una no es menos real que la otra”- en la que enumeraba un pasado personal e histórico, ambos imperfectos, decía, porque cualquier tiempo pasado fue peor. A ese respecto, recuerdo una reflexión de su colega, Luis Rojas Marcos, sobre aquellos que sostienen lo contrario, y que para desmontarla, argumentaba, bastaría con preguntarles si les hubiese gustado nacer hace cien años.