Como cualquier lobby, el sector cinegético de este país se abre paso a codazos repitiendo como mantras una serie de consignas que no aguantan una argumentación mínimamente sólida. Algunas son ridículas. Otras, de un cinismo atroz. Y lo peor: todas son falsas.
Una de las defensas más cacareadas de la caza se basa en que sirve para reavivar económicamente el mundo rural. La realidad es que, a febrero de 2024, no existe ni un solo informe riguroso que apoye esta afirmación. Sirve una sola pregunta para desmontar semejante patraña: si la caza es la solución a los problemas del mundo rural, ¿por qué existen esos mismos problemas del mundo rural cuando el sector cinegético campa allí a sus anchas? Dejando de lado el clasismo que suele trufar este mundillo, veríamos que si se computaran todos los gastos que esta actividad genera al sector público y al privado, los números…no saldrían.
Los ecologistas llevan décadas diciéndolo: la caza es una actividad que, además de buscar solo su propio beneficio y supervivencia, no genera más que abandono, muerte y maltrato animal. Económicamente, molesta al mundo rural más que otra cosa, ya que impide que se desarrollen en plenitud alternativas de turismo más ecológicas, como el patrimonial –clama al cielo el desprecio de la mayoría de cazadores a los espacios protegidos-, el gastronómico, el de observación o el de aventura. Además, contamina el mundo rural. Ahí están las pilas de munición y cartuchos que salpican nuestros montes después de cada temporada de caza. Munición en su mayoría de plomo, recordemos, un metal pesado especialmente lesivo para el sistema nervioso y que pasa a la cadena trófica una vez que queda en el terreno.
La caza ocupa extensísimas porciones de campo que podrían usarse para la ganadería extensiva. Estos ganaderos son otros de los grandes perjudicados por el sector. Además de ver cómo la actividad fomenta la proliferación de enfermedades que afectan frecuentemente a su ganado y que les originan agujeros económicos, se suelen ver privados del uso libre de caminos y vías pecuarias. Los cazadores tienen mil trucos: barreras físicas, carteles, sensores, guardias o cámaras. Algunos tampoco hacen ascos a una buena amenaza escopeta en mano.
Otra mentira: la caza sirve para controlar el equilibrio de especies en la naturaleza. Nada más lejos de la realidad. Los ecosistemas nunca han necesitado a un señor con gorra y escopeta para equilibrarse. La caza elimina sistemáticamente predadores, que operan como elementos de control. Además, fomenta el declive de animales considerados de caza menor como el conejo, la perdiz, la codorniz o la tórtola europea. Por si fuera poco, es una práctica habitual la suelta de especies alóctonas que compiten con las autóctonas por el sustento.
Por si fuera poco, la caza provoca un abandono descontrolado de perros. Llegados a este punto me veo obligada a recordar que una enmienda del PSOE evitó que estos animales fueran protegidos por la Ley de Bienestar Animal que Podemos impulsó en diciembre de 2022. Una norma, hagamos memoria, pionera a la hora de garantizar el cuidado y bienestar de los animales. Habrá que preguntarle al PSOE qué tiene en contra de los perros dedicados a la caza. O, quizá, sin querer yo ser malpensada, qué negocios se trae con el sector cinegético. En Podemos, por nuestra parte, seguiremos trabajando por los derechos y la dignidad de todos los animales.
Un ejemplo paradigmático del cacao mental de los gobiernos del PP con la gestión del medio ambiente y la caza lo tenemos en Murcia. En junio de 2023, el Gobierno regional soltó en la comunidad ocho linces ibéricos. Un López Miras extasiado posó en todos los perfiles posibles junto a los animales y se erigió como uno de los grandes valedores de la recuperación del lince ibérico. Se le saltaban a una las lágrimas.
Todo era una pantomima. El Ejecutivo regional no había planificado lo más mínimo la adaptación de los animales al territorio. En diciembre, cinco de los ocho habían muerto. Uno desapareció. Otro murió al comer plástico, otro en una pelea. A otro lo atropellaron. El último recibió un disparo letal. Una mente malpensada diría que al presidente le interesaba más la foto que echarle un rato a elaborar un Plan de Recuperación del Lince en la Región de Murcia. Dicho plan debería atravesar, entre otros, la influencia del sector cinegético. Sanciones, educación ambiental y regulación de los conflictos que, evidentemente, surgirían entre la caza y la adaptación del lince. Y digo evidentemente porque, pese a que el número de licencias de caza no deja de caer, las extensiones de terreno que explotan siguen siendo ingentes. Y resulta casi imposible soltar un lince en una zona que tenga la suficiente extensión como para que el animal se adecúe y en el que no se desarrolle actividad cinegética. Los ecologistas lo venían a resumir en una frase: López Miras suelta un lince en un terreno en el que se puede cazar y en el que a pocos kilómetros hay una autovía. Nefasto.
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