Lo que se temía desde hace años ha llegado: después de especular con el precio de los alimentos, ahora le ha llegado el turno al agua como “mercancía” que cotiza en bolsa, en la Bolsa de Wall Street, concretamente, aunque lo que se nos dice es que lo que cotizan son los derechos de uso del agua en el futuro, no el agua en sí. Nos aseguran que así se controlarán los precios en épocas de sequía, evitando que se disparen. Algo de lo que me permito dudar.
Sin conocer de cerca los intríngulis de las inversiones bursátiles, esta incorporación del agua a los mercados puede significar que los derechos de uso del líquido elemento se paguen al mejor postor, que suelen ser grandes empresas y fondos de inversión dedicadas a la agricultura o al embotellado de agua para su posterior comercialización. Si analizamos lo ocurrido con la especulación con productos alimenticios a partir de 2008, podemos comprobar cómo ésta dio lugar al acaparamiento de tierras, influyendo en los precios de esas tierras y dando como resultado el aumento de los precios de los propios alimentos básicos.
Con respecto al agua, puede ocurrir lo mismo. Ya se están dando casos de privatización de manantiales, como con la multinacional suiza Nestlé en diversos países, incluida EE.UU. España tampoco escapa a la privatización, ya que es el 95% de los manantiales de agua mineral del territorio español está en manos de empresas privadas, siendo el cuarto país europeo en volumen de agua embotellada, llegando a los 5.392 millones de litros en 2015.
En un panorama en el que el cambio climático, lejos de remitir, se va agravando, los mercados se han fijado en este bien de primera necesidad como es el agua para especular y sacar beneficio económico a corto y medio plazo, temiendo los detractores de esta situación que esto dispare los precios del agua, y que estos precios se vean controlados por los dos gigantes económicos, EE.UU. y China, sumiendo al resto de la humanidad en la dependencia de los precios fijados por unos pocos. A pesar de que la ONU declaró en 2010 el acceso al agua como un derecho primordial, ya sabemos que, a menudo, estas declaraciones no pasan de ser brindis al sol, como lo estamos viendo ahora con la situación del Sahara Occidental, en la cual, a pesar de las múltiples resoluciones de la ONU a favor de la libre determinación de este territorio en los últimos 40 años, basta una declaración de Trump apoyando la posición marroquí al respecto para que todo quede en papel mojado.
Hace ya décadas que los expertos hablan de la “guerra del agua”, pudiendo llegar, según algunos, a desencadenarse una Tercera Guerra Mundial provocada por la dificultad cada vez mayor al acceso a este bien, agravado por el cambio climático. Ya ha habido en la historia conflictos bélicos cuyo origen o uno de los factores implicados está en el acceso al agua: la guerra eterna entre Israel y Palestina, la guerra de Siria, el conflicto por las aguas del Tigris y el Eufrates entre Irak, Turquía y Siria, o entre los países limítrofes de la cuenca del río Zambeze, son algunos ejemplos. Se calcula que 2.600 millones de personas (el 40% de la población mundial) carecen de redes de saneamiento adecuadas, y millones de personas deben andar durante más de 6 horas diarias para acceder a fuentes de agua potable.
Según la ONU, en 2050 el consumo de agua aumentará un 44% para satisfacer las demandas industriales y de la población. Además, según el PNUD, el coste del agua no debería superar el 3% de los ingresos de la unidad familiar, pero la realidad es que los países pobres pagan hasta 50 veces más por un litro de agua que sus vecinos más ricos, debido a que tienen que comprar el agua a vendedores privados. Hasta el papa Francisco advirtió en 2017 de la necesidad de garantizar el acceso universal y seguro al agua, advirtiendo del peligro de los conflictos debidos a su escasez.
La cotización en los mercados de futuros de los derechos de uso del agua parece un pequeño paso que no han merecido mucho espacio en los medios de comunicación, pero es un peldaño más en el control por parte de las grandes multinacionales de lo que consumimos, de lo que producimos y, en definitiva, de nuestro futuro.
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