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El miedo contra el miedo

Conocer la definición de lo que nos rodea nos sirve a los humanos para creer que lo controlamos. Incluso lo abstracto, lo inabarcable, requiere una descripción que nos permita identificarlo cuando se nos presenta. Identificar el miedo, por ejemplo, es una buena manera de empezar a afrontarlo.

Según la Real Academia Española, el miedo es la “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”, y el “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. Pero las definiciones, por exhaustivas que sean, corren el riesgo de quedarse cortas.

El miedo, por ejemplo, también puede ser bueno. Nos mantiene alerta, nos hace conscientes de que existe una fina línea que nos separa del desastre y, en consecuencia, nos insta a actuar con una base de razonamiento, meditación y congruencia.

El miedo es bueno. Pero hay que saber gestionarlo. Aprovecharlo. Como Podemos, por ejemplo. Es un gestor del miedo excelente. Un alambique que destila el miedo social y lo condensa hasta convertirlo en la búsqueda de salvación. Y ahí es donde se presentan ellos.

En la Grecia antigua, entonces cuando no existían Bayer o Novartis, las heridas se curaban con ungüentos. El tetrafármaco estaba compuesto por cuatro ingredientes: cera amarilla, resina de pino, colofonia y sebo de carnero. Con esta mezcla se intentaba facilitar la expulsión de las sustancias dañinas. Esas que hacían brotar el miedo a la muerte.

El filósofo griego Epicuro versionó el tetrapharmakos tradicional y lo presentó como un remedio inmaterial contra los cuatro miedos del alma humana: el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo al fracaso. Podemos es el epicureísmo político. Es el tetrapharmakos contra el miedo a los que gobiernan, el miedo a la muerte social, el miedo al dolor de la escasez y el miedo al fracaso como país. Es la respuesta a esa búsqueda de la salvación.

Pero el miedo también puede paralizar el raciocinio y motivar decisiones erróneas. Ahí está Rajoy que, como un niño en su primer día de colegio, se pone la careta del “todo va bien” e intenta disimular. Porque, si dejase entrever su ansiedad, el rechazo sería apabullante y generaría más miedo. Como una bola de nieve. Como un bucle infinito. Miedo – rechazo – miedo – rechazo – miedo…

Es curioso cómo el miedo se revela en los escalones más altos de la pirámide de poder. Precisamente en esa cumbre plagada de sillones de piel e influencias que trafican, el miedo deja de ser una oportunidad para ser una amenaza. Es entonces cuando nubla las decisiones y las tiñe de inseguridad.

El domingo pasado, mientras París se unía y se enfrentaba a un miedo justificado y humano, Rajoy y Samaras decidían unirse y enfrentarse a un miedo egoísta y político. El presidente del Gobierno viaja a Atenas para mostrar al presidente griego su apoyo frente a Syriza. El llamado ‘Podemos griego’ se le aparece a Samaras en sueños, amenazante. El miedo a lo desconocido ha dado lugar en ambos países a ataques frontales de los dirigentes. “Syriza quiere convertir Grecia en Corea del Norte”. “Los adanes que surgen por todas partes se creen que el mundo, la vida y la historia comienza con ellos”.

Pero, por desgracia para los pobres hombres trajeados, la creación de partidos políticos lícitos puede suponer la llegada de contrincantes válidos que amenacen sus puestos de poder. Aunque no sea de su agrado, es un aspecto de eso que hacemos llamar democracia.

En España existe una lucha latente y patente del miedo contra el miedo. Como una batalla entre las dos mitades de un mismo ser, el miedo bueno y el miedo malo se enfrentan sin saber que ambos tienen el mismo origen: el poder. Unos tienen miedo a perderlo, otros miedo a no ganarlo. Y todos diseñan sus estrategias en torno a este sentimiento. El bipartidismo teme a los recién llegados, y éstos a no terminar de llegar nunca.

Está en manos de los votantes el saber discernir el miedo que destruye del que construye. Miedo al cambio, miedo a lo permanente. Miedo a lo nuevo, miedo a lo viejo. Miedo a elegir y miedo a que elijan por nosotros. Al final, serán las papeletas las que decidan a cuál vencer.

Conocer la definición de lo que nos rodea nos sirve a los humanos para creer que lo controlamos. Incluso lo abstracto, lo inabarcable, requiere una descripción que nos permita identificarlo cuando se nos presenta. Identificar el miedo, por ejemplo, es una buena manera de empezar a afrontarlo.

Según la Real Academia Española, el miedo es la “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”, y el “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. Pero las definiciones, por exhaustivas que sean, corren el riesgo de quedarse cortas.