Quien firma este artículo no se ha perdido un solo episodio (bueno, sí: uno) de El Ministerio del Tiempo, la serie que durante los últimos ocho lunes ha emitido Televisión Española. Lo he hecho porque me ha enganchado, pero también por, llamémoslo así, reivindicación.
¿Reivindicación? ¿No es eso ponerse un poco estupendo? Tal vez, pero uno es aficionado a la fantasía y en cuanto vi que por fin se hacía en España una serie de este género con cierta gracia y solvencia, sentí el impulso espontáneo de apoyarla desde mi humilde papel de telespectador, simplemente viéndola.
Lo curioso fue comprobar que muchas otras personas tuvieron la misma reacción que yo. Y se formó una espontánea campaña viral en las redes sociales que compensó las audiencias más bien discretas (pero regulares y constantes) que la serie ha cosechado. Tanto es así que TVE1 ya ha anunciado que habrá segunda temporada. Y me da la sensación de que puede ser mucho mejor que la primera, en la que se notaba, tanto en actores como guionistas, una cierta sensación de tanteo. De “¿de veras estamos haciendo esto?”.
¿Que El ministerio del tiempo tiene fallos y puntos flojos? Cierto. ¿Que ni se puede comparar a lo que nos llega desde EE.UU. o Inglaterra, donde con lo que se paga a un solo actor se rodaría un capítulo entero de una serie española? Qué le vamos a hacer.
Pero tiene muchos puntos a su favor: es fresca, es divertida, es interesante, está muy bien hecha, tiene unos guiños estupendos (lo de meter a Jordi Hurtado por ahí, por ejemplo) y, sobre todo, una ironía y una capacidad para reírse de sí misma que, creo, es lo que la ha hecho conectar tanto con la gente. Generar simpatía.
De hecho, mi primer comentario cuando vi el anuncio fue irónico. Empecé a ver el primer episodio a regañadientes. Luego tuve que tragarme mis prejuicios. Y cuánto me alegro.
Decía al principio que ver cada lunes El ministerio del tiempo ha tenido para mí algo de reivindicativo. ¿Por qué? Porque me gustaría que se produjesen más series como esta en nuestro país. Porque creo que hay un gran territorio por descubrir en este tipo de ficción.
Por lo poco que he podido atisbar del mundo de la ficción televisiva en España, debe de ser casi un milagro que el proyecto haya visto la luz. De hecho, si no recuerdo mal, creo que la idea estuvo rondando a los creadores durante más de una década.
Oigo decir a quienes se mueven por esos pagos que los productores y los responsables de programación de las televisiones se caracterizan por no arriesgar ni el canto de una uña. Intuyo que el auge mundial, la edad de oro de las series que vivimos, es lo que les ha impulsado por fin a abrir un poco la mano. Aunque sea sólo por contagio e imitación. Y es así como cosas como El Ministerio del Tiempo o la magnífica Víctor Ros, basada en el personaje de Jerónimo Tristante, han podido abrirse paso. De hecho ésta última, que narra las aventuras de un detective en el Madrid del siglo XIX, abre también un camino inédito en la producción autóctona que no debería quedarse sin explorar.
Cuánta creatividad contenida, me da la sensación, debe de haber en el sector audiovisual de este país. Y cuánto conservadurismo por parte de quienes deciden poner el dinero o no.
Por eso, considero que el fenómeno de El Ministerio del Tiempo es algo de lo que alegrarse: Quizás abra las puertas a más series de este tipo. Quizá muchos técnicos, guionistas y directores tengan por fin oportunidad de desarrollar a fondo ideas más arriesgadas, distintas a lo que se ha hecho hasta ahora.
Quién sabe. Ojalá.
Quien firma este artículo no se ha perdido un solo episodio (bueno, sí: uno) de El Ministerio del Tiempo, la serie que durante los últimos ocho lunes ha emitido Televisión Española. Lo he hecho porque me ha enganchado, pero también por, llamémoslo así, reivindicación.
¿Reivindicación? ¿No es eso ponerse un poco estupendo? Tal vez, pero uno es aficionado a la fantasía y en cuanto vi que por fin se hacía en España una serie de este género con cierta gracia y solvencia, sentí el impulso espontáneo de apoyarla desde mi humilde papel de telespectador, simplemente viéndola.