En los próximos años podremos conmemorar el mes de noviembre como el de la muerte de Cayetana de Alba (1926-2014), o bien, con la misma capacidad mediática, como el mes en el que las mujeres españolas ejercitamos nuestro derecho al voto. Fue un 19 de noviembre de 1933, gracias a la aprobación del sufragio universal hace ahora 77 años, que quedó recogido en el artículo 36 de la Constitución de 1931. Su inclusión no estuvo exento de debate: para Victoria Kent (1889-1987) y debido a la influencia que la Iglesia ejercía sobre la mujer, su incorporación al texto sería negativa, en oposición a las tesis defendidas por Clara Campoamor (1888-1972), que propugnaba que la libertad se aprende ejerciéndola.
Mientras en el Parlamento se discutía si la mujer estaba o no capacitada para ejercer su derecho al voto, nuestra Cayetana acababa de ser inmortalizada junto a su aristocrático poni por Ignacio Zuloaga. En un guión utópico del devenir histórico, estos debates parlamentarios debían inaugurar un esperanzador horizonte en las conquistas sociales de la mujer. La duquesa, como miles de niñas de su época, tenían ante sí un nuevo escenario que debía multiplicar las posibilidades de desarrollo social, laboral y personal de las nuevas generaciones de mujeres.
Cayetana fue representante de la más rancia aristocracia hispánica, y según leemos a fecha de su muerte, su vida encarnó el paradigma de mujer moderna, rebelde y adelantada a su tiempo. Conceptos que a vuela pluma nos sorprenden sobremanera.
La Guerra Civil y el comienzo de la dictadura impusieron un nuevo orden social, donde fueron eliminados además del sufragio universal, el acceso de las mujeres casadas al mundo laboral, la prohibición del trabajo nocturno de la mujer y la regulación del trabajo a domicilio. En resumidas cuentas, se relegaba a la mujer exclusivamente al ámbito del hogar, y se imponía el toque de queda nacional-católico en los cuerpos y las almas de las mujeres desde los Pirineos para abajo.
En este contexto Cayetana, con 21 años, contraía matrimonio previa autorización paterna, como el resto de mujeres que abandonaban el hogar familiar, debido al restablecido Código Civil de 1889, en el que la potestad pasaba del padre al marido hasta los 25 años. Así, el 12 de Octubre de 1947 (Día de la Raza), mientras la miseria era el menú diario de millones de españoles, tuvo lugar en Sevilla el católico enlace entre La Duquesa y Luis Martínez de Irujo y Artázcoz, de la casa ducal de Sotomayor, de la que se hizo eco la prensa internacional debido a la pomposidad del evento.
Casi dos mil invitados, langostas parisinas y langostinos fueron testigos de lo que a los ojos de un españolito del siglo XXI, y que haya leído los epitafios a su muerte, se pregunte qué versión del 'Photoshop histórico' han utilizado los medios, hasta insinuar que lo que aconteció en Sevilla ese otoño de 1947 fue el ácrata enlace entre Rosa Luxemburgo y Nicolás Kropotkin.
Siendo respetuosos con la historia de los derechos sociales, la visibilidad de los valores de la mujer moderna adelantada a su época no residirían en España sino en el exilio, donde por ejemplo, entre otras, Victoria kent y Clara Campoamor, exponentes de la lucha por la igualdad, continuarían con sus trayectorias profesionales.
A pesar de la insistencia por parte de la prensa burguesa en denominar a la Duquesa como el paradigma de la modernidad, fue solo el ejemplo de la mujer católica, madre y abnegada esposa que se impuso a lo largo de la dictadura, que con inspiración falangista sirvió de modelo tutelar del resto españolas.
Las loas al personaje que hemos presenciado estos días, en resumidas cuentas, nacen de las cavernas morales de esa España caduca, que pretende confundir con piruetas eufemísticas la modernidad y rebeldía de una Grande de España, con las luchas centenarias de miles de mujeres por alcanzar la igualdad de derechos en este país.
En los próximos años podremos conmemorar el mes de noviembre como el de la muerte de Cayetana de Alba (1926-2014), o bien, con la misma capacidad mediática, como el mes en el que las mujeres españolas ejercitamos nuestro derecho al voto. Fue un 19 de noviembre de 1933, gracias a la aprobación del sufragio universal hace ahora 77 años, que quedó recogido en el artículo 36 de la Constitución de 1931. Su inclusión no estuvo exento de debate: para Victoria Kent (1889-1987) y debido a la influencia que la Iglesia ejercía sobre la mujer, su incorporación al texto sería negativa, en oposición a las tesis defendidas por Clara Campoamor (1888-1972), que propugnaba que la libertad se aprende ejerciéndola.
Mientras en el Parlamento se discutía si la mujer estaba o no capacitada para ejercer su derecho al voto, nuestra Cayetana acababa de ser inmortalizada junto a su aristocrático poni por Ignacio Zuloaga. En un guión utópico del devenir histórico, estos debates parlamentarios debían inaugurar un esperanzador horizonte en las conquistas sociales de la mujer. La duquesa, como miles de niñas de su época, tenían ante sí un nuevo escenario que debía multiplicar las posibilidades de desarrollo social, laboral y personal de las nuevas generaciones de mujeres.