VOX sigue sembrando odio por todas partes. Cuando no es llamando criminal al gobierno de España, es colgando una bandera a los pies del Cristo de Monteagudo llamando a la lucha por una Reconquista que solo existe en su imaginación, y generando un clima de confrontación permanente. Vox intenta vencer en vez de convencer, imponer en lugar de persuadir. Elige el verbo insultar por el de dialogar, odiar frente a amar, expulsar antes que integrar, y hace llamamientos continuos a despreciar a quien no se cuadre ante el himno nacional y su incondicional ejército profranquista. Vox amedrenta al más puro estilo chulo de patio de colegio, y pone en su diana a quienes simplemente difieren de una política social, económica y laboral elitista y caciquil. Mientras esto ocurre, muchas instituciones han puesto sus maquinarias en marcha para salvar al Soldado Felipe VI.
“Necesitamos una Casa Real del siglo XXI”, dicen algunos de sus defensores. “El Rey Felipe estará a la altura de las circunstancias y sabrá adaptar su papel al siglo XXI”, dicen otros. “La Monarquía es nuestra garantía de convivencia en el siglo XXI”, suelen exclamar aquellos que defienden la institución monárquica.
Seguir escondiendo el problema que tiene la Casa Real en España, haciéndole incluso un traje a medida para que no veamos sus defectos, solo traerá peores consecuencias para la propia institución.
Monarquía y siglo XXI son como el agua y el aceite, son simplemente antónimos, pues una institución que se basa en el “derecho divino” como forma de acceder al trono jamás podrá adaptarse a una sociedad que cada día requiere más participación, más transparencia y más democracia.
Nadie duda de que la Casa Real y las instituciones del Estado volverán a darle una mano de pintura, y que incluso el día que se presente en sociedad la futura Ley de la Corona, se servirá un vino español, y habrá gira por todo el territorio nacional, y se presentarán documentales y videos donde veamos a las infantas sacar a pasear un perro, recoger plásticos de las playas, e incluso acercarse un par de días a colaborar con algún banco de alimentos.
Pero no será suficiente. Las próximas generaciones no entenderán cómo una institución que ha saqueado históricamente este país, una saga que ha tenido en su historia demasiadas sombras, que ha vendido nuestra alma al mejor postor, que sigue teniendo en el linaje su único argumento para conservar derechos, cuando al resto de los mortales les cuesta ganarse cada día el derecho a la educación, a la sanidad, a la justicia social y a la libertad, terminará sucumbiendo a la realidad más temprano que tarde.
Nuestros hijos y nietos no entenderán por qué había bancos cuando existen los móviles, por qué imprimía la fábrica nacional de moneda y timbre dinero en pleno 2021, como también se extrañarán por qué se mantenía una monarquía impuesta por un dictador. Más aún, ¿tiene sentido que con el dinero de los españoles sigamos manteniendo una escolta personal al Rey Emérito, y el Ministerio se niegue a decirnos lo que nos está costando salvaguardar a alguien que se ha reído de nosotros en nuestras narices y es algo más que un presunto chorizo?
Cada día nacen más Greta Thunberg, aquí, en Portugal, en Francia, en Argentina, en Senegal, o en la India, que luchan contra las injusticias, contra el cambio climático, y que querrán participar en todo lo que les rodea, y no entenderán, cómo en pleno siglo XXI, alguien defendía que no todos somos iguales.
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