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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

La muerte

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La muerte es un hecho biológico común a todos los seres humanos, meros mortales. Aunque sus circunstancias puedan variar entre individuos, la necesidad de su ocurrencia nos iguala a todos.

Homero nos presentaba a unos dioses cuya inmortalidad hacía que no tuviesen que confrontar la muerte. Esto los situaba en actitudes pueriles, en oposición a los guerreros humanos confrontados con la muerte, la vulnerabilidad de sus seres queridos y la búsqueda de una gloria que persistiera tras su fallecimiento.

Nuestra sociedad consumista busca el placer inmediato a través de los sentidos y rehúye todo lo que pueda ser desagradable, empezando por la muerte. Los muertos se velan fuera de las casas, en espacios marginales habilitados para ello, y se incineran haciéndolos desaparecer, o se entierran fuera de los núcleos de población. La muerte queda excluida del discurso, considerándose de mal gusto hablar de ella. Funerarios y sepultureros son orillados como apestados, como embajadores de un mundo oculto que hay que mantener bajo la alfombra.

Los cultos a la juventud, a la salud, al eterno crecimiento económico y al progreso socio-tecnológico redundan en la invisibilización de la muerte y en la construcción de una fantasía de omnipotencia e inmortalidad, a la manera de los dioses griegos. El resultado de este proceso es la falta de sentido vital y un sentimiento de vacío crónico que el sistema socioeconómico invita a taponar con más consumo, con más placer, inflamando el vacío en una loca carrera por apagar el fuego con más gasolina.

El 'horror vacui' de una sociedad que no se permite mirar a la muerte succiona novedades y las hipertrofia sin control para rellenar un hueco sin fondo. Esto es aplicable a todo tipo de espectáculos y bienes de consumo, o a ideologías, dejándonos expuestos a la explosión de fanatismos políticos o religiosos.

Otra manera de rechazar la muerte es percibirla como una anomalía, como un fallo del que hay que culpar a alguien. El mundo sanitario queda encargado de sostener la fantasía de inmortalidad y es señalado acusatoriamente cuando la realidad desinfla esta ilusión. Esta condena suele ser silenciosa, pero también se convierte, cada vez más, en persecución por vía judicial o en agresión directa a los profesionales. Los profesionales sanitarios, especialmente los médicos, tienen que cargar con este estigma social. Se hinchan de vanidad tratando de sostener el mito, como pavos reales necesitados de tal distancia para desplegar su plumaje que no pueden acercarse a acompañar a un enfermo que sufre. Cuando la burbuja estalla, cuando el médico es confrontado con la futilidad de una empresa omnipotente, encontramos el “burn out”, divorcios, adicciones y todo tipo de disfuncionalidades a nivel personal que pueden incluso conducir al suicidio. Este es el destino de un colectivo cargado con el fracaso inevitable que supone intentar mantener a la gente mirando al fondo de la caverna, sin que nunca vean el sol que se filtra por cada grieta.

Las culpas no sólo recaen sobre los sanitarios. El gobierno es acusado de cada problema que surge, los bancos de los problemas económicos, etc, y se buscan chivos expiatorios para cada falta, para cada limitación. La imposibilidad de afrontar la muerte se expande hasta atrapar nuestra cultura en una ilusión de omnipotencia cuyo resquebrajamiento es una cruz que hay que depositarle a alguien para que cargue con ella en nombre de todos.

La incapacidad del hombre moderno para asumir responsabilidades se asemeja a la de la diosa del amor en la Ilíada. Afrodita se metió en la guerra entre los hombres y acabó herida por Diomedes. Dolorida, ultrajada y asustada, acudió entonces a Zeus, llorando como una niña, para que la curase y la consolase ante un hecho tan insólito como una herida en la batalla.

Necesitamos abandonar la política del avestruz. Afrontar nuestra mortalidad y nuestras limitaciones. Entender que somos humanos, finitos y limitados. Que estamos atravesados por la falta y que no hay Matrix, droga, goce o ficción capaz de aislarnos permanentemente de esta realidad. Sólo así, asumiendo la verdad de nuestra condición, podremos hacer algo con ella: buscar la gloria como los griegos, construir un legado para nuestros hijos, invertir en una cultura transgeneracional, conservar el planeta, edificar un proyecto de convivencia para todos o lo que sea que queramos definir como el objetivo de nuestros esfuerzos.

La muerte es un hecho biológico común a todos los seres humanos, meros mortales. Aunque sus circunstancias puedan variar entre individuos, la necesidad de su ocurrencia nos iguala a todos.

Homero nos presentaba a unos dioses cuya inmortalidad hacía que no tuviesen que confrontar la muerte. Esto los situaba en actitudes pueriles, en oposición a los guerreros humanos confrontados con la muerte, la vulnerabilidad de sus seres queridos y la búsqueda de una gloria que persistiera tras su fallecimiento.