“Siempre he tenido la sensación de que las mujeres somos nuestras peores enemigas”, dice en una reciente entrevista Tracy Chevalier, autora de la recién publicada novela 'Las mujeres de Winchester' (Duomo Editorial, 2020). Esto que para la escritora parece una verdad axiomática podría ser aplicado a muchas otras capas sociales, escojámoslas por sexo, edad, condición, empleo, afinidades…. Se podría tratar, entonces, de un tema recurrente a todos los niveles de la humanidad existente, dicho sea sin intención de desmerecer la opinión de la autora estadounidense.
La conclusión a la que llega la exitosa escritora de novelas históricas incluso podría ser considerada un lugar común al uso, si nos fijamos en lo malos que somos los unos con los otros, tanto más cuantas más supuestas afinidades tengamos entre nosotros mismos. El más evidente de estos casos ejemplificados, que no ejemplarizantes, es el tradicional e ineludible cainismo de la izquierda. Y no solo la española, aunque en este Estado en que vivimos llegue a veces a un nivel difícilmente observable en otros lugares del planeta Tierra.
Estamos asistiendo en los últimos días a un intento muy serio, a juzgar por el interés que ponen en él los protagonistas, de superar con creces el tradicional cainismo de la izquierda en general. La polémica surgida a raíz de la compra del cabezo de Cope, parece que frustrada, por parte de ANSE lleva camino de ser recordada como una de las más agrias que haya habido nunca. Y, desde luego, por llevar el cainismo al ecologismo.
Parece haber un interés inusitado, tenaz y a prueba de bombas en demostrar quién tiene la rama más verde del conservacionismo. Si semejante cosa se hubiera producido en otros terrenos menos dignos de ser tenidos en cuenta diríamos que la rivalidad consiste en ver quién la tiene más larga o quién es capaz de mear más lejos.
La intervención de la Consejería de Agua, Agricultura, Ganadería, Pesca y Medio Ambiente –– ¿pero hay desde hace 25 años en Murcia algún departamento digno de llevar ese nombre?–– puede dejar las cosas en el punto en que estaban antes del inicio de la polémica, pero mucho me temo que dada la tremenda velocidad de crucero alcanzada por esta va a ser más difícil pararla que frenar el Titanic lanzado en rumbo de colisión. Cualquiera diría que se está aprovechando el momento para ajustar viejas cuentas pendientes.
Incluso la oportunista intervención del parafascista Vox ––que no sé por qué recuerda cada vez más a la CEDA de Gil Robles en 1934–– alimenta la polémica facilitando de rebote argumentos a uno de los dos bandos originariamente en liza: el de los partidarios de la privatización mediante compra de un espacio público superprotegido. Y da armas, quizá no deseadas, a la parte contratante de López Miras en el Gobierno regional para apuntalar su posición política ahora que no se sabe muy bien en qué quedará a la vuelta de unos meses su alianza oficial con los Ciudadanos de Inés Arrimadas.
Esta parte de la polémica, crecida también gracias al desmentido de SAREB a la supuesta oferta de compra del ejecutivo murciano en 2018, es la de menos. Al fin y al cabo, en esa banda, entre pillos anda el juego. Es como el lado oscuro de la luna: una caja de sorpresas.
En el otro, el problema reside en desviar la animadversión contra el falso enemigo o adversario hacia algo más realista y fructífero a la larga: incrementar al máximo la presión sobre quienes gobiernan desde hace 25 años permitiendo los desmanes ambientales más estúpidos ––Mar Menor–– para que hagan su trabajo de una vez y desarrollen los mecanismos legales para proteger definitivamente y sin vuelta atrás no solo el cabezo objeto de la polémica sino también todos los terrenos de la Marina de Cope, que aún corren riesgo de ser depredados salvajemente por los amiguetes de los que venden o los que “retractan” el espacio protegido pretexto del fuego amigo cruzado entre ecologistas.
Si son (somos, todos los ciudadanos preocupados por el asunto) incapaces de caminar juntos, aviados estamos. Olvidemos el ¡Vivan la cadenas! Saludemos, pues, con la uve de victoria a los cainitas y celebremos, por analogía, la clarividencia de Tracy Chevalier. Vale.
P.S. Aviso a navegantes: no diré nada más sobre este asunto, ni habrá segunda entrega; se diga lo que se diga.
“Siempre he tenido la sensación de que las mujeres somos nuestras peores enemigas”, dice en una reciente entrevista Tracy Chevalier, autora de la recién publicada novela 'Las mujeres de Winchester' (Duomo Editorial, 2020). Esto que para la escritora parece una verdad axiomática podría ser aplicado a muchas otras capas sociales, escojámoslas por sexo, edad, condición, empleo, afinidades…. Se podría tratar, entonces, de un tema recurrente a todos los niveles de la humanidad existente, dicho sea sin intención de desmerecer la opinión de la autora estadounidense.
La conclusión a la que llega la exitosa escritora de novelas históricas incluso podría ser considerada un lugar común al uso, si nos fijamos en lo malos que somos los unos con los otros, tanto más cuantas más supuestas afinidades tengamos entre nosotros mismos. El más evidente de estos casos ejemplificados, que no ejemplarizantes, es el tradicional e ineludible cainismo de la izquierda. Y no solo la española, aunque en este Estado en que vivimos llegue a veces a un nivel difícilmente observable en otros lugares del planeta Tierra.