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Mujeres que escriben pero no pueden contarlo

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En esta época fea donde una joven e influencer resulta un peligro público, asombra el recuerdo de aquellas que alumbraron caminos casi imposibles de recorrer en otro tiempo, la Belle Époque. Ahora las mujeres circulamos en la vida con comodidad por autovías aparentemente asfaltadas. Atención, hay que tener mucho cuidado a las señales de amenaza.

Desde las artificiales Georginas hinchadas de silicona a las Vickyfedericas ociosas con ojos ahumados por el after, o enajenadas de nombre cortito y melena simpar, que aconsejan a las adolescentes quedarse en casa para ser esposa, madre y felpudo. Y cuando llegue el marido a casa ponerle las zapatillas en plan gheisa, como en los anuncios de la tele en blanco y negro que nuestras abuelas veían con inocencia y veneración. 

En el Día Mundial contra la Violencia Machista, estas voces tan ignorantes como bien pagadas con miles de seguidoras deberían catalogarse como PP, potencialmente peligrosas, para la mujer en todas sus edades y formas sociales. Porque ese discurso es una forma más de terrorismo machista. Y en esto vuelvo al principio, el que marcaron gigantes como Carmen de Burgos, primera mujer corresponsal de guerra y con contrato en una redacción. 

Carmen, o Colombine, o Perico de los Palotes, que eran los nombres con los que se hacía llamar, se las apañó con su talento para sobrevivir cuando por no tener, no teníamos ni derecho a voto. De esta mujer se ha escrito y escribirá mucho, porque las jóvenes Erasmus europeas vienen a estudiarla con muchísimo interés. Pero la parte que me más me gusta, incluso que sus crónicas de la guerra del Rif, es el tortazo que le propinó al director de un periódico carlista, que la difamó. Desde luego es condenable la violencia, pero esa justicia poética de amenazarle también con una zapatilla, por si el orco se atrevía de nuevo, no tiene parangón. 

Las mujeres periodistas, supongo que desde entonces, viven en la distopía de sufrir en la calle o en su propio trabajo agresiones del macho y no poder publicarlo. En un reciente estudio del International Center for Journalist publicado por la UNESCO, el setenta y tres por ciento de las profesionales encuestadas ha declarado padecer esta violencia en alguna de sus manifestaciones y solo un veinticinco lo denunció. De ese porcentaje pequeñito recibieron consejos paternalistas sobre nuestra piel fina o le preguntaron directamente qué habían hecho para ser agredidas. Argumentos viriles muy parecidos a los que Carmen de Burgos se enfrentó, sola con su pluma y su determinación coherente y feminista.

Desde este verano, la Organización de Naciones Unidas trabaja en un protocolo marco contra la violencia a las mujeres de los medios de comunicación, que peligra ahora con la llegada a la Casablanca del virus exterminador y su alter ego, el magnate con carguito, convertido en oscuro y mediático altavoz. Se avecina caza de brujas. Pero ahora todas vuelan sin escoba.

En Murcia las periodistas tienen los mismos problemas del #Metoo, pero esta violencia también se ejerce contra la ideología, el activismo, el rigor y el sentido común. Así que en el imperio cansino de las dos mellizas gaviotas las periodistas no sólo se las han tenido que ver con las cuestiones propias de su sexo, sino también, casi peor, con lo que escriben en redacción. A llamadas de teléfono a sus jefes desde algún despacho para acabar con el atrevimiento de la que cuestiona el discurso oficial. No todo es gris. También hay jefas que, en su soledad, resisten duras y valientes.

A las incómodas compañeras les recomiendan simpáticamente bajar el tono, con maneras de Lucky Luciano, a otras las mandan a la calle y hacen escarnio público, para dar ejemplo. A la que despunta con ingenio las ponen a escribir de famosos o televisión. Otras prefirieron decir sí al poder para comprarse unos manolos, y pasar con los tacones por una puerta giratoria. Así fluye, en este planeta huertano, el reguero mercurial de la propaganda única. La mayoría aprieta los dientes y teclea con orgullo. Esta profesión se ama. Entre todas escribimos el testimonio común que ya está llamando a la puerta. Que corra el aire, y la testosterona salga.   

En esta época fea donde una joven e influencer resulta un peligro público, asombra el recuerdo de aquellas que alumbraron caminos casi imposibles de recorrer en otro tiempo, la Belle Époque. Ahora las mujeres circulamos en la vida con comodidad por autovías aparentemente asfaltadas. Atención, hay que tener mucho cuidado a las señales de amenaza.

Desde las artificiales Georginas hinchadas de silicona a las Vickyfedericas ociosas con ojos ahumados por el after, o enajenadas de nombre cortito y melena simpar, que aconsejan a las adolescentes quedarse en casa para ser esposa, madre y felpudo. Y cuando llegue el marido a casa ponerle las zapatillas en plan gheisa, como en los anuncios de la tele en blanco y negro que nuestras abuelas veían con inocencia y veneración.