Todas las mañanas paso por la Plaza Escultora Elisa Séiquer, al lado del Museo de la Ciudad, y nunca fui consciente de la importancia de este sitio hasta que un día, una madre con su hija esperaban a que el museo abriese las puertas. La hija, en un acto de desesperación inspeccionó la zona hasta cruzarse con una placa, se volvió a su madre y le preguntó: “Mamá, ¿quién es Elisa Séiquer?”.
En ese momento caí: existe una plaza que honra la memoria de Elisa Séiquer, una de las escultoras más importantes de la Región. Cuando llegué a mi casa, encendí el ordenador y busqué murcianas que habían hecho historia, que habían sido partícipes, y el número de mujeres me abrumó y llenó de orgullo. Seguidamente, una sensación extraña, como si mi sexto sentido me estuviese hablando: “No te quedes en la superficie, empieza a hacerte preguntas. ¿Cuántas mujeres de la Región de Murcia han participado en la Historia? ¿Cuántas son conocidas actualmente? ¿Cuántas fueron silenciadas? ¿Cuántas tienen su reconocimiento en placas de calles, plazas o avenidas? ¿Esa niña que preguntó por Elisa Séiquer tuvo una respuesta?” Y tras muchas cuestiones, que solo hacían enfadarme cada vez más, una de ellas habló más alto que las demás: “¿Cuál es el origen?”
Intenté hacer un ejercicio de memoria: “¿Cuándo fue la primera vez que me hablaron de mujeres en la Historia?” Hubo algunos nombres: Cleopatra, Isabel la Católica, Juana de Castilla, Marie Curie y Frida Kahlo. Todas ellas formaban parte de ese cómputo, ese mejunje, que algunas personas se excusan con un: “Luego os quejáis. ¡Mirad cuántas mujeres tenéis de referentes!”
“Al margen de eso, céntrate María: ¿Te han hablado de figuras murcianas?” No. Nunca me hablaron. Es curioso hasta dónde puede llegar un pensamiento muy pequeño a una conclusión que dicta sentencia: “Durante toda mi vida he seguido unos cánones, unas pautas asociadas al género femenino (me han regalado un tipo específico de juguete, he oído frases de amigos y familiares sobre lo peligrosa que es la calle, si ya me he echado un novio, si quiero tener hijos). Porque todo lo que me rodeaba estaba ligado a eso. De pequeña, era lo que significaba ser mujer: llegar a una hora prudente a casa y acompañada, tener hijos y casarme. ¿Pero por qué? ¿Por qué ellos pueden soñar más alto y nosotras no?
Y en ese momento caí: No puedo alcanzarles porque desde pequeña no he tenido a nadie en quien fijarme. Pero ellos sí, durante toda su vida. Ellos han tenido referentes en todas las vertientes desde pequeños (ciencias naturales, sociales o artísticas). ¿Pero nosotras? ¿Nosotras hemos crecido con mujeres a las que poder aspirar? ¿Qué habría pasado si desde pequeña me hubiesen hablado de Francisca Moya del Baño, la primera catedrática de la Universidad de Murcia, de la poetisa María Cegarra, la primera licenciada de España en Ciencias Químicas, de la pintora María Dolores Andreo, de la primera jueza española María Jover Carrión o de Piedad de la Cierva, la primera mujer miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas?
Murcia no solo es tierra de figuras masculinas, no sólo los hombres participaron en su Historia. Sin ellas, la Región de Murcia no la conoceríamos como ocurre actualmente? ¿O sí? ¿Seguiría siendo igual? ¿Cuántas de las mujeres que he mencionado anteriormente os sonaban? ¿En algún momento no os habíais cuestionado su ausencia en los libros de texto? ¿Cómo pretendemos evolucionar en una sociedad que las sigue silenciando, obviando lo que hicieron por nosotras, siendo las primeras en dar un salto que a muchas les costó críticas y juicios.
Ellas fueron las que se arriesgaron por nosotras, las que se plantaron frente a “lo que era correcto para una mujer”. Nosotras disfrutamos de unos derechos y libertades porque ellas lucharon. ¿Para qué? Ni siquiera nos cuestionamos por qué no crecemos con referentes, si de verdad no hubo ninguna presencia femenina en momentos históricos que nos enseñan desde pequeños. Por qué nos dividen nada más nacer: rosa y azul, muñecas y balones, utensilios de cocina y herramientas de taller, carritos de bebé y coches teledirigidos.
Todo esto parte del mismo origen: la Historia la escribieron aquellos con poder, tanto, que la modificaron. Aquellos que, cuando vieron que sus compañeras tenían las mismas capacidades que ellos, las silenciaron, las escondieron, las recluyeron en sus casas sin hacer ruido. Modificaron tanto la Historia que hoy día se sigue enseñando su versión. Fijáos bien: los museos están organizados para ensalzar la figura masculina, desde la Prehistoria hasta la actualidad. ¿Quién aparece cazando, construyendo, pintando, conquistando ciudades, apoyando a los artistas, ganando premios o en los laboratorios? ¿Cuántas exposiciones de artistas masculinos hay al año en nuestros centros culturales? ¿Y de mujeres? ¿Cuántos museos rinden homenaje a artistas femeninos? ¿Cuánta gente aún niega la presencia femenina? Esa presencia clave para comprender la Historia.
¿Cuántas veces os han cuestionado por ser mujer?
Todas las mañanas paso por la Plaza Escultora Elisa Séiquer, al lado del Museo de la Ciudad, y nunca fui consciente de la importancia de este sitio hasta que un día, una madre con su hija esperaban a que el museo abriese las puertas. La hija, en un acto de desesperación inspeccionó la zona hasta cruzarse con una placa, se volvió a su madre y le preguntó: “Mamá, ¿quién es Elisa Séiquer?”.
En ese momento caí: existe una plaza que honra la memoria de Elisa Séiquer, una de las escultoras más importantes de la Región. Cuando llegué a mi casa, encendí el ordenador y busqué murcianas que habían hecho historia, que habían sido partícipes, y el número de mujeres me abrumó y llenó de orgullo. Seguidamente, una sensación extraña, como si mi sexto sentido me estuviese hablando: “No te quedes en la superficie, empieza a hacerte preguntas. ¿Cuántas mujeres de la Región de Murcia han participado en la Historia? ¿Cuántas son conocidas actualmente? ¿Cuántas fueron silenciadas? ¿Cuántas tienen su reconocimiento en placas de calles, plazas o avenidas? ¿Esa niña que preguntó por Elisa Séiquer tuvo una respuesta?” Y tras muchas cuestiones, que solo hacían enfadarme cada vez más, una de ellas habló más alto que las demás: “¿Cuál es el origen?”