De nuevo es Navidad y observamos cómo todas las ciudades compiten entre sí para que la iluminación de sus calles sea mayor y tenga más eco mediático, atraiga más turismo, llene nuestros sentidos y tengamos la sensación de felicidad y bienestar. Luces para despertar el consumismo, para generar grandes aglomeraciones, para hacernos salir de nuestras casas y pasear por las calles iluminadas. Son luces que nos deslumbran y que despiertan nuestra admiración, poniendo toda nuestra atención en los escaparates y en las calles; hasta se hacen figuras de luces de diversos colores. Y, cuando se apagan, sentimos tristeza y melancolía.
Son luces que nos hacen olvidar el sufrimiento humano, que nos hacen ser indiferentes ante tanta inhumanidad, tantas injusticias, tanta represión y explotación. Pero, ante tanto espectáculo, ruido y entusiasmo vacío quiero hacer la pregunta de por qué el sufrimiento de tantas personas no nos deslumbra, no llama nuestra atención y no queremos que interfiera en nuestras vidas. Lo único que aceptamos es que pongan una caja de recogida de alimentos para una ONG y echemos un paquete de leche o de fideos como expresión de solidaridad.
¿Por qué nos emociona un espectáculo de niños y niñas representando el belén y cantando villancicos y no nos conmociona ver niños y niñas en la pobreza o en una patera o debajo de los escombros después de un bombardeo?
¿Por qué nos emociona ver a María, José y al niño Jesús y no nos conmociona el desahucio de una familia con menores y mayores o la separación de los hijos e hijas de sus padres y madres en la frontera norteamericana, estando todos enjaulados?
¿Por qué nos emociona el canto de los villancicos y no nos conmociona el canto de millones de personas que piden libertad, justicia y paz?
¿Por qué nos emociona ver la cabalgata de los Reyes Magos y no nos conmociona el racismo, la xenofobia y el rechazo al pobre?
¿Por qué nos emociona las doce campanadas con su sonido y no nos conmociona el sonido de las bombas y las balas que siegan miles de vidas civiles?
Necesitamos alumbrar una nueva humanidad y una humanidad nueva que denuncie unas estructuras socioeconómicas basada en la concentración de las riquezas en las manos de unos cuantos, saqueando los recursos naturales de los países a través de la deuda y a través de la violencia y de la guerra. Una humanidad nueva que denuncie una cultura dominante basada en el individualismo, el consumismo, el productivismo y el sálvese quien pueda.
Una humanidad nueva que derribe muros y fronteras hechas de dolor y de exclusión, que derribe los muros de los CIEs, de los campos de refugiados, de la pobreza, del racismo y la xenofobia, que elimina las concertinas.
Una humanidad nueva que quiera un trabajado digno y decente, no el paro ni la precariedad, que quiera la plena igualdad entre mujeres y hombres, no la discriminación ni la violencia machista, que quiere que cualquier persona con dificultades encuentre una administración pública que lo proteja y un entorno familiar y social que le ofrece acompañamiento y solidaridad.
Una humanidad nueva que quiera establecer puentes, una cultura de comunión y del bien común donde nadie quede atrás, una cultura de la paz, la justicia, el perdón, la fraternidad y la libertad. Una cultura donde todos los derechos humanos se hagan realidad.
Una humanidad nueva, donde los inmigrantes, los refugiados, los parados y paradas, los trabajadores y trabajadoras con trabajos eventuales y precarios, donde los mayores que viven en soledad y abandonados, las familias rotas por el motivo que sea, las personas que viven humilladas y pisoteadas, encuentren la caricia, el beso y el abrazo que les dé fuerza para recuperar su autoestima y su dignidad.
Tenemos que ser constructores de ese mundo lleno de vida y vida en abundancia. Construyamos este mundo nuevo siendo nosotros y nosotras, en nuestra vidas, expresión de ese cambio que queremos que se dé en la sociedad, compartiendo con todos aquellos que convergemos, desde ideales y credos diferentes, en que la persona y su dignidad deben ser lo primero, renunciando a la avaricia, la codicia, la ambición, la envidia, la soberbia, el poder y la violencia.
Desear que esta Navidad despierte nuestra esperanza, unas veces dormida, otras veces abandonada y convertida en desesperanza, por construir ese otro mundo posible, necesario y urgente.
¡Feliz Navidad en el amor y la lucha y próspero año 2020 en la justicia, la libertad y la hermandad!
De nuevo es Navidad y observamos cómo todas las ciudades compiten entre sí para que la iluminación de sus calles sea mayor y tenga más eco mediático, atraiga más turismo, llene nuestros sentidos y tengamos la sensación de felicidad y bienestar. Luces para despertar el consumismo, para generar grandes aglomeraciones, para hacernos salir de nuestras casas y pasear por las calles iluminadas. Son luces que nos deslumbran y que despiertan nuestra admiración, poniendo toda nuestra atención en los escaparates y en las calles; hasta se hacen figuras de luces de diversos colores. Y, cuando se apagan, sentimos tristeza y melancolía.
Son luces que nos hacen olvidar el sufrimiento humano, que nos hacen ser indiferentes ante tanta inhumanidad, tantas injusticias, tanta represión y explotación. Pero, ante tanto espectáculo, ruido y entusiasmo vacío quiero hacer la pregunta de por qué el sufrimiento de tantas personas no nos deslumbra, no llama nuestra atención y no queremos que interfiera en nuestras vidas. Lo único que aceptamos es que pongan una caja de recogida de alimentos para una ONG y echemos un paquete de leche o de fideos como expresión de solidaridad.