Me alineo con las tesis que considera a esta derecha de políticos mediocres (pero sobradamente agresivos y vociferantes, como Abascal, Casado y Rivera, con sus radicales semejanzas) como un neofranquismo (liberal): que tanto da, ya que nunca ha desaparecido ni lo hará en mucho tiempo, dada su persistente huella.
Por supuesto, quiero referirme a ese franquismo o nacionalismo españolista histórico, un producto típico y repetitivo del conservadurismo español de siempre, ultramontano, inculto y dependiente, que expresa una lucha de clases disimulada, eterna y rancia, frente a otros movimientos renovadores y reivindicativos.
Tras la Transición creímos que el episodio estaba resuelto con la muerte del personaje y el desplazamiento (aparente, formal) de sus seguidores y beneficiarios del poder político-institucional, y dejó libres (¡quién podía impedirlo!) a la historia, la sociología y la moral. Y en su legado han encontrado cabida y medro los elementos significantes de Vox, por más que sus líderes intenten disimularlos, que son rancios pero estructurales, como no dudan en exhibir: que si la unidad integral de España (nunca existente, justa, ni posible); que si las tradiciones patrias (con gran aparato de mitos, supersticiones y ridículos), que si el machismo y virilidad (ahí tenemos el culto a la Legión y su himno, el militarismo a flor de piel y la autoridad y jerarquía como estructura de la sociedad y la convivencia).
De la 'virilidad' de cuño franquista hay que subrayar, no se nos olvide, que siempre se ha expresado, en la vida común, con violencia de palabra y maneras, y, en la política, con la conspiración y el golpismo. De la religiosidad, malamente disimulada bajo una hipocresía clamorosa… En partidos de esta índole, claramente autoritarios, priman las élites dirigentes y se rinde culto al líder/jefe; las coloristas listas electorales, fichan como si de una entidad deportiva se tratara a elementos antipolíticos aborregados para que hagan bulto y ruido, sin más.
Hay actualizaciones, claro que sí, pero de entre ellas no merece la pena subrayar el constitucionalismo que proclaman estos políticos del ayer ya que, más que disimulo, es pura farsa. Y de la suave (por más que jaranera) confluencia del fenómeno Vox con la derecha española actual, destaquemos la consistencia del elemento liberal-económico, estrecho vínculo, por más que inconfesable por unos y por otro, tanto con el PP como con C’s. Una realidad que nos recuerda la notable adaptación del liberalismo doctrinario a las dictaduras y sus inmensas oportunidades de negocio, estimulado por el escaso respeto a la ley y el predominio del clientelismo.
Véanse, si no, esas familias españolas (con persistencia de muy conocidos y sonoros apellidos), a sí mismo tildadas de liberales, que prosperaron sin pausa durante el franquismo hasta constituir auténticas aristocracias del dinero y los negocios, y que supieron prolongar su éxito (sin gran esfuerzo o riesgo, desde luego) usufructuando la Transición en su favor.
Entre las doctrinas-cliché y los suculentos negocios, son numerosos los economistas liberales de renombre, hostiles al Estado, que nunca reconocerán que como mejor fructifican teoría y práctica liberales es en dictaduras y regímenes autoritarios en general (de derechas), ya que les permite saquear al Estado y, de paso, humillar al ciudadano de clase trabajadora. Las dictaduras, por lo demás, suelen mostrar auténtica debilidad por los ricos de postín y las grandes empresas, a cuyas órdenes, en definitiva, acaban gestionando lo público. (En este encuadre, resultan algo patéticos, a más de cínicos, los escrúpulos del ideario en C’s y emblema del liberalismo clásico anglosajón, cuando pretende que captemos, en sus gestos desabridos hacia Vox, claves de incompatibilidad).
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