Si Pablo Picasso hubiera nacido en el siglo XXI, ¿sería taurófilo? Es una pregunta recurrente, que hay quien la formula en 2023 y que se podría hacer extensiva a otros artistas como Francisco de Goya, Zuloaga, Sorolla, Miró o Dalí, por ejemplo. O al poeta granadino Federico García Lorca. O al escritor estadounidense Ernest Hemingway. O al cineasta Orson Welles… Es evidente que en las épocas en las que ellos vivieron las cosas en aquellas sociedades eran radicalmente distintas, muy distintas en casi todo. Para empezar, no existía el sentimiento y la conciencia animalista que hoy impera en buena parte de la nuestra. Y, por tanto, pocos eran los que cuestionaban que los toros no fueran un espectáculo de masas no exento de una vertiente artística: por eso se le denominó el arte de Cúchares.
En la pasada Feria Taurina de Murcia causó cierta polémica la presencia en un burladero del callejón de la plaza de La Condomina del tenista Carlos Alcaraz. Las redes sociales se hicieron eco de esta circunstancia y, una vez más, los partidarios y detractores de la tauromaquia se enzarzaron a la gresca. Alcaraz acudió a esa corrida porque en ella toreaba José María Manzanares, tan forofo del golf como él y con el que mantiene amistad, quien le brindó uno de los toros que mató esa tarde. Previamente, el tenista lo había consultado con sus patrocinadores, que a priori no lo veían con muy buenos ojos, si bien al final aceptaron que acudiera, pero con una salvedad: no hacer manifestaciones a los medios de comunicación allí presentes. Entre aclamaciones, el tenista accedió por el callejón hasta su localidad acompañado por el torero Pepín Líria y el exfutbolista y exseleccionador nacional José Antonio Camacho, quien había pregonado la Feria días atrás.
A lo largo de los dos últimos siglos, existen ejemplos paradójicos a la hora de enjuiciar qué puede o qué no puede suponer para cada uno de los mortales la denominada fiesta nacional. En 1940 visitó nuestro país Heinrich Himmler, el creador de las temibles SS nazis. Lo llevaron a Las Ventas a modo de agasajo y le presentaron un cartel compuesto por los diestros Marcial Lalanda, Gallito y Pepe Luis Vázquez. Aseguran las crónicas que el lugarteniente de Hitler no pudo aguantar el espectáculo, que lo abandonó precipitadamente y que lo calificó de “cruel”. Curiosa expresión en boca de alguien con amplias responsabilidades criminales contra los judíos en el Holocausto.
Por contraste, en septiembre de 1959, cuando Ernesto Che Guevara visitó Madrid por segunda vez, asistió a una corrida en Las Ventas, ataviado con su uniforme verde oliva y su emblemática boina, mientras se fumaba un habano tan monumental como la misma plaza que lo albergaba. Cuenta el fotógrafo César Lucas, que lo acompañó y fotografió, que el guerrillero disfrutó como pocas veces lo hizo en su agitada existencia, junto a miembros de su revolucionaria guardia pretoriana desde una de las barreras del coso.
En junio de 2007, la presencia de los cantautores Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina en la plaza de toros de Barcelona levantó ampollas entre los antitaurinos. Una circunstancia que se repitió meses después, en noviembre, en la de México, donde ambos, junto al también cantante Miguel Bosé -hijo del torero Luis Miguel Dominguín-, acudieron para ver la faena de José Tomás, al que no solo idolatraban sino que jaleaban. Hasta el punto de que un grupo ecologista argentino llegó a declararlos como personas non gratas.
Hace unos días falleció el artista colombiano Fernando Botero, mientras en el Centro Cultural Las Claras de Murcia se acababa de inaugurar una exposición sobre su obra, con medio centenar de pinturas, esculturas, dibujos y acuarelas de diversas épocas. Botero, taurino confeso, declaró en 2019 durante una entrevista que “los toros existirán siempre, porque forman parte de la cultura española y universal”. Lo cierto es que el número de festejos taurinos -y por ende de espectadores que asisten a los mismos- ha decrecido de manera considerable en España en los últimos años. En la década previa a la pandemia, los organizados se redujeron casi a la mitad, según datos del Ministerio de Cultura. Sin embargo, un estudio elaborado recientemente para ese mismo departamento gubernamental asegura que los toros interesan al 25% de la población española.
“La tauromaquia sufre el desamparo de las administraciones públicas, un enemigo feroz e implacable”, escribió en julio de 2022, en las páginas del diario El País, el crítico Antonio Lorca. Un derrotero parecido al del boxeo, otro espectáculo que en años pasados gozó del favor del público en nuestro país, y que dio grandes campeones en las diferentes categorías al continente y al mundo. Pero el declive del deporte de las doce cuerdas se inició cuando dejó de contar con apoyos públicos, retransmisiones televisivas y la atención, en general, de los medios de comunicación. Hoy, es evidente que no deja de ser algo residual en España.
Existe una frase en el mundillo pugilístico que puede ser aplicada tanto para un boxeador como para un torero: la de que un campeón es alguien que se levanta cuando no puede. Con todo, la cosa apunta a que el boxeo, como los toros, están hoy de capa caída. “La tauromaquia puede acabar como una sombra de sí misma, andrajosa y enferma, si persisten el desamparo institucional y el desinterés interno”, sentenció Antonio Lorca en su artículo del año pasado. Suena a algo así como lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible, como ya advirtiera alguien al que llamaron el Guerra. Y claro que se puede ser de izquierdas y taurino; tanto como de derechas y animalista.
Si Pablo Picasso hubiera nacido en el siglo XXI, ¿sería taurófilo? Es una pregunta recurrente, que hay quien la formula en 2023 y que se podría hacer extensiva a otros artistas como Francisco de Goya, Zuloaga, Sorolla, Miró o Dalí, por ejemplo. O al poeta granadino Federico García Lorca. O al escritor estadounidense Ernest Hemingway. O al cineasta Orson Welles… Es evidente que en las épocas en las que ellos vivieron las cosas en aquellas sociedades eran radicalmente distintas, muy distintas en casi todo. Para empezar, no existía el sentimiento y la conciencia animalista que hoy impera en buena parte de la nuestra. Y, por tanto, pocos eran los que cuestionaban que los toros no fueran un espectáculo de masas no exento de una vertiente artística: por eso se le denominó el arte de Cúchares.
En la pasada Feria Taurina de Murcia causó cierta polémica la presencia en un burladero del callejón de la plaza de La Condomina del tenista Carlos Alcaraz. Las redes sociales se hicieron eco de esta circunstancia y, una vez más, los partidarios y detractores de la tauromaquia se enzarzaron a la gresca. Alcaraz acudió a esa corrida porque en ella toreaba José María Manzanares, tan forofo del golf como él y con el que mantiene amistad, quien le brindó uno de los toros que mató esa tarde. Previamente, el tenista lo había consultado con sus patrocinadores, que a priori no lo veían con muy buenos ojos, si bien al final aceptaron que acudiera, pero con una salvedad: no hacer manifestaciones a los medios de comunicación allí presentes. Entre aclamaciones, el tenista accedió por el callejón hasta su localidad acompañado por el torero Pepín Líria y el exfutbolista y exseleccionador nacional José Antonio Camacho, quien había pregonado la Feria días atrás.