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Una ofensa a la conciencia

Hace unos años, en compañía de mi familia, aprovechando unos días por Madrid, tragando mucha, pero que mucha saliva, visitamos la conocida como Abadía Benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. De camino dije: vamos a visitar un símbolo fascista porque os recuerdo que España fue fascista. Y en efecto, encontramos un recinto sepulcral y tenebroso enclavado en un bosque, resguardado por sacerdotes y empleados del Consejo de Administración del Patrimonio Nacional.

De inmediato nos dimos cuenta que la poca gente allí presente mantiene un aire de propiedad y de pertenencia. Allí éramos extraños, y ellos estaban en su lugar. Los últimos fascistas, protegidos por un Estado inexplicablemente complaciente.

Me parece una ofensa a la conciencia humana que este monumento siga manteniendo tal carácter y protegido inclusive por el Estado mientras que el cuerpo de Federico García Lorca y los de decenas de miles, víctimas de aquellos mismos hombres allí enterrados, están todavía tirados en lugares anónimos, sin que sus descendientes ni la historia sepan de ellos. Qué triste que en España no exista lugar oficial en donde ir a recordar la cruenta contienda que desangró este país. Y es que en España nunca hubo una reconciliación nacional, sino una victoria aplastante de unos contra otros; aquello sigue siendo un símbolo fascista que se ha perpetuado con el todavía en vigor nacionalcatolicismo.

Alemania, sin embargo, sí se enfrentó a los horrores que habían cometido en nombre del Tercer Reich. Decidieron borrar de la faz de la tierra el lugar exacto de la muerte de Hitler, su búnker en Berlín, justamente porque no quisieron legar a sus nefastos discípulos un lugar de peregrinaje. A través de los años los alemanes también han podido enfrentar sus demonios y hoy en día, en debate abierto y consciente, asumen su responsabilidad ante el genocidio que se cometió, mostrando al público aquellos atroces campos de concentración.

Con el argumento de no “reabrir heridas” la derecha española nunca tuvo intención de actuar sobre el Valle de los Caídos para cambiar su significado. Pero, después de que fuera aprobada en 2007 la Ley de Memoria Histórica, con 304 votos a favor, 3 en contra y 18 abstenciones, ésta encomendaba a la Fundación Gestora del Valle de los Caídos trabajar en los objetivos de “honrar y rehabilitar la memoria de todas las personas fallecidas a consecuencia de la Guerra Civil entre 1936-1939 y de la represión que la siguió”. Y culminaba: “Fomentará las aspiraciones de reconciliación y convivencia que hay en nuestra sociedad”.

Creo que todos estamos de acuerdo en que es un lugar que debe mantenerse. Pero, lo sensato era sacar de allí los restos del dictador; es la única forma de reparar la humillante ofensa a los republicanos, en especial a los enterrados allí sin su consentimiento, se conocía que no sería fácil la tarea, pero era irrenunciable. Hay que hacer cumplir la ley, y creo que, inmediatamente después del dictador de allí tiene que salir esa Comunidad Benedictina y, sustituir esa inmensa cruz por dos banderas: la vigente y la republicana, para así, lograr dar una nueva visión e incorporar valores democráticos. Un buen nombre podría ser `El Valle de la Concordia´.

Hace unos años, en compañía de mi familia, aprovechando unos días por Madrid, tragando mucha, pero que mucha saliva, visitamos la conocida como Abadía Benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. De camino dije: vamos a visitar un símbolo fascista porque os recuerdo que España fue fascista. Y en efecto, encontramos un recinto sepulcral y tenebroso enclavado en un bosque, resguardado por sacerdotes y empleados del Consejo de Administración del Patrimonio Nacional.

De inmediato nos dimos cuenta que la poca gente allí presente mantiene un aire de propiedad y de pertenencia. Allí éramos extraños, y ellos estaban en su lugar. Los últimos fascistas, protegidos por un Estado inexplicablemente complaciente.