Me fascinan los cuentos tradicionales, lo que reflejan de la sociedad de cada momento y aquello que los convierte en clásicos porque siempre está vigente. Cuando cuento historias como las de Blancanieves o Caperucita Roja, me gusta que los niños se den cuenta de que fueron “pavas” porque no hicieron caso de los consejos de los que se preocupaban por ellas. Blancanieves abre la puerta a la bruja, aunque los enanitos le han pedido que no lo haga y Caperucita habla con el lobo y ¡le hace caso! a pesar de la advertencia de su madre.
Hace unos siglos a los niños había que explicarles los peligros del bosque: animales salvajes, hombres desconocidos, que se perdieran... Por desgracia la cosa no ha cambiado tanto y, sin embargo, las historias que les contamos no nos sirven para que aprendan esas lecciones. Una madre de la Edad Media asustaba a su hija con el terrible lobo y una madre del siglo XXI apaga el informativo cuando hablan de pederastas porque son cosas “difíciles para explicarle a un crío” y le pone Dora Exploradora, que recorre el bosque en misiones absurdas sin que nunca le ocurra nada grave.
En este principio de curso, la Policía está dando charlas en los colegios para que los niños aprendan que hay peligros en la calle y en internet para los que esta sociedad no les ha preparado. Que puede haber hombres malos que les desvíen de su camino, como el lobo hizo con Caperucita, que existe el Hombre del Saco capaz de llevárselos. Cosas tan básicas como que tienes que gritar muy fuerte si alguien pretende separarte de tus padres o tu zona de juegos, que no puedes aceptar regalos sin que tus padres lo sepan, que NADIE puede tocarte, ni pedirte que guardes un secreto que te hace sentir mal.
Después de la visita de la Policía a un colegio, le pregunté a una de las niñas mayores: “¿Qué harías tú si estás sola y un extraño te dice algo por la calle?”, y ella me contestó. “nunca le hablaría, pero la verdad es que nunca voy sola por la calle”. Tiene 11 años. A esa edad los “niños de EGB” hacíamos un montón de cosas solos por la calle, pero reconozco que no sé si yo estoy preparada para dejar que mi hijo las haga. Como no queremos explicarle a nuestros hijos que el Hombre del Saco existe, como es más fácil tenerlos en casa viendo Dora Exploradora, hemos decidido que lo único seguro es no perderles de vista ni un segundo. Sólo que eso es imposible y no les prepara para enfrentarse al mundo.
He vuelto a leer la Caperucita Roja de los hermanos Grimm y me he dado cuenta de algo fundamental: la niña no es pava, es la madre la que nunca le explica cómo es un lobo.
Me fascinan los cuentos tradicionales, lo que reflejan de la sociedad de cada momento y aquello que los convierte en clásicos porque siempre está vigente. Cuando cuento historias como las de Blancanieves o Caperucita Roja, me gusta que los niños se den cuenta de que fueron “pavas” porque no hicieron caso de los consejos de los que se preocupaban por ellas. Blancanieves abre la puerta a la bruja, aunque los enanitos le han pedido que no lo haga y Caperucita habla con el lobo y ¡le hace caso! a pesar de la advertencia de su madre.
Hace unos siglos a los niños había que explicarles los peligros del bosque: animales salvajes, hombres desconocidos, que se perdieran... Por desgracia la cosa no ha cambiado tanto y, sin embargo, las historias que les contamos no nos sirven para que aprendan esas lecciones. Una madre de la Edad Media asustaba a su hija con el terrible lobo y una madre del siglo XXI apaga el informativo cuando hablan de pederastas porque son cosas “difíciles para explicarle a un crío” y le pone Dora Exploradora, que recorre el bosque en misiones absurdas sin que nunca le ocurra nada grave.