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Los pactos de Estado y el belicismo de López Miras

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Feijóo se reunirá este jueves con Pedro Sánchez y le ofrecerá un pacto de gobernabilidad sin líneas rojas. Si de verdad así sucede, la política española habrá pasado de la pubertad del “y tú más” a la madurez de los grandes consensos en cuestión de días. El nuevo presidente del PP quiere marcar distancia con la irresponsable forma de hacer política del equipo anterior y, ya de paso –y mediante la priorización del diálogo- alejarse del frentismo insano de Vox. El objetivo de recuperarle votos a la ultraderecha pasa por una estrategia de moderación que, inevitablemente, exige una entrega de los odios personales acérrimos. Ha llegado el momento de que cualquiera no puede tener puestos de responsabilidad en la política española, y de que desempeñar un cargo público exija un mínimo grado de madurez, de formación y de talante.

El problema al que se va a enfrentar Feijóo en este nuevo periodo de entendimiento con Pedro Sánchez es que la grada ha sido muy mal educada en la cultura de la gresca y del griterío. Estoy completamente convencido de que, cada vez que Feijóo afirma que no ha dado el paso a la política nacional para insultar a Pedro Sánchez y de que hay que trabajar para lograr pactos de Estado, una buena parte de los afiliados aplaudirá con sordina y con los dientes apretados. Y es evidente que, entre los que habrán sido pillados con el pie cambiado por el súbito cambio de discurso, se encontrará López Miras. Aunque ahora pretenda minimizar las sobreactuaciones del pasado, el presidente de la Región de Murcia es de la escuela y de los modales de García Egea. El clamoroso cambio de dirección de sus abrazos –antes, hacia el de Cieza; ahora hacia el gallego- recuerda la teoría de Hannah Arendt sobre la “banalidad del mal”. Aplicando el argumento sobre el que esta descansa al caso del político murciano, López Miras no habría realizado acto de fe del “teodorismo” porque realmente lo sintiera como una suerte de verdad revelada, sino porque se trataba de un mero “burócrata”, de un “operario” dentro del sistema autoritario diseñado por Génova. López Miras hizo lo que le dijeron que tenía que hacer, poniendo en suspenso su voluntad, dejándose arrastrar por la banalidad del aparato. Sus actos fueron los propios de un peón, no los de un general con mando en plaza.

Se crea o no Feijóo todo este relato exculpatorio –si es tan ingenuo como para tragárselo, será señal de que se trata de un político sobrevalorado y no tan inteligente como se quiere hacer ver-, lo cierto es que la única política que ha sabido y podido aplicar López Miras durante su estadía en San Esteban ha sido la de la confrontación con el gobierno central y la culpabilización de Pedro Sánchez como causa y origen de todos los males de la Región de Murcia. No ha habido día en el que el jefe del ejecutivo murciano no realizara alguna declaración que pivotara en torno a su verbo favorito –“exigir”-, y mediante la cual señalara a La Moncloa como la particular fábrica de plagas del sureste español. Este ha sido su programa de gobierno. Por más que rasquemos no encontraremos más. Y, claro está, si el nuevo rumbo de Génova señala los pactos de Estado como la estrategia preferente, ¿cómo se va a comportar un presidente autonómico como López Miras que lo único que sabe hacer es arremeter contra Pedro Sánchez? Habida cuenta de que su principal y desesperado objetivo es sobrevivir en política a costa de lo que sea, es probable que su voluntad sea reducir su acendrada actitud belicista ante el Gobierno central. Pero ¿lo conseguirá? ¿Le jugarán malas pasadas los automatismos que tiene tan interiorizados? ¿Conseguirá disciplinar su indomable frentismo y ajustarse a este nuevo marco de abstinencia verbal? Si tuviera que apostar, lo haría a que no va a ser capaz. Y no porque no lo pretenda, sino porque no sabe hacer otra cosa. Es eso o la irrelevancia. Enfrentarse todos los días a los medios y no tener el “comodín de Sánchez” al que culpar de todos los males del universo constituye un drama para él.   

Feijóo se reunirá este jueves con Pedro Sánchez y le ofrecerá un pacto de gobernabilidad sin líneas rojas. Si de verdad así sucede, la política española habrá pasado de la pubertad del “y tú más” a la madurez de los grandes consensos en cuestión de días. El nuevo presidente del PP quiere marcar distancia con la irresponsable forma de hacer política del equipo anterior y, ya de paso –y mediante la priorización del diálogo- alejarse del frentismo insano de Vox. El objetivo de recuperarle votos a la ultraderecha pasa por una estrategia de moderación que, inevitablemente, exige una entrega de los odios personales acérrimos. Ha llegado el momento de que cualquiera no puede tener puestos de responsabilidad en la política española, y de que desempeñar un cargo público exija un mínimo grado de madurez, de formación y de talante.

El problema al que se va a enfrentar Feijóo en este nuevo periodo de entendimiento con Pedro Sánchez es que la grada ha sido muy mal educada en la cultura de la gresca y del griterío. Estoy completamente convencido de que, cada vez que Feijóo afirma que no ha dado el paso a la política nacional para insultar a Pedro Sánchez y de que hay que trabajar para lograr pactos de Estado, una buena parte de los afiliados aplaudirá con sordina y con los dientes apretados. Y es evidente que, entre los que habrán sido pillados con el pie cambiado por el súbito cambio de discurso, se encontrará López Miras. Aunque ahora pretenda minimizar las sobreactuaciones del pasado, el presidente de la Región de Murcia es de la escuela y de los modales de García Egea. El clamoroso cambio de dirección de sus abrazos –antes, hacia el de Cieza; ahora hacia el gallego- recuerda la teoría de Hannah Arendt sobre la “banalidad del mal”. Aplicando el argumento sobre el que esta descansa al caso del político murciano, López Miras no habría realizado acto de fe del “teodorismo” porque realmente lo sintiera como una suerte de verdad revelada, sino porque se trataba de un mero “burócrata”, de un “operario” dentro del sistema autoritario diseñado por Génova. López Miras hizo lo que le dijeron que tenía que hacer, poniendo en suspenso su voluntad, dejándose arrastrar por la banalidad del aparato. Sus actos fueron los propios de un peón, no los de un general con mando en plaza.