El reino de este mundo es como el Gran Empresario que se lanza a buscar nuevos mercados. Pero antes de marchar, llama a sus empleados y les encomienda sus finanzas. A uno le presta cinco millones, a otro dos, a otro uno; a cada uno según sus posibilidades. Y entonces se va al extranjero. Inmediatamente, el que había recibido cinco millones negocia con ellos y gana otros cinco. Lo mismo hace el que había recibido dos millones, ganando otros dos. El que había recibido un millón se fue a su despacho, un cubículo perdido en la novena planta, y guarda el dinero en la caja fuerte.
Pasados unos meses, se presenta el Gran Empresario ante sus empleados para pedirles cuentas. Se acercó el que había recibido cinco millones y le presentó otros cinco diciendo: “Jefe, me diste cinco millones y los he multiplicado”. El Jefe respondió complacido: “Muy bien, empleado eficiente y cumplidor; has sido de fiar en lo menudo, te pongo al frente de lo importante. Tendrás un ascenso. Quedas invitado a la boda de mi hija”. Se acercó el que había recibido los dos millones y dijo: “Jefe, me diste dos millones y los he multiplicado”. El Jefe respondió complacido: “Muy bien, empleado eficiente y cumplidor; has sido de fiar en lo menudo, te pongo al frente de lo importante. Tendrás un ascenso. Tú también estás invitado a la boda de mi hija”. Se acercó entonces el que había recibido un millón y dijo: “Jefe, me he dado cuenta de que eres un explotador, que negocias donde no has invertido, firmas contratos fraudulentos y especulas obteniendo beneficios sin trabajar. Como me daban tanto miedo estos asuntos, decidí guardar tu millón; aquí lo tienes. Yo… no comparto los idearios de esta empresa, y creo que ya no quiero formar parte de ella”. El Jefe le respondió: “Empleado indigno y holgazán, puesto que sabías que negocio donde no invierto y que saco beneficios sin trabajar, tú tenías que haber depositado el dinero en una cuenta en Suiza para que, al menos, hoy lo pudiera retirar con rendimientos. Pero ni para eso has servido”. Y volviéndose hacia sus empleados, les dijo: “Quitadle el millón y dádselo al que tiene diez. Pues al que mucho tiene, se le dará aún más y al que no tiene nada, se le quitará aun lo que no tiene. Al empleado díscolo, echadlo a la calle. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Exégesis:
Antiguamente la palabra “talento” (talentum en latín, tálanton en griego), designaba tanto el platillo de la balanza como cierta moneda de oro, de ahí esta parábola bíblica, que hace del dinero una metáfora sobre las dotes naturales que debemos aprovechar, o sea, del desarrollo máximo de las aptitudes. Podría ser, sin forzar la etimología, que este mismo término se encontrara en el siglo XVI bajo la forma de “tálero/thaler” en alemán (de Joachimsthaler, una antigua mina de plata) y “tólar” en esloveno, términos que derivaron en el “dólar” español, que fue la denominación adoptada para su moneda por los EEUU en 1776.
El “talento” nace como moneda, es resignificado por la Biblia en dotes, aptitudes y talento (de ahí vendrá también talante), y sin embargo ambos significados, talento y dinero, acabaron fundiéndose como la falsa moneda. Estaríamos ante uno de los mitos fundacionales del capitalismo, esa doctrina del “tanto tienes, tanto vales”, con la que nos han envenenado.
Esta parábola, extraída con muy escasas variaciones de la Biblia, ha ido circulando de generación en generación hasta llegar a nuestros días en su forma más deturpada y literal. Es decir, sin parábola y sin talentos.
El reino de este mundo es como el Gran Empresario que se lanza a buscar nuevos mercados. Pero antes de marchar, llama a sus empleados y les encomienda sus finanzas. A uno le presta cinco millones, a otro dos, a otro uno; a cada uno según sus posibilidades. Y entonces se va al extranjero. Inmediatamente, el que había recibido cinco millones negocia con ellos y gana otros cinco. Lo mismo hace el que había recibido dos millones, ganando otros dos. El que había recibido un millón se fue a su despacho, un cubículo perdido en la novena planta, y guarda el dinero en la caja fuerte.
Pasados unos meses, se presenta el Gran Empresario ante sus empleados para pedirles cuentas. Se acercó el que había recibido cinco millones y le presentó otros cinco diciendo: “Jefe, me diste cinco millones y los he multiplicado”. El Jefe respondió complacido: “Muy bien, empleado eficiente y cumplidor; has sido de fiar en lo menudo, te pongo al frente de lo importante. Tendrás un ascenso. Quedas invitado a la boda de mi hija”. Se acercó el que había recibido los dos millones y dijo: “Jefe, me diste dos millones y los he multiplicado”. El Jefe respondió complacido: “Muy bien, empleado eficiente y cumplidor; has sido de fiar en lo menudo, te pongo al frente de lo importante. Tendrás un ascenso. Tú también estás invitado a la boda de mi hija”. Se acercó entonces el que había recibido un millón y dijo: “Jefe, me he dado cuenta de que eres un explotador, que negocias donde no has invertido, firmas contratos fraudulentos y especulas obteniendo beneficios sin trabajar. Como me daban tanto miedo estos asuntos, decidí guardar tu millón; aquí lo tienes. Yo… no comparto los idearios de esta empresa, y creo que ya no quiero formar parte de ella”. El Jefe le respondió: “Empleado indigno y holgazán, puesto que sabías que negocio donde no invierto y que saco beneficios sin trabajar, tú tenías que haber depositado el dinero en una cuenta en Suiza para que, al menos, hoy lo pudiera retirar con rendimientos. Pero ni para eso has servido”. Y volviéndose hacia sus empleados, les dijo: “Quitadle el millón y dádselo al que tiene diez. Pues al que mucho tiene, se le dará aún más y al que no tiene nada, se le quitará aun lo que no tiene. Al empleado díscolo, echadlo a la calle. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.