Me ha parecido escuchar algo. Un ruido de cadenas. Ah, es el sonido de las cadenas de los trabajadores esclavos. Trabajan duro desde el amanecer hasta la puesta del sol para aclarar todo este desastre. El temporal se lo llevó todo y ellos ya cobran sus pagas de cuatro, ochocientos euros a nuestras expensas.
Cómo me gustan los dramas carcelarios, la épica de los condenados. Tendido en mi sofá, comparto las penas de Cool Hand Luke y otro día salgo a la calle intentando afrontar la vida con el mismo espíritu. ¿Sabes cuál es el problema, Luke? Que algunos no quieren aprender. ¡Ah! Ese es el bendito problema, que no queremos aprender, esto es, someternos a la tiranía de los imbéciles que quieren condenarnos por existir. Uno acaba maldiciendo la existencia hasta que le llega la brisa, la excitante brisa del mar y se da cuenta de que está equivocado: no es la vida, no es el mundo, es la tiranía de los imbéciles lo que está definitivamente mal.
Toda esta retahíla viene porque el otro día leí que algunos ayuntamientos iban a reclamar la mano de obra de los parados de manera obligatoria y gratuita para reparar los daños producidos por la DANA, es decir, por las políticas medioambientales y urbanísticas del gobierno regional. Al principio, lo tomé con desdén. Pensé que se trataba de una muestra más de la incompetencia o la ignorancia del político de turno. Si emplean a una parado, ya no estará parado, sino empleado. ¿O estamos hablando de una especie de parado de Schrödinger, que tiene la facultad de estar parado y trabajando simultáneamente?
La lógica es tan de cajón que hasta me daba vergüenza ajena explicarla. Pero el público ya estaba enredado en una absurda discusión sobre la conveniencia de llevar a cabo esta medida. Uno de ellos propuso que se utilizara a los presos para la tarea. Pero hombre, lo reconvine, eso de convertir a los presidiarios en mano de obra esclava era cosa de Franco. Y el hombre se enardeció y aplaudió mi comentario, porque creía que esto lo decía yo en alabanza de la figura del dictador.
Lo que yo no había imaginado era que esto estaba previsto por un Real Decreto aprobado por el Gobierno el pasado viernes y amparado, además, en una ley de 1982. Era yo el ingenuo, el ignorante.
Desde que tengo uso de memoria, el parado ha sido una persona despreciada por la sociedad. Un 'outsider', un vago. Socialmente, esto cambió un poco a raíz de que durante la crisis más de un cuarto de la población y prácticamente la mitad de la juventud se encontrara desempleada. Fue un fallo del Establishment. Trabajadores y trabajadoras profesionales y bien considerados se encontraron fuera del sistema de un día para otro, sin noción de futuro, desorientados y, en muchos casos, avergonzados como si fuera culpa de ellos y no producto del reventón mundial de una banca carroñera que en España se sirvió, además, del dinero de todos para amortiguar su caída. Quiero decir que cambió ligeramente la consideración del parado, porque ya se percibía que cualquiera, casi, podía quedar en esa situación.
Sin embargo, el Estado insistió e insiste en culpabilizar al parado por su estado. Por gandul. De nada sirve explicar que antes de cobrar cuatro meses de prestación has estado un año trabajando y cotizando. Que todos los días, en cualquier pequeña compra, todos, incluso los parados, estamos aportando una quinta parte del precio al Estado en forma de impuestos. Y, en definitiva, ¿a quién pertenece el Estado? ¿No pertenece, también, a los parados? Pues se han ido recortando sus prestaciones con medidas infames como la de calcular el tiempo trabajado en bloques de seis meses, cuando antes se calculaban los días, tirando periodos de hasta cinco meses y veintinueve días al cubo de la basura junto a la dignidad del demandante.
Y ahora quieren que el parado trabaje gratis. La pregunta es evidente: ¿por qué no los contratan?, ¿acaso pretenden que una persona que cobra cuatro, ochocientos euros, realice jornadas de ocho horas de desescombro a cambio? Es probable que muchos de ellos y ellas estuvieran dispuestos a hacer esto de forma voluntaria, pero si lo hacen forzadas, ¿dónde quedará su dignidad?, ¿la venderán por cuatrocientos euros miserables?, ¿en qué momento, si están desescombrando a jornada completa, podrán buscar un trabajo de verdad, remunerado?
Ya parece que lo escucho a lo lejos, es el sonido de las cadenas de los trabajadores esclavos.