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Pasión arboricida en Cartagena

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Si hay algo que no sobra en Cartagena son árboles. Nuestra ciudad no tiene suficientes árboles ni en los parques del entorno urbano, ni en los montes que la circundan ni en ninguna de sus diputaciones. Nuestro clima subdesértico, unido a las talas abusivas del pasado, hacen que nuestro paisaje sea muy desolado. Ni bosques mediterráneos, ni densos pinares, ni encinares, ni nada de nada. Lo poco que hay procede de repoblaciones forestales de los años cincuenta y sesenta. Las fotos en blanco y negro de antes de la guerra civil nos revelan un panorama de colinas peladas. Y, además, los pocos árboles urbanos que hay siempre han estorbado a las ansias constructivas dentro y fuera de la ciudad. El penúltimo ejemplo lo tuvimos hace tres años: los vecinos del barrio de la Concepción protestaron infructuosamente para evitar la desaparición de una de las pocas arboledas que teníamos, la pinada de los Cuatro Picos, que al final cayó para dejar paso a una urbanización de chalets. Y ahora la historia se repite unos kilómetros más allá, en un palmeral de la playa de San Ginés, entre La Azohía e Isla Plana.

El palmeral amenazado se encuentra en primera línea del mar y tiene la estampa hermosa de un oasis antiguo. Al atardecer te salen unas fotos que podrían pasar por caribeñas, es un rincón de una belleza singular, salvaje, romántico, insólito en estos tiempos. Y como ahora ya no hay crisis económica y vuelve el ladrillo, la voracidad constructiva amenaza con hacerlo desaparecer. Y no para hacer una urbanización sostenible acorde con los tiempos: lo que hay proyectado es un monstruoso complejo de 135 viviendas repartidas en bloques de pisos.

Los vecinos de La Azohía, alarmados por las previsiones municipales de destrucción de la zona arbolada y natural del área Palmeral-Rambla del Cañar, se han empezado a movilizar recogiendo firmas contra el proyecto y exigen al Ayuntamiento de Cartagena proteger el área arbolada bien conservada que corre por la margen izquierda del final de la rambla del Cañar, así como la anulación de cualquier aprobación que se haya producido en esa área con la idea de urbanizarla, por imprudente, antiecológica y antisocial.

Y estos vecinos también le recuerdan al consistorio que el discurso de la sostenibilidad ambiental necesita de muestras fehacientes, decisiones sensatas y una voluntad clara, siempre orientadas a permitir la supervivencia de nuestros escasos espacios litorales libres, así como la calidad de vida de los ciudadanos. Y que el litoral no se debe tratar en 2024 como se hacía en los años sesenta, entregándolo a la voracidad de los promotores y la lenidad de las autoridades.

Todo esto dicen en un manifiesto que va circulando ya de mano en mano por las redes y nos hacen un llamamiento a la ciudadanía de Cartagena para que apoyemos sus reivindicaciones. Yo creo que son legítimas. Ese palmeral hay que salvarlo. Las casas deben ir a otro sitio. demasiada presión urbanística sufren nuestras costas ya. “Destrucción a toda costa”, decía un lema tan cínico como acertado de un titular periodístico del pasado. 'Pasión arboricida' he titulado yo este artículo mío. Qué manía, pero qué manía tenemos de talar árboles en esta ciudad nuestra. Qué avaricia, qué ilimitada es la voracidad de los constructores, qué exageración de demanda de pisos en primera línea de mar, qué manera de cargárnoslo todo, qué pena saber que va a ser muy difícil parar este atropello una vez más.

Si hay algo que no sobra en Cartagena son árboles. Nuestra ciudad no tiene suficientes árboles ni en los parques del entorno urbano, ni en los montes que la circundan ni en ninguna de sus diputaciones. Nuestro clima subdesértico, unido a las talas abusivas del pasado, hacen que nuestro paisaje sea muy desolado. Ni bosques mediterráneos, ni densos pinares, ni encinares, ni nada de nada. Lo poco que hay procede de repoblaciones forestales de los años cincuenta y sesenta. Las fotos en blanco y negro de antes de la guerra civil nos revelan un panorama de colinas peladas. Y, además, los pocos árboles urbanos que hay siempre han estorbado a las ansias constructivas dentro y fuera de la ciudad. El penúltimo ejemplo lo tuvimos hace tres años: los vecinos del barrio de la Concepción protestaron infructuosamente para evitar la desaparición de una de las pocas arboledas que teníamos, la pinada de los Cuatro Picos, que al final cayó para dejar paso a una urbanización de chalets. Y ahora la historia se repite unos kilómetros más allá, en un palmeral de la playa de San Ginés, entre La Azohía e Isla Plana.

El palmeral amenazado se encuentra en primera línea del mar y tiene la estampa hermosa de un oasis antiguo. Al atardecer te salen unas fotos que podrían pasar por caribeñas, es un rincón de una belleza singular, salvaje, romántico, insólito en estos tiempos. Y como ahora ya no hay crisis económica y vuelve el ladrillo, la voracidad constructiva amenaza con hacerlo desaparecer. Y no para hacer una urbanización sostenible acorde con los tiempos: lo que hay proyectado es un monstruoso complejo de 135 viviendas repartidas en bloques de pisos.