Cuando se me invitó a pronunciar la conferencia inaugural de la Feria del Cordero Segureño, en noviembre de 2019, me empleé a fondo por reivindicar la ganadería extensiva de tradición y calidad, el protagonismo austero y estratégico del pastor y los bienes, en general, del secano creativo y respetuoso; creía en ello y estoy dispuesto a defenderlo aquí y ahora. Cuando he sabido que, sobre los varios miles de cabezas de ganado porcino, ya existentes en el municipio caravaqueño y almacenados miserablemente en granjas contaminantes y patogénicas, se quieren añadir otros 5.000 cerdos estabulados, quintaesencia de la antiganadería, me he sentido tocado: no voy a decir burlado, ya que este sinsentido tiene un objeto y un horizonte de alcance y trascendencia; pero sí encrespado por el dislate y la contradicción, y obligado a responder: el cordero segureño, libre y sano, es incompatible con el cerdo blanco, amontonado y pestífero, así que...
Es como si, en una dimensión bien distinta pero igualmente grotesca, en las proximidades y a la vista del santuario de la Santa Cruz, el Ayuntamiento de Caravaca autorizara un prostíbulo más o menos camuflado, provocador y hasta desafiante, y estuviera promovido por algún emprendedor de estos a los que ahora tanto se corteja, con su influencia política y su discurso baboso. Y que, cinco siglos después, al eco de los pasos, suaves pero infatigables, de la Madre Teresa (de Cepeda y Ahumada), andarina, fundadora, sabia y divina, rebotara, escandalizado, en esas paredes de exaltación de humanos goces, si bien pecaminosos. No hago esta comparación gratuita ni irrespetuosamente: la Santa de Ávila se incrustó en mi cultura infantil durante mi etapa abulense, cuando tenía a la vista, cada día, a la Encarnación teresiana y al cerco fuerte y ascético de ciudad tan bien murada. Así que por esto me molesta, y mucho, que el rollo que se marcan tantos en Caravaca, con la Cruz y sus circunstancias, con la historia, la fe y la cultura, choque tan descaradamente con la pestilencia porcina que, después de ensañarse con los páramos lorquinos, se ha movido hacia los pagos caravaqueños, donde parece sentirse libre y a sus anchas, anunciando que acabará cercándolo todo.
Recorría, con mis amigos de Archivel, el bello cauce del Argos dejando, a nuestra izquierda, las granjas porcinas de denso y fatídico animaleo, de cuyo agua de suministro no se sabe todo; y a la derecha, una inmensa plantación, ilegal por supuesto, de parral transgénico; a trechos, la orilla derecha del propio río, se mostraba orlada –voto a tal–de colgajos de plástico y tuberías de desecho, todo ello con la marca del parral multigusto, surgido del secano ante los ojos de todo el mundo, en especial de los muy entusiastas amos de la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS). Aprovechábamos, al paso, para maldecir a esta CHS, nido de prevaricadores, aun sabiendo que las críticas alimentan su estulticia, ya que todo lo consienten si viene de poderosos, y todo lo castigan, si es cosa de discretos (no nos entretuvimos, sin embargo, en nuestra animada charla, en el espectáculo que mientras tanto daban los políticos al mando de la región, y eso que sólo conocíamos la traición, antes del chasco, de los listillos de Ciudadanos, no la requetetraición, bien remunerada, de los villanos de Ciudadanos: cosicas murcianas, puaf, propias de lo que da la mata).
Un rato antes habíamos departido con el alcalde y el concejal de Agricultura poniéndoles, blanco sobre negro, la llamativa conjunción de ilegalidades y desvergüenzas en ese paraje, Las Oícas de Arriba, con la sorprendente impresión –que quisiéramos acertada– de que apenas conocían de la misa la media. Aprovechamos para enterarnos de que un empleado municipal se dedica a obstaculizar la información legal sobre la proyectada ampliación, con duplicación, de una de esas granjas porcinas, burlando y potreando a los vecinos afectados (lo que, bien es verdad que es parte del paisaje, habitual, en los ayuntamientos donde irrumpen agresivos empresarios, con sus apoyos de rigor, siempre a la vista). Alcalde y concejal ya saben del caso y supongo que habrán abierto expediente al susodicho currante (que, más bien, parece que actúa como pachá), además de indagar por el tipo exacto de sus relaciones con el empresario Juan Jiménez, de Lorca, que campea a sus anchas por el citado paraje y el histórico Ayuntamiento.
Creo que conseguimos que nos vieran con pocas ganas de broma, pese a nuestro educado y leal ofrecimiento de colaboración. Los munícipes que se dejan querer por esta peste debieran saber que estas granjas de cerdos son intrínsecamente ruinosas, debido a las draconianas condiciones impuestas por la gran industria cárnica (en este caso, El Pozo, de Alhama), pero que se convierte en rentable (1) cuando son masivas, con un mínimo de 2.000 cabezas, (2) cuando evaden impuestos municipales y regionales, urbanísticos o industriales, (3) cuando no declaran el agua que consumen, (4) cuando no pagan los costes de su tremebunda contaminación, y (5) cuando no se responsabilizan del riesgo sanitario a que someten a la población.
Se nos olvidó decirles que, puesto que la cepa H1N1 de la gripe porcina anda suelta por el mundo desde 2009, habiendo pasado ya a las personas, el Ayuntamiento (los ayuntamientos, todos, de este nuestro Sureste de los lastimeros gruñidos) deberá exigir a los productores de cerdos una póliza de seguro que cubra los daños epidémicos que puedan tener lugar, algo inevitable a plazo: nuestra propuesta, y para que no caiga sobre las administraciones y los contribuyentes los excesos de tan peligroso negocio, es que se exija la cobertura de 100 millones de euros por cada 1.000 cabezas porcinas. Si no, acabará siendo el Ayuntamiento, a la hora de la epidemia, el responsable civil o penal. Queda dicho.
Cuando se me invitó a pronunciar la conferencia inaugural de la Feria del Cordero Segureño, en noviembre de 2019, me empleé a fondo por reivindicar la ganadería extensiva de tradición y calidad, el protagonismo austero y estratégico del pastor y los bienes, en general, del secano creativo y respetuoso; creía en ello y estoy dispuesto a defenderlo aquí y ahora. Cuando he sabido que, sobre los varios miles de cabezas de ganado porcino, ya existentes en el municipio caravaqueño y almacenados miserablemente en granjas contaminantes y patogénicas, se quieren añadir otros 5.000 cerdos estabulados, quintaesencia de la antiganadería, me he sentido tocado: no voy a decir burlado, ya que este sinsentido tiene un objeto y un horizonte de alcance y trascendencia; pero sí encrespado por el dislate y la contradicción, y obligado a responder: el cordero segureño, libre y sano, es incompatible con el cerdo blanco, amontonado y pestífero, así que...
Es como si, en una dimensión bien distinta pero igualmente grotesca, en las proximidades y a la vista del santuario de la Santa Cruz, el Ayuntamiento de Caravaca autorizara un prostíbulo más o menos camuflado, provocador y hasta desafiante, y estuviera promovido por algún emprendedor de estos a los que ahora tanto se corteja, con su influencia política y su discurso baboso. Y que, cinco siglos después, al eco de los pasos, suaves pero infatigables, de la Madre Teresa (de Cepeda y Ahumada), andarina, fundadora, sabia y divina, rebotara, escandalizado, en esas paredes de exaltación de humanos goces, si bien pecaminosos. No hago esta comparación gratuita ni irrespetuosamente: la Santa de Ávila se incrustó en mi cultura infantil durante mi etapa abulense, cuando tenía a la vista, cada día, a la Encarnación teresiana y al cerco fuerte y ascético de ciudad tan bien murada. Así que por esto me molesta, y mucho, que el rollo que se marcan tantos en Caravaca, con la Cruz y sus circunstancias, con la historia, la fe y la cultura, choque tan descaradamente con la pestilencia porcina que, después de ensañarse con los páramos lorquinos, se ha movido hacia los pagos caravaqueños, donde parece sentirse libre y a sus anchas, anunciando que acabará cercándolo todo.