Pensemos en la foto del debate de las elecciones generales de 2015, estaban Rajoy, Rivera, Iglesias y Sánchez. Actualmente en la política activa solo queda Sánchez. Recuerda a la máxima con la que hemos crecido los futboleros de mi generación que definía al fútbol como un deporte que juegan once contra once y siempre ganan los alemanes, regla que estuvo vigente hasta que llegaron Iniesta y compañía. Pues bien, si el lector analiza la historia reciente de la política española, podrá observar que al final, siempre gana Sánchez.
En octubre de 2016 Sánchez fue literalmente defenestrado de la secretaría general del PSOE por Susana Díaz, con mariachis incluidos. En lugar de llorar por las esquinas como está haciendo Casado, entregó el acta, cogió su coche con el listado de afiliados, se dedicó a recorrer España, y al final consiguió ganarle un congreso al aparato del PSOE. Dicho logro fue una gesta importante porque es muy difícil ganarle un pulso al aparato de un partido, ya que, normalmente, los afiliados de los partidos en las batallas internas son cobardes y quieren ir a caballo ganador, como hemos visto recientemente en Murcia en el PP, con el ferviente apoyo de todos sin fisuras a Feijóo, a los que únicamente les falta empezar a hablar gallego en la intimidad.
Posteriormente, a mitad de 2018, y aprovechando la sentencia que condenaba por corrupción al PP, en el peor momento en las encuestas de su partido, consiguió ganar una moción de censura nacional por primera vez en democracia, y acceder a la presidencia del Gobierno, acabando con la carrera política de Rajoy.
En las elecciones de abril de 2019, el partido socialista sumaba con Ciudadanos mayoría absoluta. La negativa irracional e infantil de Albert Rivera a pactar con él finiquitó las aspiraciones políticas del abogado catalán e inició el declive imparable del partido naranja.
En mayo de 2021, Pablo Iglesias, por motivos desconocidos, salió de su Gobierno y se inmoló políticamente en las elecciones madrileñas. Otro rival menos, y el último del debate del 2015 al que hacíamos referencia.
Y las últimas víctimas del sanchismo fueron García Egea y Casado, que infravaloraron a Sánchez y pensaron que la legislatura iba a durar poco tiempo. Al final midieron mal los tiempos, se precipitaron, y han tenido que dar un paso al lado y dejar la primera fila.
Vistos los antecedentes, Yolanda Díaz debería estar preocupada. Sánchez tiene ya los presupuestos aprobados, puede agotar la legislatura sin problemas y le interesa anular políticamente a la vicepresidenta. Además, Podemos está cometiendo errores como ha sucedido en el tema de la invasión de Ucrania. Los podemitas no pueden utilizar el discurso de no a la guerra estando en el Gobierno de la nación. En aquella guerra, quién infringía el derecho internacional era el trío de las Azores, y eran ellos los que invadían con falsedades un país, sin embargo, ahora la situación no es la misma. Ante la invasión de Ucrania por Rusia no queda más salida que asumir posiciones de Estado y apoyar al país invadido, por lo menos, con la entrega de armas de todo tipo, y no incurrir en el infantilismo de distinguir entre armas ofensivas y defensivas, o hablar de los partidos de la guerra.
La última trampa que los socialistas le han tendido a Podemos es el cambio de posición sobre el Sahara. Supone un giro importante en la postura que nuestro país ha tenido sobre este conflicto durante cuarenta años. Se puede discutir su conveniencia o no, realmente han reconocido una situación que de hecho que ya era difícilmente reversible, a cambio de mejorar las relaciones con Marruecos. Aunque en este caso, lo importante no es el fondo sino la forma. El PSOE ha tomado esta decisión sin el conocimiento y consentimiento del partido morado, al cual deja en una situación difícil. Si Podemos apoyase la decisión, sus bases no lo entenderían y quedarían sin contenido las manifestaciones de apoyo al pueblo saharaui. Si no la comparte, que es lo que parece que ha sucedido, es peor todavía, porque es reconocer el ninguneo de Sánchez, y dan lugar a escenas como las vividas recientemente, en la que Yolanda Díaz critica una acción del Gobierno del que forma parte. Queda bastante claro que la intención de Sánchez es enseñar la puerta de salida a sus incómodos socios para poder presentarse a las próximas elecciones como única opción de izquierdas con posibilidades reales de ganar.
Todo apunta a que su próximo duelo político importante va a ser contra Abascal y Feijóo, las cuales no deberían cometer los mismos errores que sus antecesores y no minusvalorar a Sánchez. Y éste tampoco debería confiarse por haber salido victorioso de tantas disputas políticas, ya que la historia nos demuestra que al final, en todas las carreras políticas siempre llega un Waterloo, normalmente precedido de un Austerlitz.
Pensemos en la foto del debate de las elecciones generales de 2015, estaban Rajoy, Rivera, Iglesias y Sánchez. Actualmente en la política activa solo queda Sánchez. Recuerda a la máxima con la que hemos crecido los futboleros de mi generación que definía al fútbol como un deporte que juegan once contra once y siempre ganan los alemanes, regla que estuvo vigente hasta que llegaron Iniesta y compañía. Pues bien, si el lector analiza la historia reciente de la política española, podrá observar que al final, siempre gana Sánchez.
En octubre de 2016 Sánchez fue literalmente defenestrado de la secretaría general del PSOE por Susana Díaz, con mariachis incluidos. En lugar de llorar por las esquinas como está haciendo Casado, entregó el acta, cogió su coche con el listado de afiliados, se dedicó a recorrer España, y al final consiguió ganarle un congreso al aparato del PSOE. Dicho logro fue una gesta importante porque es muy difícil ganarle un pulso al aparato de un partido, ya que, normalmente, los afiliados de los partidos en las batallas internas son cobardes y quieren ir a caballo ganador, como hemos visto recientemente en Murcia en el PP, con el ferviente apoyo de todos sin fisuras a Feijóo, a los que únicamente les falta empezar a hablar gallego en la intimidad.