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Pensar los bulos con Marc Bloch

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Marc Bloch, héroe de la resistencia francesa, ahora en el Panteón francés, fue uno de los primeros historiadores en reflexionar sobre el papel de los bulos en contextos históricos específicos. En un momento posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando las tensiones del periodo de entre guerras comenzaban a aumentar (1921), publicó una breve obra sobre este fenómeno, que merece una traducción al castellano. En mi caso, he consultado las ediciones italiana y francesa. En este texto, Bloch subraya que los bulos nacen, “con frecuencia, de observaciones individuales inexactas o de testimonios imperfectos”. Sin embargo, insiste en que estos no son accidentales: su propagación solo es posible si encuentran un caldo de cultivo favorable, una cuestión esencial al tratar el tema.

Según Bloch, los bulos reflejan, en última instancia, nuestros prejuicios, odios y temores. Solo los grandes sentimientos colectivos tienen el poder de transformar una percepción errónea en un bulo que se difunde ampliamente. En este análisis, el historiador señalaba también el papel de los periodistas y sus intereses particulares, que, según él, facilitaban la difusión de bulos con agendas políticas concretas. Aunque esta reflexión sigue vigente, hoy es necesario añadir nuevas dimensiones al fenómeno, como el impacto de las redes sociales. Estas no solo aceleran la propagación de bulos, sino que también los amplifican, con o sin algoritmos, mediante figuras como los infurencers que monetizan las emociones de las que se alimentan.

Esto se ha evidenciado, por ejemplo, en la reciente DANA, en la que hemos presenciado: los ya conocidos trolls, los bots gestionados por actores desconocidos, los salvadores infurencers monetizando visionados a costa del drama ajeno con promesas de salvación, y los perfiles con rostro que emplean su supuesta superioridad para imponer sus agendas específicas. Estos últimos, a veces, lo hacen difundiendo bulos; otras, recurriendo a medias verdades o eslóganes simplistas. Todo ello demuestra que el conocimiento no está reñido ni con la cuñadez ni con el desarrollo de una determinada agenda política que busca socavar el estado de cosas.

A esta dinámica se suma la figura del opinador no reflexivo que, en ocasiones, cae en el furor del momento. Este comportamiento, en el que yo mismo incurro a veces, es también producto de la acelerada vida que llevamos, en la que siempre parece necesario tener una opinión inmediata. Por ello, resulta difícil establecer la pausa necesaria que necesita la reflexión a la que no invitan las redes.

En todo caso, la reflexión de Marc Bloch resalta dos tensiones clave. La primera se refiere al análisis de nuestros prejuicios, temores y sentimientos colectivos, que, transformados en emociones, pueden derivar en votos y erosionar acuerdos fundamentales. La segunda nos invita a pensar más allá de la mera transmisión del bulo, enmarcada por él en la psicología del testimonio, y a cuestionar nuestra construcción de la realidad.

Mark Twain señalaba que, “la historia no se repite, pero a menudo rima”. Karl Marx, en cambio, dijo que, sí se repite, la primera vez es como tragedia y la segunda como farsa. Sea como sea, parece evidente que la proliferación de bulos y la reaparición de ideas retrógradas que amenazan la democracia representan un desafío serio.  La situación no es nueva, en los años 20 y 30 del siglo pasado como ahora, también aparecieron nuevos medios de comunicación como la radio, que mejor ejemplo de bulo/noticia que la obra radiofónica de La guerra de los mundos, realizado por Orson Welles en 1938.

No estamos frente a Weimar, pero no conviene olvidar que la democracia también cayó entonces, y sobre su caída Gustavo Zagrebelsky nos recordaba que los actores políticos apelaron a principios contradictorios: unos al sustancialismo jurídico, otros, en cambio, al formalismo. Los primeros emplearon el sustancialismo para acabar con el formalismo, hasta que, al llegar al poder, lo impusieron de manera tan rígida que el derecho terminó despojado de cualquier condición de justicia. Porque, como bien señalaba él en una de sus obras, el derecho no es justicia.

La reflexión de Bloch y los ecos históricos nos invitan a pensar en aquello que puede desestabilizar sociedades enteras, sin olvidar tampoco que conviene reflexionar cómo hemos llegado hasta aquí. El problema es que carezco de soluciones y, lo que es peor, no sé cómo irá el futuro. Hubo un tiempo en que las redes fueron sinónimos de esperanza, ejemplo del triunfo de Occidente frente a la Unión Soviética, si hemos de seguir a Manuel Castells; o articuladores de cambios sociales, la Primavera Árabe, el 15M. Aunque hoy más pareciéramos siervos de la gleba que crean contenido para que los nuevos señores feudales se forren, repartiendo sus migajas mientras explotamos y explotan nuestros sentimientos con su algoritmo.

Da que pensar porque vivimos en unos tiempos en los que, en Rumanía, con una pirámide de población no muy distinta de la española, la extrema derecha pasa a segunda vuelta invirtiendo en TikTok.

Marc Bloch, héroe de la resistencia francesa, ahora en el Panteón francés, fue uno de los primeros historiadores en reflexionar sobre el papel de los bulos en contextos históricos específicos. En un momento posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando las tensiones del periodo de entre guerras comenzaban a aumentar (1921), publicó una breve obra sobre este fenómeno, que merece una traducción al castellano. En mi caso, he consultado las ediciones italiana y francesa. En este texto, Bloch subraya que los bulos nacen, “con frecuencia, de observaciones individuales inexactas o de testimonios imperfectos”. Sin embargo, insiste en que estos no son accidentales: su propagación solo es posible si encuentran un caldo de cultivo favorable, una cuestión esencial al tratar el tema.

Según Bloch, los bulos reflejan, en última instancia, nuestros prejuicios, odios y temores. Solo los grandes sentimientos colectivos tienen el poder de transformar una percepción errónea en un bulo que se difunde ampliamente. En este análisis, el historiador señalaba también el papel de los periodistas y sus intereses particulares, que, según él, facilitaban la difusión de bulos con agendas políticas concretas. Aunque esta reflexión sigue vigente, hoy es necesario añadir nuevas dimensiones al fenómeno, como el impacto de las redes sociales. Estas no solo aceleran la propagación de bulos, sino que también los amplifican, con o sin algoritmos, mediante figuras como los infurencers que monetizan las emociones de las que se alimentan.