Ha comenzado la campaña electoral y, confirmando todos los pronósticos, serán dos semanas de mucha bronca y pocas ideas, de acuerdo a la proliferación de perfiles duros que ahora mismo caracteriza al espectro político regional. La política del diálogo, del sesgo intelectual, de la creatividad y de los criterios propios e inteligentes no es precisamente el paradigma que predomina en la carrera a la Comunidad Autónoma y los 45 ayuntamientos de la Región. El ejemplo de Yolanda Díaz –es decir, del discurso firme transmitido serenamente- no parece haber calado demasiado en las tierras áridas del sureste español. El exceso de testosterona ha convertido a la política regional en un continuo alarde de virilidad que, por momentos, contamina la atmósfera del peor sentido de masculinidad posible. Hay demasiada agresividad por parte de unos y otros; el tono bronco esgrimido por uno de los bandos pretende ser superado con más bronca por parte del otro. No es esta precisamente la campaña de las sonrisas y del buen rollo.
Nadie se atreve a hablar en voz baja y pausado, no fuera que el drama y el temblor ocultara los matices de su discurso. De Vox ya sabemos lo que podemos esperar: tanto Antelo como Gestoso viven en una continua tensión militar, explicada por la aplicación diaria de su receta maestra 'ley y orden' y por una alergia insuperable a la diversidad y la pluralidad de opiniones.
La ultraderecha solo ve enemigos, no adversarios. La España que madruga se levanta todos los días con la angustia de que quieren destruir la nación; y, claro está, despertar con este sentimiento asfixiante debe marcar decisivamente el estado de ánimo para el resto de la jornada. Por si los perfiles de Antelo y Gestoso no resultasen ya de por sí ásperos, el fichaje de Alberto Garre -un tipo que cifra el sentido de la responsabilidad en la perseverancia en una actitud hosca- ha contribuido a dotar de una mayor dureza al cartel electoral de Vox. La política de confrontación practicada por la ultraderecha jamás entenderá la importancia del sentido de lo lúdico y de la expansión en cualquier proyecto social. El juego -en un sentido casi gadameriano- es la mayor argamasa social que existe; pero la sustitución del 'sistema democrático' por un 'sistema moral' operada por Vox -y que tiene en Putin a su principal referente- imposibilita el hallazgo de puntos de distensión que articulen la trama del tejido social.
El fichaje, por parte de Vox, de un perfil de principios rígidos como Alberto Garre fue respondido por el PP con el mitin que Aznar ofreció hace unos días en Torre Pacheco. Si existe un perfil duro y acerado en la política española, este es, sin duda alguna, el del ex presidente del Gobierno. Aznar representa las antípodas de la sensibilidad, y, para capturar el voto del agro que amenaza con capitalizar la ultraderecha, hace falta mucha ideología y poca sensibilidad. En realidad, este tipo de perfiles no colisionan con los intereses y la forma de ser auténtica de López Miras y su grupo de legionarios. Detrás de esa apariencia de bonhomía y de un simpático compañero de charleta, se esconde alguien que dirige el partido con puño de acero y todo tipo de estrategias de intimidación -que se lo pregunten a José Miguel Luengo y su tour por la Región para 'enfriar' los apoyos a Patricia Fernández-.
Cuando transitamos hacia el centro, el inicio de precampaña de Ciudadanos con la lona colocada en la Plaza de las Flores de Murcia constituye una de las acciones más agresivas y mezquinas que se recuerdan en la historia reciente de la política autonómica. La supuesta 'moderación' del centro se ha tornado -en un intento desesperado por no resultar irrelevantes- en una sobreactuación a veces desmedida que contribuye, todavía más, a la irritación y el revanchismo. Tampoco, en este sentido, el perfil del candidato socialista, Pepe Vélez, contribuye a rebajar la tensión imperante. Su modus operandi también responde a la política de la colisión y el reproche y poco ayuda a suavizar los contornos de la actual política regional. El panorama invita, en consecuencia, a pensar en la presente campaña electoral como un concurso que premiará al candidato más duro e inflexible. La sensibilidad ha muerto, y, con ella, gran parte del sentido útil y transformador de la política.
Ha comenzado la campaña electoral y, confirmando todos los pronósticos, serán dos semanas de mucha bronca y pocas ideas, de acuerdo a la proliferación de perfiles duros que ahora mismo caracteriza al espectro político regional. La política del diálogo, del sesgo intelectual, de la creatividad y de los criterios propios e inteligentes no es precisamente el paradigma que predomina en la carrera a la Comunidad Autónoma y los 45 ayuntamientos de la Región. El ejemplo de Yolanda Díaz –es decir, del discurso firme transmitido serenamente- no parece haber calado demasiado en las tierras áridas del sureste español. El exceso de testosterona ha convertido a la política regional en un continuo alarde de virilidad que, por momentos, contamina la atmósfera del peor sentido de masculinidad posible. Hay demasiada agresividad por parte de unos y otros; el tono bronco esgrimido por uno de los bandos pretende ser superado con más bronca por parte del otro. No es esta precisamente la campaña de las sonrisas y del buen rollo.
Nadie se atreve a hablar en voz baja y pausado, no fuera que el drama y el temblor ocultara los matices de su discurso. De Vox ya sabemos lo que podemos esperar: tanto Antelo como Gestoso viven en una continua tensión militar, explicada por la aplicación diaria de su receta maestra 'ley y orden' y por una alergia insuperable a la diversidad y la pluralidad de opiniones.