Somos muchos los que ponemos en duda si, con los actuales dirigentes que tiene nuestro país, hubiéramos sido capaces de afrontar con éxito la Transición, elaborar una Constitución consensuada como la del 78 y llegar a acuerdos como entonces se hizo. La actual polaridad rampante está a flor de piel y, como en aquel dicho tan manido, parece que los extremos cada vez se tocan más.
El amparo nada displicente que Podemos y el PCE pretenden dar a la agresiva política expansionista de Putin, reviviendo aquel ‘No a la guerra’ en Irak, tan distinto y distante de lo que se dilucida hoy en Ucrania, sería uno de los indicativos de por dónde va la cosa. Ni la actual Rusia es la URSS que con nostalgia algunos recuerdan, ni da la impresión de que su actual máximo mandatario esté por la labor de ser un pacifista convencido: invadió Crimea en 2014. Al parecer, no basta con evocar la experiencia de aquel clamoroso repliegue en los ochenta del ‘No a la OTAN’, con el PSOE de Felipe González recién llegado, una vez que, instalados en el Gobierno, fueron conscientes de dónde se encontraban sus verdaderos aliados.
En el otro extremo del tablero emerge con fuerza la égida de Vox, esa formación siempre dispuesta al negacionismo sistemático pero que rara vez oferta alternativas dotadas de la indispensable coherencia. Las próximas elecciones en Castilla y León van a ser una seria piedra de toque para la formación de Santiago Abascal ya que, si el PP no logra por sus propios medios la mayoría absoluta, es muy probable que para investir a Alfonso Fernández Mañueco su apoyo le cueste un riñón a los populares; es decir, darles cabida en el Ejecutivo autonómico, como ya de hecho ha ocurrido en la Región de Murcia.
Este último caso ha cobrado especiales tintes de sainete esta semana cuando una sentencia judicial obligaba a la dirección del partido de Abascal a readmitir a los tres diputados expulsados de la formación a mediados de 2020. Uno de ellos es la actual consejera de Educación, Mabel Campuzano. La reacción del máximo dirigente murciano de Vox, José Ángel Antelo, ha sido tan brusca como insultante y despreciativa: “Vamos a recurrir porque la ratas, los traidores y los lacayos de López Miras no deben estar en nuestro partido”, vino a decir.
Cuentan que, en su día, a Abascal le escoció bastante la inclusión de una de estos expulsados en el seno del Gobierno murciano. Y que esperará, más pronto que tarde, a cobrarse la venganza. Castilla y León será una especie de banco de pruebas de lo que, en mayo de 2023, pueda ocurrir en la Región de Murcia. Vox, de hecho, ya ha echado el ojo a posibles candidatos y candidatas para ocupar consejerías en un futuro Ejecutivo de coalición, algo que no descartan aunque, henchidos de optimismo, digan cuando se les pregunta que a lo que aspiran es a ganar las elecciones por sí mismos.
De vuelta al conflicto ruso-ucraniano, quienes apelan a que todo se resuelva con la diligente gestión de la diplomacia europea deberían echar la mirada atrás y recordar la guerra de los Balcanes, acaecida no en el tercer mundo sino en pleno suelo del viejo continente. Encarnizada y encallada durante más de una década, la decisiva actuación de los Estados Unidos permitió alcanzar un relativo acuerdo de paz, si bien cogido con pespuntes. Aquello de tener que sacarnos las castañas del fuego, como ocurriera en 1945, frente a otro sátrapa que también quiso hacerse dueño y señor y conquistar el mundo.
Somos muchos los que ponemos en duda si, con los actuales dirigentes que tiene nuestro país, hubiéramos sido capaces de afrontar con éxito la Transición, elaborar una Constitución consensuada como la del 78 y llegar a acuerdos como entonces se hizo. La actual polaridad rampante está a flor de piel y, como en aquel dicho tan manido, parece que los extremos cada vez se tocan más.
El amparo nada displicente que Podemos y el PCE pretenden dar a la agresiva política expansionista de Putin, reviviendo aquel ‘No a la guerra’ en Irak, tan distinto y distante de lo que se dilucida hoy en Ucrania, sería uno de los indicativos de por dónde va la cosa. Ni la actual Rusia es la URSS que con nostalgia algunos recuerdan, ni da la impresión de que su actual máximo mandatario esté por la labor de ser un pacifista convencido: invadió Crimea en 2014. Al parecer, no basta con evocar la experiencia de aquel clamoroso repliegue en los ochenta del ‘No a la OTAN’, con el PSOE de Felipe González recién llegado, una vez que, instalados en el Gobierno, fueron conscientes de dónde se encontraban sus verdaderos aliados.