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La política hecha con odio y desde el odio

19 de agosto de 2022 06:01 h

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Recuerdo la época de mi juventud -ya hace años, ¡cómo pasa el tiempo!- en la que se vivía una política institucional a través de la defensa de unas ideas y unos valores que se traducían en programas que se confrontaban con otros proyectos. En esa confrontación había su tensión, pero no recuerdo el odio como un sentimiento que marcaba el quehacer político, sino que en su lugar había debate, sin obviar que también podía haber momentos duros porque se perdía el respeto y la educación. Era un ambiente político respirable con momentos nada ejemplarizantes. No hay que idealizar esa época.

Hace años que tengo otra percepción de la política: en la actualidad la política está hecha con odio y desde el odio y cada vez se va acentuando más. No se trata de hablar y defender proyectos y programas, sino de despertar el odio hacia el otro. No se trata de confrontación de ideas, sino de odiar a las personas que tienen otra concepción diferente: para ello se utiliza la técnica de atribuirles una maldad intrínseca para después llamarles sectarios, demagogos, radicales, antiEspaña, rojos, comunistas, socialistas…También dirigen ese odio a ciertos colectivos como pueden ser los migrantes, en función de la orientación sexual, los empobrecidos y empobrecidas, atribuyéndoles la maldad: a los migrantes se les identifica como delincuentes; al colectivo LGTBI, como pervertidos; y a los empobrecidos y empobrecidas, como gandules que no quieren trabajar y solo quieren vivir del subsidio.

El odio es absolutamente irracional y ciego y busca la sumisión del otro o la aniquilación. No es una exageración. Llega a ser tan irracional y ciego que incluso hay sectores de la sociedad que odian a formaciones políticas y movimientos sociales que promueven medidas socioeconómicas y ecológicas que les favorecen, que les facilita mejores condiciones para llegar a fin de mes y poder ofrecerle un futuro digno a sus hijos e hijas. El odio es tan irracional y ciego que hace que apoyen a esas formaciones políticas y sociales que les niega el pan y el trabajo digno y los condena a la pobreza y a la precariedad y les niega un horizonte de bienestar a sus hijos e hijas.

La política hecha con odio y desde el odio oscurece la propia democracia, la libertad, la justicia, la fraternidad, el diálogo, el encuentro, el respeto y el acuerdo. La política hecha con odio y desde el odio hace que no veamos a las personas que piensan diferentes, sino que las degradan a un algo que hay que destruir, que hay que insultar, que hay que pisotear y que hay que encarcelar. Este odio no solo se alimenta desde la maldad, como he indicado anteriormente, sino también desde la mentira, las fake news, la manipulación y el engaño. El odiado no tiene defensa, su honestidad, sus decisiones llenas de humanidad y lo que aporta como verdad no le sirven. El odiado se siente indefenso y vulnerable ante los fabricantes de odio.

Este ambiente se refleja en los debates políticos, donde los argumentos prácticamente desaparecen y solo existe el insulto, la descalificación y la falta de respeto. Todo esto provoca desafección y el hecho de que mucha gente buena no quiera formar parte de las listas electorales.

La política hecha con odio y desde el odio alimenta la violencia, la guerra, la agresividad, el racismo, la xenofobia y la aporofobia, el rechazo al pobre. Mata la empatía, el amor, el respeto a la vida y a la propia política que debe ser búsqueda del bien común, la lucha por la dignidad humana y la creación de condiciones de humanización, de respeto a los derechos humanos.

No dejemos la política en manos de los fabricantes del odio, sino que nosotros y nosotras nos decidamos por hacer política en la instituciones y en nuestros entornos como una expresión de lo mejor del ser humano. Que el mejor proyecto que podemos tener que no sea otro que crear una humanidad donde la vida de las personas y la vida natural estén aseguradas.

Tenemos que responder a los fabricantes del odio desde los verbos amar, respetar y argumentar desde un convencimiento profundo y con firmeza, sin retroceder un milímetro.

Quiero terminar el artículo con una pequeña y gran esperanza: que esas personas buenas, sencillas, que han caído en la trampa de los fabricantes del odio, despierten su corazón y vuelven por el camino del amor y la empatía con el sufrimiento humano y el de la propia naturaleza.

Recuerdo la época de mi juventud -ya hace años, ¡cómo pasa el tiempo!- en la que se vivía una política institucional a través de la defensa de unas ideas y unos valores que se traducían en programas que se confrontaban con otros proyectos. En esa confrontación había su tensión, pero no recuerdo el odio como un sentimiento que marcaba el quehacer político, sino que en su lugar había debate, sin obviar que también podía haber momentos duros porque se perdía el respeto y la educación. Era un ambiente político respirable con momentos nada ejemplarizantes. No hay que idealizar esa época.

Hace años que tengo otra percepción de la política: en la actualidad la política está hecha con odio y desde el odio y cada vez se va acentuando más. No se trata de hablar y defender proyectos y programas, sino de despertar el odio hacia el otro. No se trata de confrontación de ideas, sino de odiar a las personas que tienen otra concepción diferente: para ello se utiliza la técnica de atribuirles una maldad intrínseca para después llamarles sectarios, demagogos, radicales, antiEspaña, rojos, comunistas, socialistas…También dirigen ese odio a ciertos colectivos como pueden ser los migrantes, en función de la orientación sexual, los empobrecidos y empobrecidas, atribuyéndoles la maldad: a los migrantes se les identifica como delincuentes; al colectivo LGTBI, como pervertidos; y a los empobrecidos y empobrecidas, como gandules que no quieren trabajar y solo quieren vivir del subsidio.