Buenas tardes a todos y a todas Es para mi un gran honor ser el pregonero de la fiestas del pueblo en el que nací. Gracias al alcalde pedáneo, a la Junta Municipal y a la Comisión de fiestas por haberme encomendado esta tarea y darme esta hermosa oportunidad. Espero no defraudaros en este Casino emblemático que tanta historia tiene. Así que para empezar, parafraseando aquella escena de la película: Bienvenido Mister Marshall de Luis García Berlanga, ya con la venia os digo que como pregonero de las fiestas de 2016 os debo una explicación y esa explicación que os debo, ese pregón, os la voy a dar:
Comenzaré diciendo que para mí la patria no es otra cosa que la lengua que uno habla: ese territorio en el que se comienza a aprende el misterio del lenguaje y se le van poniendo nombres a las personas, a las cosas. Mi primer territorio colectivo es la calle Barcelona en la que crecí jugando a las canicas, al burro y al pillao, esos juegos tan baratos y tan participativos. Mi primer territorio privado es mi patio, y parafraseando también al gran poeta Antonio Machado, puedo decir que mi infancia son recuerdos de un patio de Espinardo, una higuera y una parra donde maduran las uvas.
Más allá de ese patio y de esa calle estaba la frontera, Otras calles y los pueblos de al lado, otros territorios comanches que estaban por descubrir. Ahí estaba el mundo y había que descubrirlo. Y ahí estaba los amigos, los tuyos, y se formaban los bandos entre la chiquillería, y las guerras generosas entre los de una calle y la otra de más allá, después entre los del barrio de arriba y abajo y más tarde la invasión de los pueblos fronterizos. Para distinguirse, alguna que otra vez, se llevaban banderas con colores y formas inventadas en alguna sábana vieja pintada con fuchina.
La sangre no llegaba al río en estas guerras incruentas que de vez en cuando acababan con algún que otro puñetazo o algún chichón de una certera pedrada
Y ahí estaba el mundo y ahí comenzaba la aventura. El mundo estaba ahí mientras Jimmy Fontana, cantaba por la radio: “Gira el mundo, gira…El mundo no se ha parado ni un momento. Su noche muere y llega el día y ese día vendrá”. Y pasaba el tiempo. Ahí estaba el mundo para los niños y los adolescentes de mi generación, y muchos de ellos tenían que hacer de hombres sin dejar de ser niños y abandonaban la escuela pública para trabajar y poner unas pesetas en la casa.
Ahí estaba el mundo y llegaba el verano y llegaba la fiesta y todo cambiaba por unos días, los días se alargaban y las noches se llenaban de sueños en las noches de los cines de veranos. Por San Juan ardían los malos deseos en las hogueras con algunos trastos de madera que ya no servían y los críos saltaban sobre las brasas, mientras que al calor de la candela los gitanos se echaban un cante y un baile por bulerías. El verano ya estaba ahí y las fiestas de San Pedro con muy pocas atracciones parecía la más grande del mundo.
Ahí seguía girando el mundo en aquellos caballitos blancos y negros que parecían Pegasos, que giraban y giraban, en aquellas jacas que galopaban y cortaban el viento caminito de Jerez, como decía la copla que sonaba en la radio. Ahí estaba la noria, junto al colegio de las monjas, y de pronto cuando uno llegaba a lo más alto parecía que acababa de subir a la luna. Ahí estaban las manzanas prohibidas como el fruto de Eva; ahí estaban las manzanas de caramelo que te pintaban los labios y te endulzaban la vida por momentos; y aquel olor del turrón que nada tenía que ver con el de Navidad y ahí estaban las partidas de fútbolín que parecían partidos entre el Madrid y el Barsa, con los amigos jaleando, junto a la tómbola en la que siempre tocaba si no un pito una pelota, junto a las casetas y ahí estaban aquellos cigarrillos Bisonte pinchados en los palillos. Y aquellas escopetas, ay, aquellas escopetas que efectivamente fallaban más que una escopeta de feria.
Después la música de la verbena seguía sonando como un eco cuando aquel niño soñaba que quería ser mayor. La vida era un sueño y la fiesta era la vida. Y en otras fiestas, en los años 70, de pronto me veía cantando con el grupo Los Harper´s, en el escenario del callejón de la iglesia, entre papelillos y guirnaldas. El tiempo pasaba y otra vez estaban aquí las fiestas.
En aquel Espinardo de principios de los 60 en blanco y negro, del Nodo, los veranos eran una fábrica de sueños. Llegaba el verano y llegaba la fiesta. Y la fiesta nadie la veía mejor, nadie la disfrutaba más que los niños, que la viven y la miran con esa mirada limpia siempre en busca de lo mágico. Así que vivamos estas fiestas con la mirada de aquellos niños que fuimos entonces.
Ahora uno de repente al volver la vista atrás se encuentra en su pueblo con aquel crío que lleva dentro, que de pronto en una de aquellas mil y una noche soñó que entraba en la Cueva del Barro y en la oscuridad, entre el miedo y el silencio espeso, por fin encontraba el tesoro y el oro del moro en busca de aquel pasadizo que dicen que comunicaba con aquel otro del Castillo de Monteagudo, y que compartía con su pandilla de amigos; co aquel zagal que de pronto, después se ve veía ganando las olimpiadas de salto de trampolín, saltando por primera vez desde la caseta del Partior. ¡Por fin había dado el gran salto y ya estaba en el grupo de los mayores!
Y más tarde se encontraba, nadando en calzoncillos, los cien metros mariposa, con esas otras mariposas que se metían en el estomago para que no te pillaran en la acequia de la Chupona, mientras sentía en su cuerpo alguna culebra o se la imaginaba al chocar en su cuerpo cualquier otro objeto. Otro día jugaba con el Inter de Espinardo detrás de la Estrella de Levante o en aquel campo del Reformatorio y de pronto marcaba aquel gol de cabeza que era el gol de su vida. O por fin después llegabas al más allá, a la casa del aire, como si llegarás al más allá de su pueblo.
Así éramos los niños de los años 60. Aún recuerdo el primer bombardeo que sufrió Espinardo, allá por 1963, durante varios días una avioneta que planeaba sobre el pueblo, de vez en cuando, dejaba caer unos ticket de cartón que decían: ¡Vale por 1 botella de cerveza!
Más tarde en aquella en fábrica subiría por primera vez en la vida en un ascensor, en aquel montacargas que te llevaba a la terraza, y ahí se celebraban fiestas, entre música, y con la cerveza gratis siempre acababa como en aquella fiesta de Blas, en la que todo el mundo salía como unas cuantas copas de más. Ahí más de uno cogió gratis su primera borrachera.
Así era la España del blanco y negro en los cines de verano, bajo un cielo de estrellas, y aquellas imagines le ponía el color y los sueños. Ahí estaban las terrazas Martínez y el Cine Juanín, entre pipas y bocatas, con los chochos de monja de la Pereta.
Y de pronto uno se sentía el Santos, el enmascarado de plata; al día siguiente soñaba con ser el indio Jerónimo mientras el séptimo de caballería te pisaba los talones. Siempre ganaban los buenos los del séptimo de caballería, pero uno sentía que iba con los perdedores: los indios. Otro día, en noche de luna llena, no quería soñar y soñaba con Drácula y no podía dormir y otros reía con Toni Leblan y Cantiflas. Y otras noches ya más tarde se enamoraba con Bárbara Streisand o vibraba con aquellos melenudos: Los Beatles, “En qué noche la de aquel día”
Permítanme, pues, que le vuelva a dar las gracias por esta oportunidad de pregonar a este pueblo, que desde la época romana tiene su historia, ya en 1618 se le concedió el título de villa; durante el trienio liberal (entre 1820 y 1823) se constituyó en ayuntamiento, del que formaba parte El Puntal y Churra y a principios del XIX comenzaba su esplendor con la industria pimentonera y sus primeros exportadores:
En los años 60 al pasear por la calle Mayor se podía oler su aroma pimenton y especias, a cada paso Por aquellos años el joven inventor Jesús Alcantud creaba una maquinaria que revolucionaba la industria. Por aquellos años uno se podía encontrar con aquellos hombres coloraos que salían de los molinos y en aquellos años de penurias muchas familias conseguían unas pesetas, trabajando duro, desrabando pimientos.
En la actualidad no es nada difícil entrar en una tienda de Nueva York y encontrar una lata en la que ponga pimentón fabricado en Espinardo.
Espinardo también tuvo su esplendor cultural cuando asomó el siglo XX con su famoso Recreative Garden y con la primera emisora de Radio Murcia; ya tuvo su primer equipo de futbol el Espinardo Foot Ball Club que llegó a ser rival, allá por el 1911, del Real Murcia, en aquellos partidos que se jugaban en el Campo de Tiro, que más tarde se utilizaría para el tiro al plato, y también tuvo su club ciclista, que se fundo en 1898 en el Recrearive Garden en el que se construyó un velódromo de 250 metros y se celebraron competiciones internacionales.
Excelente artistas han paseado el nombre de Espinardo, allende de nuestras fronteras, como el poeta Eduardo Flores o los escultores José Planes y José Noguera Valverde, en la actualidad sus hijos y nietos continúan esa labor artística; Así hay que recordar a los pintores Antonio Hernández Carpe y José María Almela, a los escultores Antonio García Mengual y Sergio Lozano o al escritor Nicolás Rex Planes, en cuya casa se reunían los grandes artistas de Murcia, También son espinarderos Cecilio Pineda que creó la gran compañía de teatro que todos los años representa la obra: “Don Juan Tenorio”. Y el gran periodista José González Cano, que fue redactor jefe de la Gaceta ilustrada y guionista de TVE y RNE, o escritores como Jesús Pérez, Pedro Pujante o Antonio Cano Lax, espero que no me olvide de ninguno, o al excelente cantaor Antuan..
Hace unos años me preguntaban si yo era el mejor escritor de Espinardo y yo bromeaba que ni siquiera podía decir que era el mejor escritor de mi calle. Vivamos las fiestas con la ilusión de ese niño que se asombra mirando las mágicas luces de los castillos artificiales. Disfrutemos las fiestas como la disfrutan los niños. Los de parte de arriba y los de parte abajo, con el patrón de Espinardo, ese cristo de la Salud, magnifica escultura de Planes, que baja del Calvario y sube desde la Iglesia de San Pedro.
Espinardo en la actualidad ya es un barrio más de la ciudad con casi 15.000 habitantes. Muchos espinarderos ya no viven aquí, pero les puedo asegurar que un espinardero allá donde esté siempre se jacta con mucho orgullo de ser espinardero. Espinardo es un pueblo tan especial que por tener hasta tiene dos cementerios, una Universidad, y espinarderos son el actual obispo y el presidente de la CROEM. Y por tener hasta tiene una fábrica de cerveza: Estrella de Levante de una bebida dorada sin igual que produce más de 100 millones de litros al año, de esa gran bebida que ya todos conocen como “Agua de Espinardo”. Digo “Agua de Espinardo” y ya me está entrando la sed.
Y ya voy acabando, y sin que sirva de precedente y al cabo, es un gran placer ser profeta en tu tierra por un día, de nuevo os vuelvo a dar las gracias; así que cómo les dije al principio, parafraseando la escena de la famosa película de Berlanga: como pregonero que soy os debías una explicación, un pregón, y os lo acabo de dar. Muchas gracias a todos y a todas. ¡Viva la fiesta! ¡Viva Espinardo!