Durante la pasada Eurocopa, la UEFA abrió un expediente al portero alemán Manuel Neuer por lucir un brazalete arco iris en apoyo al colectivo LGTBI+, aunque éste acabó sin sanción. También vetó iluminar con los colores del arco iris el estadio Allianz Arena. La postura de la UEFA consiste en autodefinirse como una institución deportiva y “no meterse en política”.
En los comienzos de los juegos olímpicos de Tokio, hemos visto a deportistas arrodillarse para mostrar su repulsa al racismo. En este caso, el Comité Olímpico Internacional ha permitido expresiones políticas por parte de los atletas siempre que se realicen antes del inicio de la competición y que sean coherentes con los “principios fundamentales del olimpismo”. Esto supone un cambio respecto a lo que se hizo con Tommie Smith y John Carlos, que fueron perseguidos por su expresión de repulsa al racismo en los juegos de 1968 en México.
Tanto la UEFA como el COI han organizado competiciones en las que han participado países comunistas junto a capitalistas, repúblicas junto a dictaduras y monarquías, estados con distintas confesiones religiosas junto a laicos y aconfesionales, países pobres junto a ricos e, incluso, países en guerra. Esto ha requerido el establecimiento de un marco ampliamente inclusivo y, por tanto, la exclusión de mensajes que pudiesen herir alguna de las múltiples sensibilidades implicadas.
En España, un país democrático desde 1978, todavía es frecuente encontrar en distintos foros, tanto en ámbitos públicos como en grupos privados de WhatsApp, la interdicción “prohibido hablar de política”.
España viene de una dictadura en la que se perseguían las manifestaciones contrarias al régimen, y que siguió a una guerra civil en la que las discrepancias políticas se resolvieron a tiros (además de con paseíllos y demás atrocidades). El conflicto entre las dos Españas continúa activo, con una polarización creciente y el riesgo de que una chispa desemboque en violencia. Por ello, puede ser prudente orillar determinados temas particularmente explosivos en algunos espacios.
Sin embargo, ¿en qué consiste la prohibición general de “hablar de política” que surge en unos y otros lugares?
El hombre es un animal político. Aunque Robinson Crusoe pudiese ser apolítico (y no hace falta una lectura muy profunda de esta obra para comprobar que él tampoco lo era), en el momento en que se juntan dos personas, en que se establece una relación humana, aparece la política. Las relaciones pueden ser igualitarias o de dominio, orientadas al beneficio de los participantes o a la consecución de una causa ulterior, basadas en una ideología subyacente o en otra. Incluso fuera de una polis o de un estado estamos inmersos en política, mucho más cuando nos sometemos a leyes (o las contravenimos) y nos insertamos en una organización estatal.
Cuando un enfermo de autismo desarrolla un discurso en el que exclusivamente enuncia hechos, sin expresar relaciones, emociones o implicaciones que afecten a otras personas, puede, tal vez, “no hablar de política”, aunque esto no anula su naturaleza política como ser humano inmerso en sociedad. Sin embargo, el resto de personas hablamos de política en cuanto abrimos la boca, y a veces incluso sin abrirla.
Dado que la UEFA y el COI no pueden evitar asumir una posición política, tienen el deber de asumir la responsabilidad derivada de su elección. Deben definir cuáles son los principios fundamentales del olimpismo, y de la UEFA, cada uno en su caso. Al parecer, la UEFA apuesta más por crear un marco flexible en el que poder incluir a todos los países, a costa de consentir injusticias en ellos, mientras que el COI está más abierto a permitir la libertad de expresión y la lucha contra ciertas injusticias, corriendo un mayor riesgo de ofender e incluso de acabar excluyendo a países con otros valores.
Más allá de las manifestaciones de apoyo a una causa, el ejercicio del deporte en sí es político. Jugar al fútbol con una persona de otro color o religión, de un país con el que el propio está en guerra, etc, constituye un acto político. No jugar al fútbol juntos hombres y mujeres en competiciones oficiales es otro acto político.
Cada administrador de WhatsApp, cada miembro de un grupo, cada ciudadano, tiene la responsabilidad de posicionarse políticamente, de respaldar unas ideas u otras, de relegar algunas al silencio para reducir la conflictividad del espacio común o de luchar por ellas activamente buscando mayor justicia.
No sé si lo mejor para la convivencia es que los futbolistas lleven brazaletes arco iris o no, si los atletas deben manifestarse contra el racismo o dejar los juegos olímpicos como un espacio de minimización de conflictos donde no se aborden estos temas. Lo que sí sé es que por mucho que lo puedan exigir la UEFA, el COI o el administrador del grupo de WhatsApp, sería imposible no hablar de política.