Región de Murcia Opinión y blogs

Sobre este blog

El pueblo elegido

0

Cuando los aplausos recibieron a la bandera palestina en la final de la UEFA Women Champion’s League todos pensamos muchas cosas. Una, que esto no hubiera pasado en una final masculina. La otra es que tiene que ser posible la paz. La puesta en escena se hizo con silencio y dignidad, poniendo suave la pancarta sobre el terreno de juego, poco antes del himno, con la solidaridad implícita de las gradas de San Mamés que coreaban el estribillo del río al mar. Y que vivan, por siempre, las mujeres y su bendito y eterno afán de parar las guerras.

El exterminio quirúrgico de Gaza no ha pasado el filtro doméstico de la rutina que normaliza el horror mientras metemos la cuchara en las lentejas. Es imposible hacer la digestión. Censurada la información, sabemos que son más de quince mil niños asesinados. Hemos visto sus cuerpos envueltos en diminutos harapos blancos, con forma de caramelos marchitos. Hace más de medio siglo que el Gran Imperio perdió la guerra de Vietnam entre otras cosas, por aquella foto de Kim Phùc, de ocho años, desnuda, huyendo de la nada por una carretera, abrasada por el napalm. Las universidades norteamericanas se levantaron, las conciencias de todo el mundo se sacudieron. Ahora ocurre lo mismo en los campus de todo el mundo, desde Harvard y Columbia a la Sorbona, de Monterrey hasta La Merced.

Los estudiantes acampados en la Universidad de Murcia saben que la vehemencia allana una negociación. Han tenido que entrar en la facultad para que se atiendan sus peticiones, que son de justicia y sentido común. En la mejor tierra del mundo, los rectores de las universidades públicas son de tibieza tan plomiza como el polvo sahariano. Justo ahora cuando los jóvenes necesitan referentes de compromiso y valentía luchan solos. Cuando la mayor cárcel abierta del mundo es una fosa común, sin que el mundo mueva un dedo.

El exterminio no queda tan lejos como dicen los mapas. De la mar vino un barco cargado de cohetes y toneladas de explosivos para Israel que no entró en la dársena de Cartagena, y luego otro. A ambos les paró la presión social en la explanada del puerto tras el primer aviso de Podemos, que ha advertido ya de la llegada de un tercer barco, la adhesión dos días más tarde de otros colectivos y Sumar. Si escribes Cartagena en vez de Nápoles, el paisaje, sin Vesubio, es idéntico a esto que dice el tremendísimo Saviano en el primer capítulo de su ópera prima ‘Gomorra’: “Su puerto mercante y sus alrededores se asemejan a un cristo sangrante sin dios, y allí recalan las orientales mercancías en su casi totalidad, desde mucho más allá de la curvatura primera de La Tierra”. Pero el activismo es un arma invencible, porque nunca quema la esperanza.

La contraofensiva local llegó, of course, en forma de titulares desganados y dibujillos sin gracia de algún aspirante a chistoso que come de la mano de sus amos. Son faltas de respeto propias de esta mejor tierra en la que su gobierno autonómico financia con millonarias subvenciones de dinero público a una fundación israelí. Extraña fascinación la del pobre por el rico, quien siempre le despreciará. El mundo no cambia porque España reconozca como nación a Palestina, un gorila se abrace a un genocida con las manos aún frescas de sangre, o los nazis redivivos se presenten a las elecciones europeas y aquí no ha pasado nada. Todo esto acabará porque hay más humanidad que no piensa dar la batalla de la paz como perdida y el odio bíblico como en las escrituras sagradas, tiene un final.

Pero sobre todas las cosas cambiará por jóvenes como los acampados en La Merced, despiertos a otro Pentecostés que prende como las lenguas de fuego que colmaban el espíritu de los elegidos con maravillosos dones. Nacidos y criados entre varias crisis no son de cristal, como dicen los clichés. Se han forjado entre la precariedad y el pensamiento. Jóvenes en los grandes cambios, Washington, París, Soweto, Tiananmen, Puerta del Sol. Son ellos y sus sueños de justicia los únicos dueños del futuro. No sabemos todavía que la juventud es el verdadero pueblo elegido.

Cuando los aplausos recibieron a la bandera palestina en la final de la UEFA Women Champion’s League todos pensamos muchas cosas. Una, que esto no hubiera pasado en una final masculina. La otra es que tiene que ser posible la paz. La puesta en escena se hizo con silencio y dignidad, poniendo suave la pancarta sobre el terreno de juego, poco antes del himno, con la solidaridad implícita de las gradas de San Mamés que coreaban el estribillo del río al mar. Y que vivan, por siempre, las mujeres y su bendito y eterno afán de parar las guerras.

El exterminio quirúrgico de Gaza no ha pasado el filtro doméstico de la rutina que normaliza el horror mientras metemos la cuchara en las lentejas. Es imposible hacer la digestión. Censurada la información, sabemos que son más de quince mil niños asesinados. Hemos visto sus cuerpos envueltos en diminutos harapos blancos, con forma de caramelos marchitos. Hace más de medio siglo que el Gran Imperio perdió la guerra de Vietnam entre otras cosas, por aquella foto de Kim Phùc, de ocho años, desnuda, huyendo de la nada por una carretera, abrasada por el napalm. Las universidades norteamericanas se levantaron, las conciencias de todo el mundo se sacudieron. Ahora ocurre lo mismo en los campus de todo el mundo, desde Harvard y Columbia a la Sorbona, de Monterrey hasta La Merced.