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Querido Jackson

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La profesora nos preguntó algo parecido a:

“¿Cómo se dice Juan en inglés?”

Yo, que a marisabidillo no me ganaba a nadie, levanté la mano y dije (o más bien grité) con esa voz nasal de imberbe nervioso que me caracterizaba:

“Jack, ¡se dice Jack!”

“Antonio, ¿qué dices? Se dice John”.

Y yo bajaba la mano asumiendo la derrota pero murmurando para mi algo que sabía cierto: mi profesora mentía. Porque en casa de los González mi tío no era simplemente Blas. Era Jackson, el hijo de Juan (Jack’sson). Y aquel mote era mucho más que un simple juego de palabras entre hermanas.

Jackson fue el primer mote que escuché usar a adultos que siempre presupuse serios y cabales. Adultos que eran (y siempre serán) mis modelos. Jackson era ese palabro que se dejaba escuchar durante las comidas del Día de Reyes en casa de mis abuelos, ese anglicismo que yo no entendía pero que me dibujaba una sonrisa en la boca. En definitiva: esa señal que te indicaba que hay cosas que son para siempre. çEl cielo es azul.

El negro pega con todo.

Blas es Jackson.

Verdades inmutables.

Para muchos, mi tío Blas es uno de los referentes sanitarios en la Región de Murcia: fue el Jefe de Sección de Medicina Interna del Hospital del Noreste y el presidente de la Junta Local de la Asociación Española Contra el Cáncer. Era un sanitario modelo y un ejemplo de dedicación. Solo hay que echar un vistazo a la prensa local: a las pocas horas de dejarnos, medios como la Cadena Ser, La Verdad o La Opinión de Murcia se hacían eco de la triste noticia.

Para mi familia, mi tío Blas era el profesional detrás de la profesión. Mi tía Dolores nos ha enseñado que en esta vida hay dos tipos de persona: las que cuidan y las que se dejan ser cuidadas. Y con cuidar no hablamos de informes médicos o tratamientos, sino de (y aquí cito palabras textuales tuyas, Dolo) “disfrutar viendo disfrutar”. Blas siempre celebró la vida y nos invitaba a disfrutarla a su lado. Sabía que la parcela de huerta donde decidió vivir significaba mucho para su familia y siempre tuvo las puertas abiertas. Porque esa es otra: la vida de mi tío siempre giró alrededor de su familia y su pasado, presente y futuro. La casa de la abuela Dolores, los tíos Pepe y Carmen, las comidas con sus hermanas, el futuro de sus hijos… Toda nuestra historia enraizada y creciendo entre naranjos y limoneros. Imparable. Inevitable.

Porque así son las historias: avanzan inexorablemente hacia su propio final. Es la naturaleza de cualquier historia. Y mi tío, el hijo de Juan, lo sabía.

Por eso en lugar de deprimirse con cada cumpleaños, siempre lo celebraba por todo lo alto. La vida merece ser vivida. Grábatelo con fuego. Mi cabeza me traiciona y vuelvo a estar allí: le veo aparecer a escasos metros de la mesa de la huerta botella de ron en mano para hacernos mojitos caseros. Los primos nos miramos y en la mente de todos cruza un único pensamiento fugaz y claro: “Al menos esta vez no ha comprado ese horrible preparado de mojito”. Es el chascarrillo de siempre. Él habla de su cámara de fotos nueva, de todo lo que querría fotografiar con ella. De pronto, una de sus hermanas…

“¡Eh, Jackson…!”

Y en la comisura de mis labios, esa sonrisa tonta vuelve a aparecer otra vez:

Una verdad inmutable: todo está bien.

 

Yo conocí a Blas Luís González Pina.

Fuimos muchísimos los que tuvimos la suerte de cruzarnos en su camino. Y ayer, leyendo los comentarios que decenas de pacientes anónimos dejaron en las diferentes noticias de su fallecimiento, comprendí que El médico y El hombre son dos figuras indivisibles en la larga (y a la vez corta) trayectoria de mi tío. Tanto agradecimiento, tanto amor... La muerte de Blas nos deja una amarga lección sobre la vida y su fragilidad pero también un valioso recordatorio de lo importante que son nuestras propias raíces y el árbol que crecerá de ellas.

Desde aquí, mi familia y yo queremos agradecer a todo el personal sanitario por su dedicación, su tiempo y su sacrifico. Infinitas gracias.

“¿Cómo se dice Juan en inglés?”

Pues eso: verdades inmutables.

 

Gracias, tío Blas.

 

La profesora nos preguntó algo parecido a:

“¿Cómo se dice Juan en inglés?”