Hemos descubierto gracias al fútbol, quién lo hubiera dicho, que somos racistas. Y el personal se echa las manos a la cabeza, oh sorpresa. ¿Cómo? ¿racismo en España? Imposible. Pues sí. Quien más quien menos alberga en su interior un pequeño o gran xenófobo que se manifiesta a la menor oportunidad. Hay quien lo lleva por fuera y le deja tomar el control, pero por lo general somos más bien civilizados y solo se nos ve el plumero de vez en cuando. Oigo a alguien hablando de “un amigo que es senegalés pero muy buena persona”. ¿Cómo que “pero”? ¡La conjunción correcta es “y”! Recientemente me comentaba alguien el caso de una chica gitana “que va súper bien en el instituto”. Claro, porque lo normal sería que estuviera diciendo la buenaventura en la puerta de la catedral. Microrracismos se podría llamar esta sección. El racismo puede actuar solo, ya que tiene la suficiente entidad propia, pero por lo general suele ir acompañado de sus inseparables clasismo y aporofobia, constituyendo un conjunto de deméritos humanos que hacen de la convivencia un ámbito irrespirable.
Mientras escribo este artículo un coche de propaganda electoral me pasea la calle anunciando la mercancía que vende un partido conservador en estas elecciones: seguridad. Seguridad a favor de quién y contra quién, me pregunto. Con total certeza el amigo senegalés sería uno de los damnificados de la venta de ese producto envenenado. Recuperando la seguridad en nuestras calles, dice el eslogan... Porque los partidos de derechas llevan en su programa electoral y en su ADN el miedo/rechazo/prevención contra las personas extranjeras, contra las que les resulta imprescindible levantar barreras de seguridad. A ver cómo se llama eso.
Pero vamos a centrarnos. La noticia del mes ha ocurrido en el fútbol, aunque tampoco es que sea una novedad. Yo misma, que no veo un partido a menos que me aten a la silla, puedo recordar unas cuantas broncas desde las gradas hacia futbolistas de otros orígenes y colores. Cuánto más oscuro el color, más groseros los insultos. Al menos esta vez han reaccionado:
La fiscalía ha recibido una denuncia presentada por el Real Madrid para que se investiguen los delitos de odio y discriminación en el caso de los insultos recibidos por Vinicius Jr. durante un partido contra el Valencia. Está muy bien que el propio club haya presentado la denuncia cuando lo habitual es que los clubes de fútbol arropen y amparen a grupos ultras, fijos en cada partido, una de cuyas dudosas virtudes es ser profunda y militantemente racistas. Así que, sorprende tanta sorpresa a estas alturas. La noticia ha ido creciendo en olas concéntricas llegando hasta la declaración de repulsa de Lula da Silva. Ahí es nada.
Pero cuántas formas distintas y perversas adopta el racismo. Es necesario que sepamos que esos insultos que ahora sorprenden tanto no se generan en el vacío, sino que se han ido gestando largamente.
Porque el racismo no es un capricho (esta raza me gusta más, esta menos…) sino que cumple una función muy clara: el racismo es la campaña de marketing de la explotación. Cuanto más despreciado socialmente es un ser humano por su procedencia, raza, origen o color de piel, peor pagado y peor tratado será. Aquellos que se juegan la integridad física, cuando no la vida, para llegar a las costas de Europa y que sólo podrán acceder a los peores trabajos, tienen la obligación luego de volverse invisibles. No pueden hacerse notar, su presencia resulta molesta en las calles, en el transporte, en los colegios, en los centros de salud. Cuidan de nuestros ancianos, cosechan nuestra fruta, limpian nuestras casas, pero son distintos, son pobres, afean nuestras calles, colapsan nuestro sistema social, es mejor que no los veamos, estorban: ese es el racismo nuestro de cada día.
Dicen que no caben aquí, que ya somos muchos (como si el país fuera el metro en hora punta) pero los refugiados ucranianos han sido recibidos con los brazos abiertos, que es como debería ser siempre, porque huyen de una guerra y dejan atrás su país para salvar la vida, no para amenazar la de nadie. Pero los refugiados procedentes de África o de Oriente Medio, que huyen por las mismas razones, han sido y están siendo sistemáticamente abandonados a su suerte. O peor, empujados al mar como ocurrió hace pocos días, cuando la guardia costera griega llevó a un grupo de migrantes, entre los que se encontraban niños, hasta el mar y los abandonó en una balsa. Los refugiados se enfrentan en este caso y en otros tantos a la dura odisea de alcanzar una tierra que no suponga esclavitud, hambre, cárcel o muerte. No siempre lo consiguen; son incontables los que se quedan en el camino. Es el racismo, que tanto escandaliza ahora en un partido de fútbol, el culpable de esas muertes.
El racismo se genera en la sociedad y se ratifica en las urnas. O sea que, si de verdad no queremos racismo, ya sabemos lo que tenemos que hacer.
Hemos descubierto gracias al fútbol, quién lo hubiera dicho, que somos racistas. Y el personal se echa las manos a la cabeza, oh sorpresa. ¿Cómo? ¿racismo en España? Imposible. Pues sí. Quien más quien menos alberga en su interior un pequeño o gran xenófobo que se manifiesta a la menor oportunidad. Hay quien lo lleva por fuera y le deja tomar el control, pero por lo general somos más bien civilizados y solo se nos ve el plumero de vez en cuando. Oigo a alguien hablando de “un amigo que es senegalés pero muy buena persona”. ¿Cómo que “pero”? ¡La conjunción correcta es “y”! Recientemente me comentaba alguien el caso de una chica gitana “que va súper bien en el instituto”. Claro, porque lo normal sería que estuviera diciendo la buenaventura en la puerta de la catedral. Microrracismos se podría llamar esta sección. El racismo puede actuar solo, ya que tiene la suficiente entidad propia, pero por lo general suele ir acompañado de sus inseparables clasismo y aporofobia, constituyendo un conjunto de deméritos humanos que hacen de la convivencia un ámbito irrespirable.
Mientras escribo este artículo un coche de propaganda electoral me pasea la calle anunciando la mercancía que vende un partido conservador en estas elecciones: seguridad. Seguridad a favor de quién y contra quién, me pregunto. Con total certeza el amigo senegalés sería uno de los damnificados de la venta de ese producto envenenado. Recuperando la seguridad en nuestras calles, dice el eslogan... Porque los partidos de derechas llevan en su programa electoral y en su ADN el miedo/rechazo/prevención contra las personas extranjeras, contra las que les resulta imprescindible levantar barreras de seguridad. A ver cómo se llama eso.