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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La reina trapera y el rapero mordaz

Este artículo no va de Valtonyc. O no solo. Un par de días antes de la última sentencia contra el rapero, leí esto. Un simple artículo del ¡Hola! Doña Letizia encuentra en las rebajas su nuevo estilismo. Tardé en poder cerrar la boca. Decía Borges, recordando a Tennyson, que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo. Yo me quedé mirando la blusa de las rebajas del Zara de la reina, sus florecicas de encaje, y tuve la sensación de que si lograse comprender, pero comprender de verdad, ese artículo, sabría de una vez por todas cómo es posible que sigamos manteniendo una familia real, rindiendo pleitesía a esa millonaria clave de bóveda de nuestra oligocracia.

Pero mi culo siguió torcío, claro. Desgraciadamente, el texto está lleno de hermetismos como “tendencia lencera”, “look bicolor”, “bajo festoneado”, “mangas abullonadas”, “pantalones palazzo”, “cuarzo rutilado”, “vestido-capa”, “royals” o “ear-cuff”. No son mis hermetismos favoritos. Yo lo que controlo son cosas como “superestructura”, “crisis de régimen”, “sociedad del espectáculo”, “momento Polanyi”, “hegemonía” o “guerras culturales”. No encontraréis ninguna de estas palabras en el texto. Pero sí muchos ejemplos de sus significados, claro. Lo cual me hace pensar que, inversamente, mi vida está repleta de forma inconsciente de bajos festoneados, royals y vestidos-capa sin que yo me dé cuenta de nada de eso. Puede que sí. Casi seguro que sí. Los límites de mi lenguaje no son los límites -sorry, Ludwig- de mi mundo. Mis vecinas, con quienes comparto barrio, me podrían aclarar todos esos palabros en un pliqui. Solo tendría que tocar a sus timbres. Igual hasta tienen la revista en casa. Chúpate esa, Ludwig.

Convivimos, es la idea que trato de poner sobre el tapete, con campos lingüísticos paralelos, que no parecen solaparse en ningún sector, pero actúan sobre nosotros (y entre sí) de forma simultánea. Lo que digo no es solo que tanto el look de Letizia como el sustrato quincemayista tienen una relevancia en la radiografía ideológica del día, sino también que uno influye en el otro, que sin el 15M es probable que la reina Ortiz ni pensase en acudir a los actos vestida de las rebajas (perdón, de popular look), e incluso que no fuese reina aún. A ver, te comento. Por partes, claro.

REINAR EN TIEMPOS REVUELTOS

España. 2018. A lo largo de la década, mientras la sobrecogedora crisis financiera tenía lugar, el gasto acumulado en Sanidad ha descendido un 37%, el de Educación un 50%, el de Servicios Sociales un 13%, el de Cultura hasta un 50%. Al mismo tiempo, la dotación de la Casa Real se ha mantenido estable, en alrededor de 7,7 millones de euros. Como recuerda Alberto Santamaría en su última obra, ‘Los límites de lo posible’ (Akal, 2017), un régimen no puede actuar solo desde lo puramente económico. Si pretende perdurar, ha de apoyarse también en una determinada cultura que lo legitime, tanto escamoteando sus contradicciones como situándolo en una posición de hegemonía ideológica, presentándolo como el sentido común. Este sentido común no es más que un relato, y este relato tiene sus narradores, desde las páginas del BOE hasta las del ¡Hola!

Nuestros mandantes tomaron buena nota del error que acabó con el aznarato en 2003 y 2004. En esos tiempos, el Gobierno creía que con el control de los informativos de RTVE ya tenía asegurada la hegemonía cultural y podía dictar el sentido común de la sociedad española. El desborde del ¡No a la guerra!, vehiculado a través de nuevas tecnologías y formas inéditas de activismo ganó la partida. Aquella gala antimilitarista de los Goya de 2003 presentada por Alberto San Juan y Willy Toledo, así como la salida de guión de los concursantes de OT (“En mi nombre y en el de todos mis compañeros, queremos decir no a la guerra”, que puso a medio público en pie), indicaban con más fidelidad que las encuestas sobre intención de voto que el PP olía a muerto.

De los errores se aprende, claro. Desde el retorno al poder del PP en 2011 TVE ha perdido, según el CIS, veinte puntos como referencia informativa (oscuros nombres llegados de Telemadrid y La Razón han dirigido los informativos, entre múltiples acusaciones de manipulación por parte de los mismos trabajadores del ente público). Claro. Pero el catenaccio va más allá. La crisis ha servido como excusa para permitir la concentración de las empresas de medios que operan en España, ahora en manos de dos grandes conglomerados, Atresmedia y Mediaset, que facturan el 85% de toda la publicidad televisiva sin que nadie les afee el monopolio. Se trata de unas pocas familias, españolas e italianas: los Lara, los Agostini, los Berlusconi. La concentración de capital también lo es ideológica y al final se paga: según un estudio de la Universidad de Oxford, los medios españoles tienen la credibilidad más baja entre su público de toda Europa. Los intelectuales no se sabe, pero las cotas de baba y pleitesía están bastante altas (no hagáis clic si acabáis de desayunar)

De modo que, si te preguntas por qué no has visto nada parecido a aquellas galas críticas de los Goya o de OT en estos años revueltos, la respuesta es que sí, hay un motivo por el que los looks de Letizia llevan toda la década en la portada de nuestros medios de comunicación y los desahucios nolooks. Hay hasta una correlación entre ambas cosas. Sí, claro, te comento. Te cuento más:

MASCARILLA REGENERADORA ACTIVA

No sé si te acuerdas, pero estos diez años de crisis no solo se han caracterizado por un tsunami de recortes y paro: ha ido saliendo a flote una miríada de casos de corrupción política (desde el de los EREs hasta el Lezo pasando por Gürtel, Púnica, Aquamed, Palma Arena, Bankia, César, Andratx, Auditorio, etc.) que ilustran una podredumbre sistémica. La propia Comisión Nacional del Mercado de la Competencia cifra el coste de la corrupción endémica que sufre nuestro país en 90.000 millones de euros al año. Sí: 90.000.000.000€. Y sí: al año. La envergadura del problema es imposible de escamotear, y las encuestas trimestrales del CIS vienen recogiendo desde 2011 que la corrupción es una de las principales preocupaciones de los españoles, solo por debajo del desempleo. El sistema político (como podría deducirse considerando la primera y la segunda) constituye la tercera fuente de desasosiego.

En esta década, además, la Corona ha visto estallar su propio y sobrecogedor caso de corrupción: el Nóos, llamado así por una organización sinónimo de lucro creada por el cuñado del rey con el objetivo de trincar pá la saca, o como se diga en jurídicoadministrativo. Hemos visto por tanto a toda una Borbón sentarse en el banquillo de los acusados, y hemos asistido a un aparatoso conjunto de maniobras judiciales en la oscuridad con el objetivo de salvar a la infanta (y de paso al cuñao). El desapego hacia la casta político-empresarial de la década marrón se venía extendiendo por la casa real desde el safari por Botsuana de Juan Carlos I (poco después de que Froilán se disparase en el pie, durante otra de estas excursiones), a lo que se añadía su poco cristiana relación con Corinna zu Sayn-Wittgenstein (¡hola otra vez, Ludwig!) o el monto de sus cuentas suizas. Que era de 728 millones de pesetas. Corinna se llevó una propina al tomar las de Villadiego (o las de algún lago de Suiza, no estoy seguro) de 30 millones de euros. Voy comentando las cifras por aquí para no perder la cuenta. Sigamos. Bueno, para qué seguir. Resumamos, mejor: en Zarzuela se encendió una alarma. No iba a bastar con salir diciendo lo siento, me he equivocado etc. Que salga a calentar el preparao. Y los redactores del ¡Hola! también. Que necesitamos remontada.

¿Y remontan, con el cambio de rey? No se sabe. El Estado apagó el marcador: el CIS dejó de incluir sus tradicionales preguntas sobre la percepción de la monarquía en 2015, casualmente en un momento en que el rechazo total hacia la Casa Real (valoración de 0 sobre 10) escalaba hasta nada menos que el 21,7% de las respuestas. Felipe llevaba apenas un año con la corona en la cabeza y las alarmas, lejos de atenuarse, seguían subiendo de intensidad. La operación me recuerda a esas cosas que pasan en la Bolsa, cuando una empresa se hunde desaforadamente y el regulador decide suspender la cotización.

El problema de suspender una cotización es que volver a activarla da miedito. Y un problema más: sin conocer el valor real de tu empresa, te quedas desconectado de la sociedad que debe legitimarte y a merced de asesores de imagen de toda laya. Me encantaría conocer a ese equipo. Ya sabéis: ese grupete puntero de erre erre pe pés que toma las decisiones de comunicación en Zarzuela. Quienes apostaron por grabar el mensajito navideño de 2015 en el Palacio Real, por ejemplo. Quienes dijeron Mmmm, vamos a probar con una barba. Quienes mandaron a la reina a las rebajas. Me los imagino en una reu permanente, en un gabinete de crisis. Sus trajes de dos mil euros huelen un poco ya. Los cuellos de las camisas acumulan roña. El rimmel se ha corrido tanto que parecen Baby Jane. Pero ahí siguen, con los ojos como platos, lanzando ideas. Con solo apretar un botón les viene un mayordomo a reponer el café y la fariña.

-Felipe a Davos y Leti al Primavera Sound.

-Ahora los sacamos comiendo sopa.

-El toisón, el toisón. ¡Hay que hacer algo con el toisón!

El problema de las mascarillas regeneradoras es que no pueden maquillarlo todo. Hay granos, verrugas, pústulas abiertas que no se disimulan ni con una capa de óleo de dos dedos de gorda. La Operación Rivera funcionaría mejor si no hubiese que apencar con M. Rajoy, por ejemplo. Sapos como Federico Trillo en el Consejo de Estado, o la plusmarquista olímpica de corrupción Pilar Barreiro en el Senado, son difíciles de tragar sin muchos litros de vino. En cuanto a la simpática familia Borbón, nos enamoraríamos más de la barba nueva de su majestad o el look total de Letizia si no tuviésemos en mente la vida que se están dando Iñaki y Cris y lo bien que se conservan en Ginebra (la ciudad).

La monarquía no es, en 2018 d.C., un producto fácil de vender. Antes le colocas un telégrafo a un millenial. Hay que hacer un esfuerzo comercial bastante considerable (y bastante caro). Tarjetas de puntos. Descuentos. Ofertas 3x2. Sobre todo, regalitos. Qué digo regalitos. Regalazos. Por la compra de Juan Carlos I uno se llevaba a casa una Transición Española y un Exorcismo In Extremis 23F. Más falso todo que un duro de madera, pero ey. Crema. En el gabinete de crisis de Zarzuela trabajan ya en un obsequio vistoso para Felipe Uve Palito (De Abollar Ideologías). Va a ser una Unidad de España 155.0 en Dolby Surround. Guapo, ¿eh? No me digas que nunca has deseado vivir en el siglo XIX. Pues ahora puedes. Tú le das al botón y se suprimen las autonomías, se eliminan las lenguas cooficiales, se le aplican el 490.3 y el 491 (delitos de injurias a la Corona en el Código Penal) a la plebe rapera malhablada y se exilian o entran al trullo los representantes políticos de esa gente que habla tan raro y dice Herrera que huele mal y van de perroflautas aunque son millonarios.

Al contrario que Letizia, que compra en las rebajas como tú.

Anda, llamad al mayordomo otra vez, cracks.

Este artículo no va de Valtonyc. O no solo. Un par de días antes de la última sentencia contra el rapero, leí esto. Un simple artículo del ¡Hola! Doña Letizia encuentra en las rebajas su nuevo estilismo. Tardé en poder cerrar la boca. Decía Borges, recordando a Tennyson, que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo. Yo me quedé mirando la blusa de las rebajas del Zara de la reina, sus florecicas de encaje, y tuve la sensación de que si lograse comprender, pero comprender de verdad, ese artículo, sabría de una vez por todas cómo es posible que sigamos manteniendo una familia real, rindiendo pleitesía a esa millonaria clave de bóveda de nuestra oligocracia.