No pensaba escribir nada sobre esta polémica que tanto duele y que tanto cansancio genera, una vez más. Lo más cómodo era apuntarse a la desafección creciente entre el electorado izquierdista de este país, cuya desmovilización permitirá que el neoliberalismo de Ciudadanos termine cerrando victoriosamente la brecha que abrió el 15M.
Las condiciones personales no tienen que capacitarte necesariamente para poder defender unos determinados intereses, es cierto. O al menos eso pensábamos en España antes de divorciamos de las élites políticas tradicionales por un hastío estético y moral. Abrazamos entonces el difícil camino del populismo, un camino imprescindible para los momentos que vivíamos y aún vivimos; un camino que exigía nuevos representantes, más que cercanos a lo que el pueblo sentía, directamente pueblo sufridor, para poder volver a reconciliarnos con las instituciones democráticas. Representantes que vivieran y sintieran, en consecuencia, como la mayoría social empobrecida. Era necesario para seguir legitimando la democracia que las élites políticas dejaran de ser esos burócratas aislados y traicioneros que montaban en coches oficiales y fumaban puros en yates. Ese fue el discurso fundacional de Podemos: “no nos representan porque no viven como nosotros, porque no sufren como nosotros. Solo se preocupan de sus intereses”.
No es ilegal comprarse una casa con una hipoteca a 30 años. No podemos acusarles de falta de honradez, es cierto. La política no solo debe castigar al que roba, también al que traiciona la confianza. Quien usó el chalet como metáfora para señalar a la maldita casta frente a la bendita gente no puede ahora, aunque incluso existan razones, justificar su decisión. Es incomprensible en lo político, respetable en lo personal y triste en lo interno. Nadie le obligó a enseñarnos su pequeño piso madrileño, que olía a café y no a cloro de piscina. Nadie le obligó a realizar de la política emocional una nueva bandera, fue su apuesta, su exitosa apuesta, y debe mantenerla hasta sus últimas consecuencias, al menos, hasta que decida seguir representando el proyecto.
Y si el hecho cayó como un jarro de agua fría entre la mayoría de votantes, también lo hizo entre buena parte de los cargos públicos de Podemos, personas que comprendieron desde la más humilde de las concejalías que su forma de vida era un relato político, que debían ser no solo ejemplo vivo de compromiso en la arena institucional, sino también en sus quehaceres cotidianos, en sus filosofías de vida. De estos principios nace la limitación salarial, seña y orgullo del partido.
Odiamos a los poderosos porque estaban tan lejos que ni siquiera escuchaban nuestro grito. Les quisimos sacar del poder para que la moqueta se manchara con la suela de los zapatos de quien viene de la calle, y ahora, de repente, parece que los que tanto querían prevenirnos de la perversión institucional han transmitido una imagen de desvanecimiento ante las tentaciones de la vida burguesa.
Un error lo tiene cualquiera, es más, una contradicción la tiene cualquiera. Las sociedades están atravesadas por contradicciones que nos permiten confirmarnos que la vida es real. Yo escribo esto desde un MacBook, símbolo del capitalismo global y extractivo, de la contaminación medioambiental y del desprecio a los derechos laborales de obreros como los de Wintex en Taiwán, intoxicados por los altos niveles de n-hexano. Lo hago sin tapar la manzanita con uno de esos símbolos identitarios de la izquierda para sentirme menos normalizado. Por tanto, no es la contradicción en sí la que nos perturba, es la incoherencia. Jamás se me ocurriría dudar del compromiso ecologista de nadie por comprarse un móvil, ni de señalarle, ni de juzgarle moralmente. No es justo que quien ha hecho bandera de la estética workingclass, hasta tal punto que deslegitimaron el traje como atuendo, se cubra del primero de los derechos liberales, el de la privacidad, para escapar de sus contradicciones elevadas a incoherencias.
Lo peor no es nada de lo dicho. Muchas veces las personas tomamos malas decisiones y tan solo queda reconocerlo. Lo peor es la estrategia de defensa emprendida, la gestión de crisis realizada de la mano de los gurús Vestrynge y Monedero. Al principio el argumentario señaló que se trataba de un asunto privado que no debería ser objeto de debate público, una postura que, ante su debilidad, duró pocas horas. Después se sale a la defensiva, con la apelación a la manipulación mediática, la conspiración de los poderosos y la comparativa.
Esperamos como Arcadia en flor el día que la izquierda, al equivocarse, no salga por la vía elitista ni victimista, reconociendo que su pueblo, en este momento, le ha dado la espalda, porque no la comprende y que es ella y nadie más la que tiene un problema.
Elevado lo personal a político, porque desde el principio del caso lo fue, Pablo Iglesias e Irene Montero toman a toda una organización por rehén, convocando un plebiscito que pretende traspasar la responsabilidad sobre la incoherencia a todo Podemos. Los abnegados cargos municipales y autonómicos, que no tenían bastante con el estigma de radicales chavistas, tendrán que cargar ahora con una decisión que ya no es de dos,será de decenas de miles. Eso o el caos. Una estrategia propia del general de Gaulle en los días más dudosos de la V República.
Ya advertían los teóricos de la democracia participativa que algunos pueden usar sus instrumentos para simplemente legitimar decisiones cuando hay decisiones que no son, ni pueden ser, objeto de referéndum. Esto no quita que sienta la persecución mediática, que me duela, como me dolió humanamente la caída en desgracia de tantos otros políticos, porque no me gusta este tipo de política devastadora, pero son las reglas de juego que todos hemos aceptado de una u otra forma. Y cuando gracias a esas reglas ganaste batallas, ya nunca más puedes lamentar su uso por unos enemigos, los tuyos, poderosos, efectivamente, que jamás iban a ser complacientes contigo, como tú, seguramente, no lo serías con ellos.
La política iba en serio, la vida era cruel, nada de esto consistía en un simulacro. Y comprobando con decepción que utilizan armas cargadas, viendo que les están ganando, no pueden poner a su gente como barrera. Lo que fue una decisión personal nunca podrá vincular el futuro de toda una organización, porque temo que estemos viviendo los últimos días como si el objetivo de la victoria se hubiera sustituido por una supervivencia mínima de trincheras, como si se hubiera malgastado en miles de borradores 3 años. No hay segundas funciones, ni dos noches de estreno. No habrá mejor ocasión ni tiempo más favorable, aunque resistamos, aunque nos empeñemos en justificarlo todo, aunque odiemos a quien nos ataca. Me mantengo con la esperanza del reencuentro con el viejo Podemos, irrefutable, emocionalmente impecable, el de la bendita gente.