Tras la resaca del 20D, llevo días dándole al caletre acerca de la singularidad murciana en materia electoral. Servidor se ha jartao estas fiestas a cava, alvariño y pacharán navarro; se ha puesto literalmente morao a cabrales, mojo picón, y hasta sobaos pasiegos. Paparajotes, zarangollos y cordiales, empero, me han provocado cierta acidez y un leve estreñimiento.
Tan contentico andaba uno, embriagado de purpurada alegría ante esos excelentes resultados en Cataluña, Euskadi, Valencia, Madrid y demás parajes de esta patria mía, que fue jodío darse de bruces con el testarudo hecho diferencial murciano. ¿Qué hace que en los barrios que quieren segregar de la ciudad con ese AVE sin soterrar, o bien en esos castigados distritos en Alcantarilla, en San Andrés, les voten masivamente? Y me pregunto atribulado si no es acaso mi amada Coponia murciana una excepcional esencia electoral que gravita sola, suspendida del hilo de la historia. ¿Seremos finalmente una unidad de ladrillo en lo universal?
Ni por asomo me atrevo a dudar a estas alturas de la madurez política de murcianos y murcianas, no quiero imaginar redes clientelares o prácticas caciquiles propias de otras latitudes. Resulta obvio que estos ciudadanos en las zonas más deprimidas de nuestras ciudades, tras un concienzudo análisis de su precaria situación social, han llegado a la feliz conclusión de que nunca tomarán un AVE, ni harán cola en las atestadas terminales del aeropuerto de Corvera. Sin embargo, se les debe antojar tan bonito atisbar en la distancia veloces trenes y estilizados aviones, que ven así colmadas sus expectativas políticas.
Seguramente tanta singularidad electoral venga a resultas de otras singularidades. Una de ellas es esa ancestral animadversión del alma murciana hacia los desatinos de la lectura. Esta es tierra de poca prensa y menos libros. De eso bien pueden sacar pecho en San Esteban; fruto en parte de tantos años de esforzadas políticas preventivas en asuntos culturales y educativos.
En materia de telecomunicaciones y redes, es de reconocer que han atiborrado las escuelas de tabletas, ordenadores y pizarricas digitales. Los singular de estos logros es que Internet se usa básicamente para wasapear foticos y seguir la liga on line.
Después está el asunto de haber rotulado de bilingüísmo tantos centros educativos. Cosa bien distinta es que los críos hablen inglés, ¡hasta ahí podríamos llegar, copón!
No obstante, la mayor de nuestas singularidades, la que más me cuesta asumir, es que la Región con mayores índices de pobreza y precariedad del país siga haciendo palmas a quienes la arruinaron con aeropuertos vacíos, quebradas desaladoras y auditorios para todos.
Ligado ello a que en nuestros pueblecicos y pedanías no parece haber gran tejido asociativo más allá de peñas quinielísticas y comisiones para festejos patronales.
Tanta singularidad murciana se confabula y explica que la buena nueva morada no haya calado hondo por gran parte del territorio. Aquí el asunto de los círculos y las asambleas, tan vivo en otras partes del país, no acaba de prender fuera de las grandes ciudades. Y para penetrar la profundidad del alma copona y hacerse presente en todos sus rincones, amén de ofrecer una propuesta seductora y comprensible, me temo que habrá que arremangarse y curtirse en las más duras y exigentes verbenas populares. Y sacar a bailar a la reina de las fiestas, y jugarse las perricas en la rifa y batirse con denuedo en piñatas o cucañas.
No basta con que un día aparezca por la plaza alguien con aire alternativo y pendientico antiglobalización que pretenda convocar a vecinos y vecinas, labradores y labradoras de aquesta villa a no sé qué leches de un círculo del pueblo. En especial, si el zagal o zagala se ha criado en la capital y no se prodiga por verbenas, ni compra boletos para el sorteo. No se asomarán, a juicio de los de la partida al tute, más de cuatro desoficiaos y el Marianico de turno, quien gusta siempre de curiosear. Cosa bien diferente sería si doña Asunción, la médico, hubiera mostrado su apoyo. Pero ni ella, ni la Santi, que también les votó, iban a echar las tardes en tan asamblearios menesteres. O el maestro ese con podémicas ideícas a quien todos los críos quieren. Y ya de traca hubiera sido que la panadera, mujer cabal donde las haya, replicase en público a don José cuando este afirmó con aplomo que si los del coletas llegasen a mandar a alguno le iban a quitar la casica de la Chapineta. En el pueblo aún se preguntan si sería verdad.
Y es que en nuestros pueblos, el voto a los moraos se lleva en silencio, cual política almorrana. Pocos saldrán a la plaza a retratarse, y más con la que aquí cae en verano.
Dicho lo cual, no me resigno a que mi tierra siga siendo una anomalía electoral, a resguardo de los vientos del cambio. Habrá que inventar estrategias adaptadas a sus singularidades. Y si eso pasa por cuadrar el círculo, pues se coge compás, escuadra y cartabón, se localizan pequeñas celebrities locales y nos aprestamos a resolver la formulación de tan antiguo enigma matemático.
Tras la resaca del 20D, llevo días dándole al caletre acerca de la singularidad murciana en materia electoral. Servidor se ha jartao estas fiestas a cava, alvariño y pacharán navarro; se ha puesto literalmente morao a cabrales, mojo picón, y hasta sobaos pasiegos. Paparajotes, zarangollos y cordiales, empero, me han provocado cierta acidez y un leve estreñimiento.
Tan contentico andaba uno, embriagado de purpurada alegría ante esos excelentes resultados en Cataluña, Euskadi, Valencia, Madrid y demás parajes de esta patria mía, que fue jodío darse de bruces con el testarudo hecho diferencial murciano. ¿Qué hace que en los barrios que quieren segregar de la ciudad con ese AVE sin soterrar, o bien en esos castigados distritos en Alcantarilla, en San Andrés, les voten masivamente? Y me pregunto atribulado si no es acaso mi amada Coponia murciana una excepcional esencia electoral que gravita sola, suspendida del hilo de la historia. ¿Seremos finalmente una unidad de ladrillo en lo universal?