“El fútbol no es nada sin sus seguidores” – Jock Stein
Lema que figura en el interior de la camiseta del Celtic de Glasgow.
En los últimos años asistimos al esfuerzo por parte de la Real Academia Española (RAE) por incorporar aquellas palabras que nacen cada día en nuestra lengua castellana. Dicho ejercicio, aplaudido y criticado casi a partes iguales, trata de convertir nuestro diccionario en un documento vivo en que cualquiera pueda descubrir qué quiere decir un español, o un argentino o chileno, cuando dice tal o cual cosa. El diccionario ya no como baúl de los recuerdos, sino como herramienta adaptada a los tiempos. En su intención de cumplir con el lema “limpia, fija y da esplendor” los académicos dan, por contra, sepultura, a aquellos otros vocablos que han caído en desuso, y que desde hace tiempo parecen malgastar tinta en los glosarios sin que nadie nunca acabe interesándose por su significado.
Respecto al afán modernizador, lo aplaudo sin reservas. En cuanto a lo de la jubilación de palabras ya me invaden más dudas. Sobre todo cuando por el camino pueden quedarse palabras realmente hermosas. Cuando os hable en concreto de una, estoy convencido de que también estaréis dispuestos a luchar por salvarla. De hecho, y sin saberlo, muchos ya lo hacéis cada día.
No fue escuchando una canción como conocí esta palabra. Ni leyendo un poema. Bien podría haber sido así, pero no lo fue. Porque esta palabra debe estar ya “vieja”. Candidata, imagino, a ser sustituida por algún neologismo made in Great Britain, que se vende mucho mejor. Fue en una clase de la asignatura “Materiales”, en mis años de ingeniería en la Universidad de Murcia, donde escuché por primera vez la palabra resiliencia. Tras varias veces confundiéndola con su prima famosa, la resistencia, el profesor nos explicó que la resiliencia era “bla, bla, bla…”. Debí ponerme a pensar en otra cosa durante aquella aclaración porque cuando, ya en casa, me senté delante de mis apuntes y volví a leer la palabra, no tenía la más mínima idea de su significado.
Como tantas otras veces, recurrí al diccionario RAE para averiguarlo, y fue entonces cuando su uso en ciencia de materiales quedó para siempre en un segundo plano, al descubrir la primera acepción de resiliencia: “Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”. Cuánto mensaje en tan solo 11 letras. Cuánta historia digna de ser contada condensada en una sola palabra. Ya entonces me pareció la palabra perfecta para ser bordada en la camiseta del Real Murcia. En ese lugar de la elástica, justo detrás del escudo, donde desde hace un tiempo algunas marcas de ropa deportiva han puesto de moda incluir un lema.
De aquel descubrimiento, y aquella idea, han pasado 17 años. En ese tiempo, especialmente en estos últimos 5 años, el Real Murcia, ese que conforman todos y cada uno de los 6000 valientes que permanecen fieles a su equipo, ha demostrado estar hecho de una pasta especial. Después de un verano en que casi ascendió a Primera, y acabó bajando a Segunda B dos veces, con un efímero “ascenso” a Segunda de por medio. Tras confeccionar una plantilla en 10 días, llamada a pasarse un año viajando al frío Norte. Con todo en contra. Jugándose el porvenir en terrenos de juego y despachos a cual de ambos más empantanados. Después de todo esto, el Murcia no sólo sigue en pie, sino que sus aficionados son capaces de ilusionarse con lo que les viene por delante. Funambulistas sin red, recorriendo la cuerda floja unidos, con una sonrisa, y con la convicción de que no van a caer.
Proteged esa palabra. Usadla. No permitáis que la entierren. Porque os define. Nos define. Es nuestro lema.