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¿Para cuándo una revolución de los monederos? Llevar las protestas del campo al supermercado

Incidentes y enfrentamientos a las puertas de Feval-Agroexpo  / EUROPA PRESS

Víctor Egío

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Hola realidad. Las movilizaciones del campo en los últimos días, especialmente intensas en Extremadura y Andalucía, nos traen de vuelta a la actualidad esos problemas que tan poco interesan a los grandes medios, los que tienen que ver con el sudor del trabajo, el pan y el llegar a final de mes.

No recuerdo ningún año sin movilizaciones del sector primario: los productores de leche, los llauradors valencianos indignados por el precio de la naranja, el campo de Almería el año pasado… los más viejos del lugar recuerdan incluso el movimiento histórico del 77, con tractoradas y cortes de carreteras por toda España durante casi dos semanas. Si las manifestaciones se han sucedido durante los últimos 40 años, el problema no puede ser la subida del salario mínimo, como asegura una derecha que aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid y busca más el conflicto que soluciones reales.

Melocotones, ciruelas o nectarinas se han pagado en Extremadura a 15 céntimos el kilo. En el supermercado valen más de 2 euros. El limón o la naranja se pagan en la tienda hasta 10 veces más caros de lo que recibe el agricultor. El margen de beneficio es siempre para los mismos: LIDL, ALDI, Carrefour… grandes cadenas de distribución transnacionales que imponen los precios en un mercado que no tiene más regulación que la ley de la selva.

¿Es un problema de todos los agricultores? No. La gran agroindustria hace tiempo que se llevó gran parte de la producción a países donde la legislación laboral y medioambiental es mucho menos exigente. Como ejemplo, el tomate marroquí. Son los “agricultores” que piden bajar el salario mínimo, pero que se benefician de los acuerdos preferenciales que hunden los precios del campo. No son de fiar.

¿Es un problema solo de los agricultores? Tampoco. Las mismas grandes empresas que asfixian al agricultor, exprimen los bolsillos de las familias trabajadoras. La cesta de la compra de los humildes cada vez lleva más comida basura y menos frutas y verduras. No lo podemos pagar. En el campo el labrador no recibe apenas nada y en la ciudad el trabajador no puede permitirse pagarlo. En el colegio me enseñaron que 2+2 siempre son 4. Este es un caso muy claro. ¿Por qué no unimos nuestras luchas en lugar de quedarnos parados?

La solución se llama huelga de consumo. En España no existen muchos precedentes, pero la historia está plagada de ellos. La lucha por la independencia de la India comenzó con el llamamiento de Gandhi a boicotear los productos británicos, el primer gran éxito en su estrategia de acción no violenta. El movimiento por los derechos de la población negra en Estados Unidos se extendió también tras el boicot de autobuses en Montgomery impulsado por Martin Luther King, después de que Rosa Parks se hubiera negado a ceder su asiento a un pasajero blanco.

Pero no hace falta irse tan lejos en el tiempo. En Marruecos, una campaña iniciada en redes en 2018 para denunciar la especulación y el alto coste de la vida hizo tambalearse el país. El boicot contra Danone, las gasolineras Afriquia y la marca de agua mineral Sidi Ali se extendió como la pólvora y llevó a la dimisión de varios hombres de negocios metidos en política.

Es hora de darles donde más duele, de llevar el conflicto del campo y las carreteras a las fruterías y a los supermercados. Extender el dominio de lucha. Un ejercicio de resistencia silenciosa y pacífica contra unos abusos que ya duran demasiado tiempo. Es hora de que el campo ponga nombres y marcas sobre la mesa y concentrar nuestra fuerza sobre un par de objetivos. Cuando el resto vea las barbas del vecino trasquiladas, pondrá las suyas a remojo. La revolución de los monederos es para ya, porque la paciencia hace tiempo que se ha agotado.

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