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El Sabinar de Canteras, en riesgo de desaparición

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Desde 1984 lleva plantando con sus propias manos un bosque entero Ramón Navia en una colina de la localidad de Canteras, en la Cartagena occidental. Este ingeniero agrónomo no es ningún freak ni ningún hippy extraviado ni ningún ermitaño loco. Es un experto en botánica, un señor sabio al que da gusto atender, un profesional de lo suyo, un maestro cuyo criterio es escuchado allí donde le llaman: desde el programa 'Aquí la Tierra' de TVE, en el que ha intervenido en numerosas ocasiones, hasta los limonares de Egipto, país al que viaja todos los años para asesorar a varias empresas del ramo, entre otros muchos países. Y con la ilusión juvenil de un emprendedor de 64 años (“yo quería cambiar el mundo”) me cuenta que se empeñó (y consiguió) regenerar un bosque primigenio de la nada en su finca de Cartagena con especies autóctonas, algunas al borde de la extinción. Con paciencia y dedicación lleva 40 años plantando en El Sabinar de Canteras, un predio antes desértico que se encuentra al oeste de las canteras romanas, miles de árboles y arbustos con una densidad y una biodiversidad sorprendentes: de aquel pedregal han brotado sabinas, enebros, tarays, acebuches, bayones, espinos blancos y negros, lentiscos, retamas, baladres, zarzaparrillas, cornicabras, aladiernos, artos, efedras y rarezas y subespecies al borde de la extinción como el teucrium carthaginense, el enebro de las dunas y la más rarísima aún sabina de las dunas, de la que llegaron a quedar solo ocho ejemplares en el Mar Menor en los tiempos de la explotación urbanística de La Manga en los años sesenta.

Destaca, por encima de todos ellos y por su singularidad, el rey absoluto de esta arboleda única: los más de mil tetraclinis que le dan tono de verde oscuro, altitud, espesura y porte de auténtico y autóctono bosque mediterráneo antiguo a todo aquello. El tetraclinis articulata, nuestro ciprés cartagenero también conocido como araar o sabina mora, el árbol emblemático de esta comarca nuestra que tiene la particularidad de ser un endemismo en Europa: solo lo hay en Cartagena y en la cordillera del Atlas en Marruecos. Una planta que también estuvo en peligro de desaparición en los años sesenta y setenta y que personas como Ramón Navia han logrado salvar. Enseña con orgullo tanto los ejemplares más viejos que él plantó en los años ochenta y que han alcanzado los nueve metros de altura, algo que hace con pasión de padre, y con pasión de abuelo más orgulloso todavía muestra por dónde se está extendiendo el bosque de segunda generación: los árboles que él plantó ya tienen hijos y se reproducen ellos solos más allá de la plantación original. También hablamos de la fauna que esta arboleda atrae: jabalíes, zorros, conejos, camaleones, todo tipo de pájaros y hasta aves rapaces, porque por allí se dejan ver de cuando en cuando las águilas perdiceras y los búhos reales residentes en el cercano parque de La Muela, el Roldán y Cabo Tiñoso y también campean por allí de cuando en cuando las águilas reales de paso por nuestra comarca.

Un éxito solitario, una tarea ingente de un ciudadano ejemplar que ahora lanza un grito de auxilio porque todo eso que él levantó con sus manos está en riego de desaparición. El Plan General Municipal de Ordenación del Ayuntamiento reserva en su proyecto un espacio para la futura construcción de la circunvalación del pueblo de Canteras con una carretera de cuatro carriles y 50 metros de ancho que se come más de la mitad del bosque que plantó Ramón, afectando a varias hectáreas de arbolado y no sólo en su propiedad: también desaparecerían los árboles plantados por los vecinos en la urbanización de La Vaguada y hasta parte del Bosque Romano del que tanto presume el propio Ayuntamiento de Cartagena.

No estamos hablando del daño que una carretera le hace a las propiedades privadas de un particular. Un bosque así es algo más que una finca particular: es una riqueza ecológica de todos y para todos que hay que preservar. Esta plantación debería ser considerada como un bien común en esta tierra nuestra tan dada al deporte insano del arboricidio y por ello su creador no está solo en esta batalla: me indica que tiene el apoyo de ANSE, de Ecologistas en Acción y de la Asociación de Defensa de Cartagena Oeste.

¿Tiene que construirse una circunvalación en Canteras? Seguramente, sí. ¿Tiene que salvarse el Sabinar de Canteras? Absolutamente, sí. Les queda a nuestras autoridades tomar nota de toda esta riqueza botánica, faunística y paisajística, salvar ese oasis, esa mancha verde rodeada de amarillo por todas partes y por donde no debería pasar nunca la nueva carretera. Más allá hay alternativas. A tiempo estamos de evitar el desastre.

Desde 1984 lleva plantando con sus propias manos un bosque entero Ramón Navia en una colina de la localidad de Canteras, en la Cartagena occidental. Este ingeniero agrónomo no es ningún freak ni ningún hippy extraviado ni ningún ermitaño loco. Es un experto en botánica, un señor sabio al que da gusto atender, un profesional de lo suyo, un maestro cuyo criterio es escuchado allí donde le llaman: desde el programa 'Aquí la Tierra' de TVE, en el que ha intervenido en numerosas ocasiones, hasta los limonares de Egipto, país al que viaja todos los años para asesorar a varias empresas del ramo, entre otros muchos países. Y con la ilusión juvenil de un emprendedor de 64 años (“yo quería cambiar el mundo”) me cuenta que se empeñó (y consiguió) regenerar un bosque primigenio de la nada en su finca de Cartagena con especies autóctonas, algunas al borde de la extinción. Con paciencia y dedicación lleva 40 años plantando en El Sabinar de Canteras, un predio antes desértico que se encuentra al oeste de las canteras romanas, miles de árboles y arbustos con una densidad y una biodiversidad sorprendentes: de aquel pedregal han brotado sabinas, enebros, tarays, acebuches, bayones, espinos blancos y negros, lentiscos, retamas, baladres, zarzaparrillas, cornicabras, aladiernos, artos, efedras y rarezas y subespecies al borde de la extinción como el teucrium carthaginense, el enebro de las dunas y la más rarísima aún sabina de las dunas, de la que llegaron a quedar solo ocho ejemplares en el Mar Menor en los tiempos de la explotación urbanística de La Manga en los años sesenta.

Destaca, por encima de todos ellos y por su singularidad, el rey absoluto de esta arboleda única: los más de mil tetraclinis que le dan tono de verde oscuro, altitud, espesura y porte de auténtico y autóctono bosque mediterráneo antiguo a todo aquello. El tetraclinis articulata, nuestro ciprés cartagenero también conocido como araar o sabina mora, el árbol emblemático de esta comarca nuestra que tiene la particularidad de ser un endemismo en Europa: solo lo hay en Cartagena y en la cordillera del Atlas en Marruecos. Una planta que también estuvo en peligro de desaparición en los años sesenta y setenta y que personas como Ramón Navia han logrado salvar. Enseña con orgullo tanto los ejemplares más viejos que él plantó en los años ochenta y que han alcanzado los nueve metros de altura, algo que hace con pasión de padre, y con pasión de abuelo más orgulloso todavía muestra por dónde se está extendiendo el bosque de segunda generación: los árboles que él plantó ya tienen hijos y se reproducen ellos solos más allá de la plantación original. También hablamos de la fauna que esta arboleda atrae: jabalíes, zorros, conejos, camaleones, todo tipo de pájaros y hasta aves rapaces, porque por allí se dejan ver de cuando en cuando las águilas perdiceras y los búhos reales residentes en el cercano parque de La Muela, el Roldán y Cabo Tiñoso y también campean por allí de cuando en cuando las águilas reales de paso por nuestra comarca.