Hoy he vuelto a hojear el diario de mi vida. Hacía mucho que no lo hacía, al menos no así, detenidamente. Quizás, desde que empujaron a un lado o hacia abajo, no recuerdo bien, a Maruja Torres. Cuando se atrevió a criticar abiertamente a Cebrián, ante los estudiantes, en la inauguración de un curso académico universitario.
Hoy la verdad es que no he visto ninguna información especialmente tendenciosa, aunque si es verdad que recogía en primera página, unas declaraciones de Irene Montero sobre si Podemos es de abajo o de arriba ó de la izquierda radical o de la sometida, en fin un clásico.
Han pasado muchos años desde que devoraba sus editoriales, me merendaba los artículos de opinión, codiciaba la columna del final, paseaba orgulloso la portada por las calles, las plazas de Murcia, mi ciudad. Ahora solo echo de menos a Babelia y a Manuel Vicent. Qué lejos me queda todo, cuánta decepción, cuanto editorial contra la información y cuánta información engañosa.
Con todo lo que nos ha pasado ya sabemos por la Historia que es difícil la libertad en un régimen tiránico, o lo tiránica que puede resultar la libertad si no se acompaña de la necesaria igualdad democrática. También, cómo puede ser atrapada la libertad de creación en las redes del emporio mediático.
Qué difícil resulta crear, pintar, escribir, hacer poesía, realizar cine, cuando se vive en una dictadura, qué difícil adaptarse a los deseos del guía supremo, a las necesidades del partido. Qué difícil expresarse con intensidad, con pasión, con sinceridad y qué peligroso.
Poco puede añadirse ya a la historia de la tenebrosa noche del fascismo y el nazismo a lo que ya conocemos. Mucho más interesante, acompañar a Todorov en su investigación, desgraciadamente publicada de manera póstuma, con el título “El triunfo del artista”, sobre la relación entre intelectualidad, creación y revolución durante la dictadura soviética.
Muchos intelectuales y artistas participaron en los preparativos revolucionarios en 1905 y más tarde también. En los días que siguieron a la revolución de febrero del 17. Con el gobierno provisional y el apoyo de numerosos intelectuales y artistas llegaron las primeras conquistas; se abolió la pena de muerte y la censura, se conquistaron las libertades fundamentales, se disolvieron los tribunales militares, se instauró el sufragio universal, las mujeres pudieron votar y ser elegidas, y la jornada laboral era de ocho horas. Sin embargo el golpe de estado bolchevique de octubre de 1917 se convierte en una verdadera revolución que conllevó finalmente, como sabemos, a una dictadura que reemplazó la pluralidad por la unicidad.
Los nuevos tiempos provocaron la salida de muchos creadores. Nabokov, Prokofiev, Rachmaninov, Kandisky o Chagall por citar algunos muy conocidos.. Otros muy influyentes se quedaron como Gorki o Pasternak. Podríamos hablar de otros, como el también censurado Eisenstein. La relación con el poder no fue fácil. Gorki, de sensibilidad socialista pero de ninguna manera doctrinario, colaboró con la revolución de febrero y fue el primero en remarcar que la revolución de octubre lejos de significar una prolongación del febrero ruso. Supuso más bien un paso atrás, con la disolución de las cámaras, la instauración de una policía política y el restablecimiento de la censura. Abandonó Rusia en 1921 aunque regresó en 1932.
Pasternak, poeta y escritor, famoso por su “Doctor Zhivago”, decide quedar como un observador externo a los sucesos, esperaba que todo se calmara pronto después de octubre. También había dispuesto sus esperanzas, como Gorki, en la revolución de febrero. Según sus propias palabras “La única cosa que está en nuestro poder es conseguir que la voz de la vida resuene en nosotros, sin deformarla”. Solo al final consigue no seguir sino la voz de su propia conciencia.
Qué difícil expresarse con intensidad, con sinceridad cuando el clima no beneficia la salud. Cuántos han conocido ya esos peligros. Cuántos han conocido la persecución, la muerte y el exilio.
Ahora aquí, sin embargo en nuestro medio, las cosas no son tan graves, los objetivos de los mass media, que son los que ahora dirigen las cosas, son más livianos, no tan totalitarios ni tan ambiciosos, ni persiguen hacer sangre. Pero cuántas páginas sin escribir, cuántos renglones nos faltan. Cuánta libertad sacrificada.
Estoy viendo a ese joven redactor, quizás becario, que sueña ser articulista, trabajando en ese diario que un día fue guía intelectual de muchos. En la soledad de su despacho, escribiendo en la neutralidad de los pensamientos o cuidadoso con no entrar en temas escabrosos, eligiendo con cuidado los comentarios, evitando elogiar al adversario. Haciendo elogio del directorio, de la mancheta, siempre concernido por los bolivarianos, sopesando hasta donde llegar en lo incisivo, cuándo resaltar aún con más ahínco el centrismo. ¿Habrás ido demasiado lejos? ¿Habrás molestado a D. Policarpio? ¿Habremos perdido anunciantes del gobierno? ¡Qué desazón, madre mía, qué desazón!