La calle mata. La semana pasada murieron tres personas en situación de sinhogarismo en Murcia, me lo contaba una compañera entre lágrimas, mientras se me helaba el corazón… Me faltan manos para contar a las personas que hemos perdido en estos años y la inmensa tristeza reflejada en tantas compañeras a cada muerte vivida. Nadie les velará, ni les llorará, la mayoría de las veces ni saldrá en prensa y eso que los datos contabilizados por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (datos 2015) nos dicen que al menos cada seies días muere una persona en la calle en nuestro país (y estas solo las que se contabilizan), además los estudios dicen que su esperanza de vida es entre 20 y 30 años menos. Lo que protege un hogar, no somos conscientes.
Hoy me niego a escribir sobre personas sin hogar, hoy quiero reflexionar sobre el fenómeno del sinhogarismo y el drama social que este genera. ¿Por qué? Porque si individualizamos el problema hablando de personas sin hogar, estamos invisibilizando la responsabilidad que tienen las políticas públicas: de vivienda, de empleo o de servicios sociales en la situación que sufren miles de personas y que responsabilizamos únicamente a ellas de su situación.
Cuando hablamos de sinhogarismo, queremos poner la mirada más allá de factores individuales propios de cada persona, entendemos este como un fenómeno social que por desgracia está en auge no solo en Murcia, sino en toda Europa. Entendemos el sinhogarismo como una situación que en gran medida está generada por factores estructurales que tienen su origen en causas económicas, políticas y sociales que dificultan a las personas el acceso a derechos tan básicos como la vivienda o el empleo. Esta situación hace que hoy en día más de 33.000 personas según la Estrategia Nacional de Personas Sin Hogar, o más de 40.000 personas según Caritas, se vean privadas en España de una vivienda digna.
En Murcia desconocemos la dimensión del problema. Sorprende que de las doce ciudades más pobladas de España y siendo Murcia la séptima, sea la única que no ha realizado un recuento o censo de las personas sin hogar que habitan su municipio. Podemos consultar algunas aproximaciones sobre exclusión residencial, pero que nada tienen que ver con los recuentos que hacen ciudades que van desde Madrid hasta Alicante. Sin datos no puede haber un diagnóstico fiable y sin diagnóstico no puede haber una estrategia que nos permita abordar con eficiencia este drama social, que a la vista está, en Murcia también es importante y en pleno crecimiento.
La COVID-19 no ha hecho más que visibilizar esta realidad y cuando a todos se nos pedía confinarnos en casa, la gente nos preguntaba, ¿en qué casa?. La pandemia nos ha dado un buen bofetón y recordado que un sistema de atención basado en la pura emergencia hace aguas siempre, pero más aún cuando hay una situación de crisis como la actual. ¿Imaginas que no existiera la atención primaria o las especialidades (cardiología, neumología...) en el sistema sanitario? Pues en el ámbito social nos queda mucho para llegar ahí.
¿Te imaginas tener un cáncer de pulmón y que se te niegue el tratamiento por no tener un hogar? Pues este es un ejemplo más de las injusticias a las que se enfrentan a diario.
Tenemos que dejar de ver el sinhogarismo como un problema a gestionar y entenderlo como un fenómeno a solucionar. En un país con más de tres millones de viviendas vacías, que 40.000 personas estén durante años (o un solo día) viviendo en las calles y albergues es una elección política, que puede en gran medida ser solucionado con voluntad política e innovación social y ahí siempre nos encontrarán a las entidades del tercer sector y a la Red de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social en la Región de Murcia (EAPN-RM).
Europa nos impulsa a seguir este camino, tanto con un giro de enfoque en metodologías más innovadoras, basadas principalmente en el acceso a la vivienda tales como housing first o housing led que ya muestran evidencias de sus resultados en la reducción del sinhogarismo, así como con fondos estructurales que en muchas ocasiones no solicitamos o terminamos devolviendo sin ejecutar. Recordemos que durante el último Marco Financiero Plurianual 2014-20, España apenas ha gastado el 34% del dinero que tenía disponible. Nos faltarán recursos, pero muchas veces porque no utilizamos los recursos que tenemos a nuestro alcance.
Además, desde la Asamblea General de la ONU se adoptó en 2015 la denominada “Agenda 2030” para el Desarrollo Sostenible, un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia. De los 17 objetivos y 169 metas, son muchos los que podríamos vincular al sinhogarismo, desde su primer objetivo enfocado a poner fin a la pobreza y entendiendo el sinhogarismo como una de las expresiones más extremas de pobreza, hasta la meta 11.1 de los ODS, “asegurar el acceso de todas las personas a viviendas y servicios básicos adecuados, seguros y asequibles y mejorar los barrios marginales”.
En definitiva, hay solución, hay marco normativo para ello, interesantes orientaciones metodológicas, incluso hay fondos a los que poder acceder, ya no solo europeos sino en las nuevas modificaciones del Plan Estatal de Vivienda que ofrece la oportunidad a las Comunidades Autónomas a solicitar fondos en ciertos programas que permiten abordar este fenómeno. Tenemos todas las herramientas a nuestro alcance, lo que necesitamos es valentía para dejar la gestión y empezar a ofrecer soluciones que tengan un impacto real y medible en las personas. Como sociedad avanzada no podemos aceptar estos niveles de pobreza, de sinhogarismo y mucho menos permitirnos ni una sola muerte más, porque solucionar el sinhogarismo, si se quiere, es posible.
Porque la calle mata, pero la indiferencia y la inacción también.
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