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Otro sistema agroalimentario es posible

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La pandemia, ¡maldita pandemia!, nos ha conmocionado hasta el punto de que casi de repente nos hemos dado cuenta de que cuidar nuestra salud es también convivir más con la naturaleza, salir al monte, al campo, hacer ejercicio o simplemente pasear. De que hay un hilo nefasto entre los sistemas de producción de alimentos y la aparición de nuevos virus como el que produce la covid-19. De que vivir al ritmo que impone este modelo económico nos lleva al precipicio.

Ya no solo se trata de evitar situaciones que puedan hacernos enfermar; en la medida de lo posible cambiamos los hábitos de consumo adaptándolos a nuestra situación económica, pero también buscando productos que creemos más sanos y que respeten el medio ambiente: así lo señalan los estudios de mercado y se refleja en el aumento de ventas de ese tipo de alimentos que se engloban bajo el nombre de ecológicos. Aunque también, es verdad, un porcentaje amplio de la población ni siquiera tiene la opción de poder elegir qué alimentos comer: la pobreza, cada vez más extendida, hace que para mucha gente su única opción sea poder tener acceso a la caridad o a la solidaridad que alivie algo su situación.

Las grandes empresas del sector han tomado buena cuenta de ello: donan alimentos —de paso se libran de excedentes que desgravan un 35% en el impuesto de sociedades y mejoran su imagen— y proponen dedicar parte del negocio a la producción de alimentos ecológicos, bio, orgánico, naturales, veganos… más como un reclamo para aumentar su margen de beneficios que por su convicción de la necesidad de apostar por un mundo más sostenible del que tanto alardean.

Veamos un ejemplo: las empresas agrícolas del Campo de Cartagena, de las que no hace falta hablar aquí de sus capacidades para depredar el medio ambiente con una precisión certera, han creado un grupo de presión en forma de fundación con el objetivo de contrarrestar la creciente indignación con el tipo de agricultura que practican. Pues bien, el presidente de esa fundación, Adolfo García Albadalejo, es director de Camposeven una empresa con el sello oficial de productos ecológicos, que presume de defender los ecosistemas y evitar la contaminación pero que da soporte a una agricultura que practica todo lo contrario. 

Y es que la agricultura y ganadería industrial que domina en nuestro país, aunque se llame ecológica, es intensiva y productivista, tiene un alto consumo energético, está basada en monocultivos, destruye la biodiversidad, agota los acuíferos y expande sin límites el regadío intensivo; además, dedica el 80% de la producción para exportarlos a miles de kilómetros, es líder en explotación laboral, es contaminante y especulativa y, protegida por los poderes económicos y políticos, chantajean a la sociedad y se saltan las leyes cegados por la avaricia. 

Y como un sector cada vez mayor de la población es consciente de aquellos problemas y no quiere contribuir a su extensión, procura adquirir alimentos que consideran que son más nutritivos, que no lleven pesticidas, que si van envasados sean sin plásticos, ecológicos, que su origen sea cercano… y, sino tienen todas esas características, por lo menos alguna de ellas.

Por ello se va abriendo paso otra cadena agroalimentaria que evita aquellos problemas. En algunas comarcas de nuestro país se da facilidades a agricultores de la zona para vender directamente en los mercados municipales algún día a la semana sin necesidad de tener un puesto permanente. Es ahí donde se venden los productos locales que difícilmente están en las tiendas del pueblo. En otros casos se pueden encontrar en los mercadillos semanales que hay en cualquier municipio o en los que se celebran mensualmente con productos de artesanía, con venta directa de pequeños agricultores y agricultoras de la zona, como en Mula, Bullas, Cehegín o la feria anual de La Aljorra. También, y cada vez más, en algunos herbolarios, en en el mercado de Verónicas, en la plaza de Abastos de La Alberca, de Alhama, de Cartagena, en tiendas online y en tiendas físicas en todos los grandes municipios de la región. 

Pero una forma más completa de intervenir en la cadena alimentaria es potenciar los grupos de consumo: personas que se asocian para adquirir sus alimentos a quienes producen de acuerdo con valores sociales y ecológicos que se suscriben de forma participativa entre todos los componentes. Poco a poco se van consolidando y en algunas ciudades agrupan a cientos y a miles de personas, como Landare en Navarra con 2.600 y dos tiendas o Som Alimentació en Valencia con más de 600 y una tienda. Y hasta las grandes empresas agroalimentarias y de la  distribución, como no quieren perder ni una oportunidad de negocio ofrecen productos con un sello ecológico que responde a criterios técnicos de producción, pero con los mismos criterios de comercialización que los de los demás productos. En nuestra región también contamos con grupos de consumo y agricultores que venden directamente frutas y hortalizas ecológicas o con certificado SPG.

Por otro lado, se va extendiendo el cultivo en pequeños huertos que habían dejado de cultivarse y que ahora vuelven a estar activos o se crean huertos comunitarios y de ocio. En nuestra región son un ejemplo El Verdecillo en Murcia, Huertos del Segura en Alcantarilla o el huerto urbano de San Antón en Cartagena. También, promovido por el Ayuntamiento de Murcia hay 14 zonas en distintos barrios y pedanías con parcelas y en otros municipios se va extendiendo esta posibilidad de acercar la práctica agrícola a cualquier persona. Y en numerosos centros educativos hay huertos escolares; también en la Universidad de Murcia y en la de Cartagena y en distintos municipios para asociaciones diversas, y en terrazas de casas, áticos, balcones… ¡Qué maravilla! allí donde hay algún espacio con tierra, por pequeño que sea, hay gente dispuesta a iniciarse en el cultivo aunque sea a la más pequeña escala.

El caso es conocer, aunque sea mínimamente, como se pueden cultivar algunos alimentos básicos, sorprenderse con la transformación de las flores en frutos, comprobar como se crea una convivencia, a veces difícil, entre nuestras plantas y insectos, caracoles o saltamontes que debemos aprender a manejar, decidir qué hacer con esas hierbas que no se sabe bien como han aparecido; y pasar un rato al aire libre, sintiendo la naturaleza que nos rodea, escuchando los pájaros, oyendo el zumbido de las abejas, observar que cada día el cielo está distinto y platicar un rato con quienes coincidimos intercambiando conocimientos y experiencias. Y así, entender que esas plantas y variedades que nos han llegado, esa forma de cultivar o las fechas más adecuadas en las que sembrar y plantar nos conecta con la cultura agrícola tradicional y de la gente que ha sabido adaptarse al entorno creando sistemas de cultivo  de los que hay tanto que aprender.

Queda mucho por hacer pero se dan las condiciones para dar un salto cualitativo hacia una transición agroecológica, es decir, con formas de producción ecológicas y socialmente justas. En nuestra región contamos con técnicos y agricultores con experiencia; hay conocimientos prácticos y teóricos sobre como potenciar sistemas agroganaderos y de consumo sostenibles. Y contamos con experiencias de personas que desarrollan proyectos de agricultura y ganadería alternativos al modelo dominante, gente que se preocupa de conservar las semillas de las variedades locales y de potenciar su difusión, viveros de plantas ecológicas, pequeñas empresas que demuestran que es posible producir y comercializar  para toda la población alimentos elaborados de forma sostenible y ecológica. Y hay una parte importante de la población que es sensible a la necesaria mejora y cambio en el sistema agroalimentario ya sea consumiendo alimentos ecológicos o aquellos que responden a criterios de sostenibilidad y, si es posible, cultivándolos. 

Se trata de no resignarse a estar en manos de este sistema alimentario criminal e insostenible, como  lo califica Carlo Petrini (fundador de Slow Food), de quitarles poder a los oligopolios de la producción y distribución; de ser partícipe del amplio movimiento social que desea que otro sistema agroalimentario sea posible.

La pandemia, ¡maldita pandemia!, nos ha conmocionado hasta el punto de que casi de repente nos hemos dado cuenta de que cuidar nuestra salud es también convivir más con la naturaleza, salir al monte, al campo, hacer ejercicio o simplemente pasear. De que hay un hilo nefasto entre los sistemas de producción de alimentos y la aparición de nuevos virus como el que produce la covid-19. De que vivir al ritmo que impone este modelo económico nos lleva al precipicio.

Ya no solo se trata de evitar situaciones que puedan hacernos enfermar; en la medida de lo posible cambiamos los hábitos de consumo adaptándolos a nuestra situación económica, pero también buscando productos que creemos más sanos y que respeten el medio ambiente: así lo señalan los estudios de mercado y se refleja en el aumento de ventas de ese tipo de alimentos que se engloban bajo el nombre de ecológicos. Aunque también, es verdad, un porcentaje amplio de la población ni siquiera tiene la opción de poder elegir qué alimentos comer: la pobreza, cada vez más extendida, hace que para mucha gente su única opción sea poder tener acceso a la caridad o a la solidaridad que alivie algo su situación.