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Socialdemócratas al servicio del Imperio

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Uno de los aspectos de interés a reseñar en la guerra que enfrentan a Rusia y Ucrania por el expansionismo de una OTAN empeñada en acosar y debilitar a Rusia, es el notable papel que en esta escalada belicista desempeña la socialdemocracia europea con el protagonismo, en esta escalada de tensión, de muchos de sus actuales dirigentes. Atendiendo a la historia de esta socialdemocracia, singularmente la de corte alemán, esta singularidad no hace más que confirmar la larga serie de traiciones y contradicciones de esta ideología en relación con sus postulados originarios, sostenidos o declarados, y ahí, en esa tradición reaccionaria hay que inscribir su progresiva reconversión otanista y su sumisión al Imperio de los Estados Unidos.

En efecto, llama la atención que el actual secretario general de la OTAN, especialmente belicista, amenazador y desafiante hacia la Rusia actual, sea el laborista noruego Jens Stoltenberg. Colocar a socialistas y asimilados a la cabeza de la OTAN, viene siendo una estrategia -no sé si hábil, burda o venenosa- de “dignificación” de una empresa agresiva, expansionista y criminal. Se trata de una burda estrategia en la que ya tuvimos ocasión de ver al socialista español Javier Solana en su papel de líder político-militar de la OTAN, al que sucedió el laborista británico George Robertson. Ambos cubrieron con sus cargos la etapa 1995-2003, en la que la organización decidió aprovechar la debilidad de la Rusia resultado de la descomposición de la URSS para humillarla e impedir cualquier recuperación, fuera esta económica, política o, más todavía, militar; e iniciaron la integración en ese sistema militar de los países vecinos de Rusia, a despecho del rechazo y la indignación de Moscú, que había recibido, poco antes, las “garantías” de que no habría tal expansión (A Solana hay que cargarle además los bombardeos sobre Serbia, como crimen de guerra, y la segregación de Kosovo respecto de Serbia, como pifia histórica).

Otro socialdemócrata que destaca en el momento presente por su papel activo, agresivo y desafiante como el de Stoltenberg es el socialista español Josep Borrell (aunque con su inocultable punto de ignorante, imprudente y, en consecuencia, ridículo), que vive este agrio momento histórico con una exaltación propia de conversos (si es que alguna vez este político fue anti OTAN, como la mayoría de sus compañeros de partido). Y no dejemos de lado al presidente de Gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, a la cabeza de la paranoia antirrusa, junto a los integristas polacos, decidiendo por su cuenta enviar armas ofensivas a los ucranianos.

Quedaría por incluir en esta lista de socialdemócratas al líder del SPD alemán, Olaf Scholz, y canciller actual, atrapado en una crisis que seguramente no imaginó y obligado a adoptar medidas y políticas contradictorias, pero en definitiva alineadas, o al menos no confrontadas, con el Imperio. Pesa sobre el SPD una historia desgraciada en la que al menos conviene destacar estos episodios: cuando sus antecedentes socialdemócratas rompieron la solidaridad pacifista obrera en 1914, yendo a la guerra, y al desastre, en la estela del emperador y autócrata Guillermo II; el abandono formal, del marxismo constituyente, con la “descarga ideológica” que necesitaban para ir asumiendo sin traumas internos los postulados del capitalismo dominante; y la violación del principio de no intervención militar exterior inscrito en la Constitución posterior a la derrota del nazismo, iniciando sus intervenciones y su rearme (cuando ha gobernado en coalición con los Verdes, no lo olvidemos) en las filas de la OTAN, en las guerras de Yugoslavia y Afganistán.

Hay que completar este marco de vergüenzas socialdemócratas advirtiendo de los espesos nubarrones que están sembrando en esta Europa antirrusa, necia y suicida, los socialdemócratas finlandeses y suecos, proclives a abandonar su neutralidad política y militar entrando a formar parte de una OTAN enloquecida y dispuesta a llevar al mundo al desastre. Los socialdemócratas finlandeses, que dirige la (demasiado nerviosa) primera ministra, Sanna Marin, olvidan las lecciones de la historia y el recuerdo poco brillante de la alianza con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, que llevó al país a dos guerras con la URSS y que concluyó con importantes pérdidas territoriales; los actuales dirigentes menosprecian la tradición, marcada por los esfuerzos del presidente Kekkonen, de prestigiosa neutralidad durante la Guerra Fría.

Y los socialdemócratas suecos, a los que pertenece la primera ministra, Magdalena Anderson, están llevando a este Gobierno a la tenebrosa duda de si pedir o no el ingreso en la OTAN, dejando muy atrás el legado de Olof Palme.

Asuntos estos a decidir en la reunión que esta organización celebrará en Madrid el próximo junio, y que habrá resultar decisiva para Rusia, Europa y el planeta; lo que, en gran medida, está en manos de estos socialdemócratas sin brújula ni horizonte, sometidos a presiones e intereses que nunca debieron hacer suyos.

Uno de los aspectos de interés a reseñar en la guerra que enfrentan a Rusia y Ucrania por el expansionismo de una OTAN empeñada en acosar y debilitar a Rusia, es el notable papel que en esta escalada belicista desempeña la socialdemocracia europea con el protagonismo, en esta escalada de tensión, de muchos de sus actuales dirigentes. Atendiendo a la historia de esta socialdemocracia, singularmente la de corte alemán, esta singularidad no hace más que confirmar la larga serie de traiciones y contradicciones de esta ideología en relación con sus postulados originarios, sostenidos o declarados, y ahí, en esa tradición reaccionaria hay que inscribir su progresiva reconversión otanista y su sumisión al Imperio de los Estados Unidos.

En efecto, llama la atención que el actual secretario general de la OTAN, especialmente belicista, amenazador y desafiante hacia la Rusia actual, sea el laborista noruego Jens Stoltenberg. Colocar a socialistas y asimilados a la cabeza de la OTAN, viene siendo una estrategia -no sé si hábil, burda o venenosa- de “dignificación” de una empresa agresiva, expansionista y criminal. Se trata de una burda estrategia en la que ya tuvimos ocasión de ver al socialista español Javier Solana en su papel de líder político-militar de la OTAN, al que sucedió el laborista británico George Robertson. Ambos cubrieron con sus cargos la etapa 1995-2003, en la que la organización decidió aprovechar la debilidad de la Rusia resultado de la descomposición de la URSS para humillarla e impedir cualquier recuperación, fuera esta económica, política o, más todavía, militar; e iniciaron la integración en ese sistema militar de los países vecinos de Rusia, a despecho del rechazo y la indignación de Moscú, que había recibido, poco antes, las “garantías” de que no habría tal expansión (A Solana hay que cargarle además los bombardeos sobre Serbia, como crimen de guerra, y la segregación de Kosovo respecto de Serbia, como pifia histórica).