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¿Son auténticos ganaderos los que protestan?

Raúl Radovich

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Para contestar esta pregunta no nos centraremos en la disputa partidaria electoral ni entraremos a debatir una acción que es claramente antidemocrática. Pero sí empezaremos rechazando las conclusiones absolutas. Ni todos los que asaltaron el edificio donde se reunía la corporación municipal de Lorca eran ganaderos del sector porcino, ni tampoco es cierto que no había ganaderos. El interrogante sería, en qué medida lo son , y porqué algunos estarían dispuestos a llegar a esta situación límite.

Hay intereses materiales que explican la causa que lleva a un ganadero de producción intensiva a participar en una acción de este tipo.

En la huerta tradicional los cerdos, como las gallinas y los conejos eran destinados al autoconsumo siendo solo un complemento en su alimentación. El huertano, o campesino en un sentido amplio disponía de muy poca tierra, y ell alimento estaba basado en los restos de la comida familiar, y eventualmente algún otro suplemento. Al no haber hacinamiento ni gran número de animales, ni los excrementos ni el olor eran abundantes. Una vez realizada la matanza, el huertano había controlado todas las fases de la crianza de cerdos. De forma excepcional existían excedentes que podían venderse en los mercados.

Hoy nada de eso queda. El mercado no solo determina los precios, sino que en la cadena de producción cárnica, el antiguo productor hoy sólo participa en el inicio de el proceso. El producto de su trabajo, no sólo no va destinado a cubrir sus necesidades, sino que ni siquiera va destinado al mercado local. En gran parte van a la exportación, y su destino principal es China. Ese país, por su tamaño, 1.400 millones de habitantes es decisivo en la determinación del precio de la carne porcina. Además, la vulnerabilidad de las cabañas ante la peste porcina hace que sus precios y los flujos comerciales oscilen con fuerza. Así en 2018 el gigante asiático perdió la mitad de sus cerdos por la peste porcina africana.

Para abastecer esos mercados, la industria cárnica española se ha especializado al máximo en todas sus facetas. La alimentación animal proviene del otro lado del Atlántico, siendo su ingrediente principal la soja, que para algunos países se ha convertido casi en monocultivo primero en las mejores tierras de la pampa y después en las peores, llegando a explotar tierras marginales originando la deforestación de la Amazonía, el mayor pulmón del planeta. Cada una de las fases de cría y engorde son acompañadas por una enorme cantidad de medicamentos, sobre todo antibióticos, para evitar las consecuencias del hacinamiento de los animales.

En el complejo cárnico, del que el porcino supone el 66%, los campesinos que controlaban su producto desde el inicio hasta la salida al mercado, ahora sólo proporcionan unas instalaciones con muy poca tierra y la mano de obra. El resto, crías, alimentos, y sanidad se lo proporciona alguna gran empresa. Esta industria que es el cuarto sector en importancia, y primero de la agroindustria, con su poder inmenso tiene la capacidad de establecer los precios tanto de los insumos como del producto final: el cerdo listo para el sacrificio. En función del mercado, la industria cárnica puede ajustar los precios subiendo los insumos y bajando el precio del producto de la granja. En ese caso los “ganaderos” se quedan con un margen más restringido. De manera que reciben un ingreso por el alquiler de sus instalaciones y una remuneración de su trabajo, con muy pocas posibilidades de negociar.

Ante esta situación la reacción inicial de los productores puede ser la de identificar su interés con el que lo explota. La industria cárnica se convierte en quien controla todos los eslabones de la cadena, primero fijando el precio de los piensos, que en muchos casos importa y elabora, de los animales y de los productos veterinarios, y después determinando el precio del producto final. De esa forma, el “ganadero” se convierte en el agente que menos cuenta en todo el proceso, sufriendo las consecuencias de la disminución de sus márgenes de beneficios, al aumentarles sus costes y bajarle los ingresos. Estos ganaderos entran en un proceso que para otros sectores económicos se ha llamado de “uberizacion”. Son el eslabón más débil de una cadena que reporta enormes beneficios para la industria con la que están condenados a trabajar.

En la actualidad, esta situación se hace insoportable por un lado por el aumento de los costes. Ante la recuperación de la cabaña china, el precio de la soja, que es del mismo origen para todo el mundo, se dispara casi al doble de lo que valía en 2017, antes de la peste porcina, el petróleo sigue aumentando y la electricidad conoce precios inéditos. Por otro lado la vuelta a la normalidad del número de cabezas porcinas en China va a hacer que bajen sus importaciones y necesariamente el precio de la carne descenderá. Como en los últimos años el sector vivió una auténtica burbuja, parecida a la del ladrillo, la crisis afectará de manera similar al mercado cárnico y por lo tanto a quienes tenían expectativas de seguir ampliando su negocio. En este marco, pretender aumentar la producción con nuevas instalaciones ganaderas o ampliando las actuales solo puede generar más problemas.

Al mismo tiempo, las consecuencias para la población, en forma de olores y de contaminación de las aguas, generan protestas de los y las vecinas de los pueblos en que se instalan las llamadas “macrogranjas” y las denuncias de los ambientalistas por la contribución de la ganadería al cambio climático obligan a los gobiernos, municipales, estatales y europeos a poner límites.

Ante esta tormenta perfecta, los productores porcinos no pueden pretender ampliar sus cabañas, como si no pasara nada. Tienen que entender que todo el sector necesita una reestructuración y no puede ser más de lo mismo, ya que la industria cárnica siempre los va a mantener como el último eslabón de la cadena. Por esa vía no tienen salida.

El futuro de la ganadería debe ir asociado al cambio del conjunto de la sociedad. Y ese cambio debe ir acompañado de una disminución del consumo de carne. Así como no todos los habitantes del planeta pueden desplazarse en vehículos individuales, no todos pueden consumir la cantidad de carne que comemos en los países del norte. Es sencillamente insostenible.

Por eso la Plataforma Stop Ganadería Industrial plantea como alternativa, una moratoria que impida la instalación de nuevos establecimientos y la ampliación de los existentes, una reducción de la producción intensiva en un 50 % para el año 2030, y un aumento de la producción extensiva, basada en el aprovechamiento de pastos, mayor libertad y espacio para los animales, y menor necesidad de productos sanitarios.

Cualquier cambio en el consumo se produce lentamente, y para ello tienen que organizarse las consumidoras, los y las vecinas y quienes quieran volver a ser ganaderos en el sentido estricto. La recuperación de la ganadería como actividad que dañe lo menos posible al medio ambiente y esté libre de los abusos de las grandes empresas del sector  sólo se puede conseguir mediante el freno al poder del lobby cárnico, que está muy concentrado, como se puede comprobar en esta región, y que ejerce una gran influencia sobre partidos políticos y medios de información debido a su inmenso poder.

Los fondos europeos en lugar de ir a reforzar a la industria cárnica deberían sostener un programa que logre la adecuación de los ganaderos que quieran acogerse a la nueva situación para reconvertirse hacia el modelo extensivo o semiextensivo, o a productos más sostenibles. La ganadería tiene que volver a ser una actividad que cuide el medio ambiente, que no contamine la tierra ni el agua, y que críe a los animales sin el maltrato que genera la producción industrial.

Nuestra pregunta inicial puede ser respondida en el sentido de que la industrialización de la ganadería ha llevado a sus protagonistas a una situación límite, lo que facilita la intoxicación de grupos de extrema derecha. Cualquier salida a esta encrucijada debe partir de acuerdos con la mayoría de los vecinos de la zonas afectadas respetando la legislación vigente, y renovando la relación con el medio ambiente y los animales, lo que redundará en una mejora en la calidad de los productos cárnicos.

Para contestar esta pregunta no nos centraremos en la disputa partidaria electoral ni entraremos a debatir una acción que es claramente antidemocrática. Pero sí empezaremos rechazando las conclusiones absolutas. Ni todos los que asaltaron el edificio donde se reunía la corporación municipal de Lorca eran ganaderos del sector porcino, ni tampoco es cierto que no había ganaderos. El interrogante sería, en qué medida lo son , y porqué algunos estarían dispuestos a llegar a esta situación límite.

Hay intereses materiales que explican la causa que lleva a un ganadero de producción intensiva a participar en una acción de este tipo.