“El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego...” escribe Borges.
Como la cerveza (y como casi todo), se cuenta que el tiempo lo inventaron los antiguos egipcios. Crearon las horas dividiendo la parte iluminada del día en doce tramos. Para el islam, en cambio, el día empieza con la puesta de sol.
Como construcción humana, nos sirve de coordenada para observar, medir y comprender la realidad, imprescindible en el día a día. Sin embargo, tras los estudios desarrollados por Mileva Maric y Alfred Einstein, madre y padre de la Teoría de la Relatividad, se ha constatado que el tiempo depende de la velocidad y del campo gravitatorio de quien observa. Según las leyes físicas, es una percepción psicológica la que nos sugiere que el tiempo fluye, que va en una dirección concreta, del pasado al futuro.
Para explicar ese fenómeno improbable denominado “tiempo”, la Física recurre a un concepto aparecido en el siglo XIX: la entropía, que es la tendencia natural al desorden en un sistema. Según uno de los principios de la termodinámica, la entropía tiende siempre a ir en aumento. Estadísticamente hay muchos más estados desordenados que ordenados, por tanto, la evolución siempre favorecerá el desorden de los sistemas.
Antes del Big Bang, el universo presentaba muy baja entropía, o sea, estaba bastante ordenado. Nadie sabe por qué (teogonías y religiones tratan de explicarlo), el Big Bang provoca el aumento de la entropía. Es el “desorden fundacional” y a partir de aquí establecemos el origen del Tiempo.
Desde entonces, la entropía no hace más que crecer a través de procesos irreversibles, tanto a pequeña como a gran escala (desde un vaso que cae y se rompe o unas elecciones que vuelven a dar alas al fascismo hasta una estrella que explota en supernova).
Este proceso irreversible es el que nos hace pensar en la idea de progresión, de fluidez, de la naturaleza del tiempo, nos explica Alberto Casas González. Incluso el principio de causa y efecto está sostenido en este espejismo del orden temporal, de la continuidad y la progresión. Lo anterior y lo posterior no son otra cosa que nuestra manera de percibir y relacionar los procesos de la entropía.
Desde el origen del Tiempo, cuanto acontece viene siendo fruto del desorden. Recordemos que Cronos emascula a su padre Urano para usurparle el trono en el Olimpo. Urano mataba a sus hijos recién nacidos y su mujer Rea (¡que también era su madre!) recurre a Cronos para que acabe con esta tiranía. Más tarde, el propio Cronos morirá a manos de su hijo Zeus. Desde el origen, ya éramos una familia desestructurada.
Y el futuro, según las leyes de la termodinámica, se anuncia aún más caótico y complejo, ya que, los procesos siempre van de menor a mayor entropía. Es lo que constatamos en la naturaleza, este desorden creciente en cuanto nos rodea. Ante el crecimiento de la entropía, asociamos la idea de incertidumbre a lo futuro. No viajamos del pasado al futuro, nos movemos entre procesos cada vez más desordenados, como en medio de un inmenso bazar.
El tiempo cronológico, el tiempo de los relojes y los calendarios, el de las horas que se suceden sin descanso, podría considerarse una alucinación colectiva. O, en el mejor de los casos, un contrato social. Los instrumentos para medirlo, desde al cronómetro al temporizador, no son más que las reliquias de otra era.
¿Qué hacer frente a semejante realidad?
Hace veinticuatro siglos, Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser hombre.
Hoy, a finales de la primavera de 2024, he soñado que me debatía sin tregua en el interior de una crisálida. Y no sé si es alivio despertar.
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