Llegó la otra tarde la Calaf al Centro Municipal de Santiago y Zaraiche, en Murcia, para ponerse delante de un salón de actos repleto, sobre todo de mujeres, y hablar de su experiencia a lo largo de más de 40 años de profesión en el mundo del periodismo. La saludé en la misma puerta, junto a la organizadora del acto, la también periodista Lola Gracia, que la esperaba nerviosa, e inmediatamente ella me preguntó si grabaríamos ya la entrevista que ambos íbamos a mantener. “Creo que primero deberías intervenir, ya que la gente te está esperando con impaciencia”, le dije. Y así lo hizo. Hora y media de conversación con la moderadora, relatando lo vivido en sus siete corresponsalías distribuidas por el mundo (Nueva York, Moscú, Buenos Aires, Roma, Viena, Hong Kong y Pekín), así como de sus innumerables viajes que le han llevado a conocer hasta 184 países. Impresionante trotamundos.
Rosa María Calaf, que empezó en 1970 en TVE-Cataluña (“No había baño de mujeres en la redacción. Un compañero valoró mi primera crónica ensalzando cómo iba vestida”), lo hizo rompiendo esquemas, preguntando a la gente por la calle, con minifaldas que se compró en Londres y gafas de sol de lo más llamativas, tiene casi 79 años y no para un minuto. “Siento la obligación de devolverle a la gente todo lo que me ha dado”, me dijo en un aparte. Esa gente que la reconoce por la calle, la saluda y le confiesa agradecida que la ha seguido en sus crónicas y reportajes a lo largo de todos estos años en televisión.
La Calaf, leyenda viva del reporterismo en este país, ha admirado desde siempre a la Fallaci, con una salvedad: que ella tiene mejor temperamento que la italiana. “La persona con la que soy más dura, menos indulgente y más implacable es conmigo misma”, reconoció una vez la autora de Entrevista con la historia. En contraste, la catalana cae bien a todo el mundo por su forma de ser y de comportarse. “Los periodistas no somos más que eso. No entiendo el divismo”, me confesó en otro instante. Y me encantó que mencionara, como ejemplo de buen profesional, al murciano Joaquín Soler Serrano en un momento dado.
Tras su charla al auditorio, nos encerramos en un despacho donde grabamos una entrevista de veinte minutos para RTVE en Murcia. Al salir, un nutrido grupo de estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Murcia, encabezados por su profesora, Carmen Castelo, la esperaban para someterla a más preguntas con sus cámaras de vídeo. No rehusó ninguna. Siempre dispuesta y con su mejor cara.
Rosa María Calaf no solo es una de las mejores periodistas audiovisuales que ha dado nuestro país. Es, ante todo, un ser humano excepcional capaz de estar hablando del periodismo y de la vida durante horas y horas, tan solo con una botella de agua cerca, más un café y algo de fruta. “Cuando abro una botella de agua, nunca tiro lo que sobra. Me la llevo para beberla después. He visto la escasez de este líquido en algunas partes del mundo y eso nunca se olvida”, reveló.
La Calaf encandiló esta semana a cuantos nos acercamos a ella. Le pregunté cómo hace para que la quieran tanto los propios compañeros del oficio -en una profesión donde los egos y las hogueras de las vanidades suelen estar a flor de piel-, tal y como quedó patente en el Imprescindibles que el pasado mes se emitió en La 2: “Agradezco que este documental me lo hayan hecho en vida, porque estas cosas suelen hacerse cuando te mueres. Y creo que le debo todo a mis padres y a cómo me educaron”, me dejó claro al final de nuestra charla. Pues amén, señora Calaf. Y a sus pies, con suma admiración.
Llegó la otra tarde la Calaf al Centro Municipal de Santiago y Zaraiche, en Murcia, para ponerse delante de un salón de actos repleto, sobre todo de mujeres, y hablar de su experiencia a lo largo de más de 40 años de profesión en el mundo del periodismo. La saludé en la misma puerta, junto a la organizadora del acto, la también periodista Lola Gracia, que la esperaba nerviosa, e inmediatamente ella me preguntó si grabaríamos ya la entrevista que ambos íbamos a mantener. “Creo que primero deberías intervenir, ya que la gente te está esperando con impaciencia”, le dije. Y así lo hizo. Hora y media de conversación con la moderadora, relatando lo vivido en sus siete corresponsalías distribuidas por el mundo (Nueva York, Moscú, Buenos Aires, Roma, Viena, Hong Kong y Pekín), así como de sus innumerables viajes que le han llevado a conocer hasta 184 países. Impresionante trotamundos.
Rosa María Calaf, que empezó en 1970 en TVE-Cataluña (“No había baño de mujeres en la redacción. Un compañero valoró mi primera crónica ensalzando cómo iba vestida”), lo hizo rompiendo esquemas, preguntando a la gente por la calle, con minifaldas que se compró en Londres y gafas de sol de lo más llamativas, tiene casi 79 años y no para un minuto. “Siento la obligación de devolverle a la gente todo lo que me ha dado”, me dijo en un aparte. Esa gente que la reconoce por la calle, la saluda y le confiesa agradecida que la ha seguido en sus crónicas y reportajes a lo largo de todos estos años en televisión.