Las pagamos con nuestro dinero y hacen negocio algunas empresas mientras el partido y el presidente de turno las usan. De qué hablo, de las televisiones públicas autonómicas. Nacieron en los ochenta, en las mal llamadas autonomías históricas, como si el resto de autonomías no existiéramos. La primera fue la ETB vasca, pronto se sumó la catalana TV3, más tarde llegaron la madrileña, la vasca, la valenciana, la andaluza y un largo etcétera.
En la Región andábamos dividido en dos, en la franja orienta Canal 9, con la que muchos aprendimos valenciano, en la occidental Canal Sur y cuando queríamos ver un partido jugábamos con la orientación de la antena o teníamos dos para cada canal. No nos perdíamos un partido y nos daba igual el comentarista porque siempre quedaba el recurso de bajar el sonido a la tele y poner la radio.
La idea de tener más información, programación y, sobre todo, que la misma esté apegada al terreno no me parece mal, al contrario, aunque me hubiera gustado más que TVE hubiera sacado un tercer canal para potenciar sus centros territoriales y la producción de los mismos. Algo parecido a lo que hacen en Francia y en Italia. Aquí no sucedió así, España es autonómica y por motivos diferentes: unos lingüísticos, otros culturales y, en los más políticos, cada amo quiso su televisión. Había que controlar una señal que al servicio del partido en el gobierno informase sobre los logros de los presidentes autonómicos de turno y los murcianos no podíamos ser menos.
La televisión autonómica nace en Murcia con Valcárcel, allá por el año 2004, las vacas gordas volaban y nos vendieron una tele sobredimensionada que nos costaba millones. Ahí teníamos a Carlos Lozano, Inma Lorenzo, Bertín Osborne y Quique Guash, aunque el más listo fuera León Heredia, que como el personaje de Mota colocaba lo de su productora de la mejor manera. Salarios medios para los de aquí, millones para los de fuera y si no te gusta, carretera y manta. Tanto es así que hay muchos buenos comunicadores presentado programas en otras autonomías. Estando en aquellas llegó la crisis y, con ella, un ERE, la casi desaparición de la televisión, despidos y tras un tenso periodo una vez más concurso, aunque algunos abogaban porque un ente se hiciera cargo de la televisión. Aquello tuvo su oportunidad e incluso estuvo apunto de firmarse en la Asamblea Regional, pero no salió adelante. Ojalá hubiera salido nos habríamos olvidado de los concursos y de los eternos nubarrones que se ciernen sobre ellos, aunque tendríamos otros problemas: la externalización de ciertos programas.
A día de hoy dos empresas compiten por el concurso en el que se ha impugnado algunas condiciones del pliego: una es la actual adjudicataria, Secuoya, y la otra, el grupo Zambudio. Sea cual sea el resultado se dice que la cosa terminará en los juzgados, por lo que no es extraño que en los mentideros regionales se elucubre si en la dimisión de Javier Celdrán ha pesado mucho la resolución del concurso, aunque él lo niega asegurando que lo que necesita es prestar atención a su familia y devolverle el tiempo que la política le ha quitado. Su desmentido sería más fácil si López Miras tomara decisiones, pero en vez de eso, aún no tenemos consejero nuevo, cuando una decisión que se tenía haber tomado ya porque es de traca que llevemos una semana sin consejero y que aquí nadie diga nada. Pero esta Región, como el papel, lo aguanta todo.
Las pagamos con nuestro dinero y hacen negocio algunas empresas mientras el partido y el presidente de turno las usan. De qué hablo, de las televisiones públicas autonómicas. Nacieron en los ochenta, en las mal llamadas autonomías históricas, como si el resto de autonomías no existiéramos. La primera fue la ETB vasca, pronto se sumó la catalana TV3, más tarde llegaron la madrileña, la vasca, la valenciana, la andaluza y un largo etcétera.
En la Región andábamos dividido en dos, en la franja orienta Canal 9, con la que muchos aprendimos valenciano, en la occidental Canal Sur y cuando queríamos ver un partido jugábamos con la orientación de la antena o teníamos dos para cada canal. No nos perdíamos un partido y nos daba igual el comentarista porque siempre quedaba el recurso de bajar el sonido a la tele y poner la radio.