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‘Thanksgiving’ en julio

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En el momento de escribir estas líneas hace apenas seis horas que la temporada de la NBA ha concluido, y ya los echo de menos. Pero cuando se publique este artículo habrán pasado más de diez días y la añoranza será mayor. Añoranza de la NBA, sí, pero también de ellos: del equipo de Movistar+ dedicado a la NBA, y de Guillermo Giménez y Ántoni Daimiel como sus figuras más visibles. Para empezar, y dado que me identifico bastante con la forma de ver el mundo y a la especie humana de los dos citados, afirmo que, al igual que ellos, no soy mitómano (salvo alguna excepción; todo el mundo tiene sus contradicciones). Por eso espero que este artículo no se lea en clave de construcción de un altar a sus ilustrísimas, de esa especie de necesidad de sumarse a lo ‘mainstream’ sin saber la razón, sólo por estar.

Este artículo no pretende ser un compendio de hiperbólicos piropos. Porque eso son los piropos, una ridícula hipérbole aparentemente positiva que suele volverse en contra de lo alabado (y de quien alaba). No, espero que no confundan el fin de mis palabras. Lejos de los altares y de las lapidaciones, extremos a los que nos solemos entregar con fruición en este país, aquí sólo se trata de señalar lo que entiendo como virtudes y de llevar a cabo una humilde acción de gracias en pleno mes de julio.

Aunque ya no ejerza, también soy periodista. Lo era de niño, porque en mi casa consumíamos informativos, radio y periódicos diariamente, y yo jugaba a ser uno más de aquellos personajes que nos contaban las ‘cosas del estar viviendo’. Lo fui después de manera amateur, escribiendo en una web y hablando sobre baloncesto en la radio y en la tele. Más tarde estudié la carrera y lo ejercí profesionalmente, aunque en prensa de información general, en este mismo periódico que ahora lees, hasta que lo tuve que dejar por cuestiones que no vienen al caso. Pero he de reconocer aquí que me hubiera encantado ganarme la vida escribiendo y hablando sobre baloncesto, algo imposible o muy poco probable, claro, a pesar de que lleve este deporte en vena desde aproximadamente 1987. Y afirmo que, de haber podido, habría hecho (o intentado hacer) el periodismo deportivo que hacen en Movistar+ con la NBA, que es como una isla, como un aparte dentro de la jungla de dicho ámbito. Habrá quien piense que si son una isla en el periodismo deportivo es porque el ‘producto’ (no me gusta usar esa palabra, pero la uso) se presta, y no lo negaré, pero el perfil de los profesionales que se dedican a él también lo favorece.

En mi opinión, el ‘producto’ es genial, pero por sí sólo, sin profesionales que lo traten como lo hacen en Movistar NBA, la NBA no sería lo que es en nuestro país. La NBA y ese equipo de periodistas forman una cadena de eslabones bien trenzados en los que no se sabe dónde está el principio ni el final. Desde hace mucho tiempo, el periodismo deportivo me espanta (en algunos casos, el periodismo generalista también), pero esta gente dignifica la profesión porque cuenta, explica, pone en contexto, analiza y enseña el baloncesto y la competición norteamericana con un mimo y un entusiasmo especial, y además, lo hace dentro del rigor y de la seriedad mínima que hay que exigir a cualquier persona que se dedique a la comunicación. Y aunque de todo ello lo que queda son muchos vídeos con cientos de miles de reproducciones en YouTube, que principalmente se centran en las conversaciones de Giménez y Daimiel, como en aquellas entre Daimiel y Andrés Montes, sobre cine, música o gastronomía, sobre las excentricidades de los jugadores de la NBA, sobre las absurdeces del postureo social en las redes o sobre cualquier otra costumbre de masas, lo cierto es que no es eso lo único bueno. Ni siquiera es lo mejor.

Decía que el producto se presta, y es verdad: no es sólo NBA, es baloncesto. Y no es sólo baloncesto, es NBA. En cuanto que baloncesto, ofrece infinitos datos que analizar: miles de cuestiones que tienen que ver con la eficiencia y la efectividad, con porcentajes, con la materialización en el número de un sinfín de cuestiones que son como los matices de un buen vino o como los tornillos de un avión: por sí solos, ninguno te lleva al cielo, pero su perfecta conjunción te hacen volar muy alto. También en cuanto que baloncesto, este ‘producto’ ofrece un mundo inconmensurable de emociones, de fortalezas o debilidades mentales, de confianza y de dudas. Pero además, en cuanto que NBA, desborda los océanos del espectáculo y ofrece muchas historias personales de superación, de triunfo y de fracaso, de actuaciones legendarias y de patinazos épicos.

La NBA es un gran negocio, sí, un negocio global, pero en mitad de este mundo capitalista y globalizado, me niego a situarlo al mismo nivel que cualquier corporación gigante del mundo de los refrescos, del textil o de la comida rápida, por ejemplo, y prefiero destacarlo en aquellos aspectos en los que también provoca un cambio en positivo: desde el hacernos disfrutar y soñar, hasta el visibilizar luchas en favor de la justicia social tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, por ejemplo en contra del racismo o de la homofobia.

A todo ello, a ese enorme universo de grandes jugadas, de buenas historias, de expectativas, de decepciones, de sorpresas, de récords, de millones y millones de dólares, de éxitos y de fracasos personales y colectivos, se entregan el equipo de Movistar NBA con Giménez y Daimiel al frente, pero también con un ilustre al que puedo decir que admiro sin ambages, como Ramón Fernández, junto a otro clásico como Antonio Sánchez y a jóvenes pero veteranos en el baloncesto como Javi López o Andrés Monje, sin olvidar a Ajero y Cano, que abordan la actualidad de la liga en un programa diario. Pero también se dedican a todo ello quienes dan brillo a la mesa y al suelo del estudio central, quienes iluminan, quienes visten, quienes producen y realizan y quienes manejan las redes sociales de este ‘producto’.

Como es lógico, y puestos en el terreno de la opinión sobre cuestiones concretas, no siempre estoy de acuerdo con lo que se dice en las retransmisiones o en los programas. Por criticar algo, señalaría que no me gusta el abuso de términos o expresiones en inglés (‘contender’, ‘prime’, ‘step-back’ o ‘catch and shoot’, por ejemplo), como tampoco me gusta la traducción literal y errónea de algunos de esos conceptos al castellano (‘postemporada’ en alusión a las eliminatorias por el título, ‘récord’ en lugar de balance de victorias y derrotas o ‘finales’ en lugar de final o serie final), pero eso no es óbice, lógicamente, para dar las gracias a todo el equipo de Movistar NBA por su labor, para apreciar el trabajo desarrollado en la anterior temporada, tan jodida, y también en la que acaba de terminar, y para desearles a todos un feliz descanso y una recarga completa de pilas (sea en una isla canaria, en un festival veraniego o en un pequeño apartamento bajo un ventilador). Tras los ‘hashtags’ más ridículos que se pongan de moda este año, espero verlos de vuelta en octubre con la misma ilusión, cuando el balón vuelva a surcar el aire, a trazar parábolas perfectas y a sonar ‘chof’.

En el momento de escribir estas líneas hace apenas seis horas que la temporada de la NBA ha concluido, y ya los echo de menos. Pero cuando se publique este artículo habrán pasado más de diez días y la añoranza será mayor. Añoranza de la NBA, sí, pero también de ellos: del equipo de Movistar+ dedicado a la NBA, y de Guillermo Giménez y Ántoni Daimiel como sus figuras más visibles. Para empezar, y dado que me identifico bastante con la forma de ver el mundo y a la especie humana de los dos citados, afirmo que, al igual que ellos, no soy mitómano (salvo alguna excepción; todo el mundo tiene sus contradicciones). Por eso espero que este artículo no se lea en clave de construcción de un altar a sus ilustrísimas, de esa especie de necesidad de sumarse a lo ‘mainstream’ sin saber la razón, sólo por estar.

Este artículo no pretende ser un compendio de hiperbólicos piropos. Porque eso son los piropos, una ridícula hipérbole aparentemente positiva que suele volverse en contra de lo alabado (y de quien alaba). No, espero que no confundan el fin de mis palabras. Lejos de los altares y de las lapidaciones, extremos a los que nos solemos entregar con fruición en este país, aquí sólo se trata de señalar lo que entiendo como virtudes y de llevar a cabo una humilde acción de gracias en pleno mes de julio.