La Región de Murcia ha pasado de ser un lugar en el que todo se veía de maravilla y que respondía al mensaje de “todos ricos y felices”, votando un conservadurismo que garantizaba el futuro, a ser una tierra insegura donde una DANA ha aflorado el saqueo al que estamos sometidos.
En regiones próximas se activaron las alarmas con trabajos de periodismo de investigación, y se sacó a la luz del día la trama valenciana de la Gürtel, como hizo Castillo Prats al ponerla de manifiesto en su libro 'Tierra de saqueo'. Aquí en la Región de Murcia, en cambio, hemos pasado de tener aguas cristalinas en nuestros espacios naturales, tierras sin contaminar y una economía con un crecimiento superior a otras regiones, a ser una región “necrofilizada”, en la que la imagen de una fauna marina sin oxígeno también se ha trasladado a la Sanidad, la Educación, los servicios sociales y la deuda pública regional.
Hemos llegado a un proyecto agotado por culpa de un turbio y opaco sistema de gestión de lo público, sin criterio para controlar los límites de las actividades privadas, y por el desprecio a las instituciones de control.
Para la ciudadanía de la Región de Murcia era una pesadilla que se veía venir, una catástrofe que iba a llegar en cualquier momento. Faltaron políticas decisivas, con energía para adoptar medidas correctoras y abordar las soluciones. Todos los responsables hicieron dejación de sus funciones, y daba la sensación de que tenían más esperanza en un milagro que en su capacidad y su obligación como responsables públicos. El deseo de ver una solución natural regenerativa a la sopa verde y que nuestro maltrecho Mar Menor se recupera por su propia naturaleza nubló la visión, y se aparcaron otras medidas que no se querían asumir.
La DANA llegó y arrasó, poniéndonos cruelmente a la vista lo que se ocultaba. No se quiso oír a los que dimitieron de las comisiones de expertos, ni tampoco se quería ver lo peligroso que era permitir una agricultura tan industrializada que era agresiva por sus fertilizantes en las proximidades de la laguna. Todo valía con tal de seguir permitiendo que nuestros productos frescos invadieran Europa. Y tampoco se quiso poner orden en un urbanismo feroz cuyos límites habían saltado por los aires en los años del boom inmobiliario.
Debemos reflexionar sobre cómo desde una posición conservadora se ha practicado una moral distorsionada, porque no se entiende que quienes se supone que deberían escuchar el mensaje del Papa Francisco actuaran tan disparatadamente en contra de sus principios éticos. Con toda claridad Francisco ha manifestado en reiteradas ocasiones que “la corrupción no se perdona, porque se ha elevado como sistema, y es una manera de vivir” (…) “la corrupción no es un acto, sino una condición estructural que sostiene a un sistema injusto que destruye a las personas y a la naturaleza”. No se entiende que algunos atrapados en esa condición estructural de corrupción luego salgan en las Procesiones de Semana Santa. ¡Cuánta contradicción!
Estamos viviendo momentos de lo que Xabier Pikaza ha calificado en 'La corrupción no se perdona' como una “trinidad satánica”. La primera “bestia” es el poder, que se interpreta como el “anti-Dios”. La segunda “bestia” es una visión de la empresa productora cuyo único objetivo es la ganancia sin límites para dominar todo con un desarrollo destructivo. Y la tercera “bestia” es el mercado, que oprime y destruye tanto a los cuerpos, precarizándolos, como su libertad, algoritmizando nuestras vidas. Es la corrupción que desde siglos nos persigue, como muy acertadamente ha puesto de relieve Preston en 'Un pueblo traicionado' citando a Machado: “En los trances duros en España lo mejor es el pueblo; la oligarquía invoca la patria y luego la vende”.
Nuestra historia es un manual de la corrupción e incompetencia, apoyada por un alto funcionariado que se entremezcla con la clase política pervirtiendo la gestión pública para fomentar el clientelismo, la interinidad y el desprecio al mérito y la capacidad para ocupar y desempeñar las funciones y cargos. Los políticos no han abordado el problema, y la opacidad es hoy una asfixia. Ojalá que el desastre ecológico de nuestro Mar Menor, con esa patética imagen de una fauna que se nos muere por asfixia, nos haga reflexionar y ver que las tres bestias nos arruinan la vida y la convivencia.
Las instituciones que debían haber controlado estos desmanes han fallado a la ciudadanía y como dice Preston el poder judicial se ha enfrentado al problema de la corrupción con una lentitud exasperante. No miremos a las pirámides oficiales: solo una ciudadanía y exigente nos dará la respuesta para afrontar este cáncer: piensa y vota, y al día siguiente exige que se erradique de nuestra vida social esa “trinidad satánica” que nos domina.
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