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To er mundo es güeno

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En 1982 se estrenó una película que me causó un gran impacto: ‘To er mundo é güeno’. Dirigida por Manuel Summers, con guion del propio Manuel y de su hermano Guillermo, este filme trajo a España un formato ya explorado en otras partes del mundo desde hacía tiempo: el de las bromas con cámara oculta. Y, claro, supuso toda una revelación para mí. Primero, porque me pilló en ese momento de la infancia en el que se siente auténtica pasión por las bromas; y segundo, porque me fascinaba lo de la cámara oculta. Los que nacimos a finales de los 70, aunque somos de una generación pre-internet y pre-móviles, crecimos en los albores del mundo tecnológico y plenamente integrados en la era de la imagen. Respecto al título de la película, yo era pequeño y la verdad es que no reflexioné sobre su sentido. No pensé que tuviera siquiera relación con la propia película; no caí en que, como una moraleja, sirve para completar el mensaje.

¿Qué querían decir los hermanos Summers con aquello de que todo el mundo es bueno? Pues que la llamada ‘gente de a pie’, el pueblo llano, las españolas y los españoles corrientes y molientes, tomados de uno en uno y puestos ante las situaciones extrañas, incómodas, lastimosas o surrealistas de otros congéneres, en el espacio público y frente a ojos ajenos, reaccionaban con una sencillez, una humanidad y una empatía conmovedoras. Que a uno lo detuviese un médico con su bata y su fonendo en plena calle, y le dijese que para pasar por allí tenía que someterlo a un pequeño chequeo, al principio le podía causar sorpresa, sí, pero acto seguido se entregaba con la mejor disposición a aquel esforzado profesional sanitario en misión tan absurda.

En otra de las bromas, un hombre de aspecto bonachón y desesperado detenía a los transeúntes haciendo el gesto de la oración, castañeando los dientes y emitiendo extraños mohines, en actitud suplicante pero sin mediar palabra. Una de las personas abordadas, un señor muy amable, le preguntaba una y otra vez “¿qué quieres, pero qué quieres…? ¿Quieres comida?”, a lo que el desesperado y desesperante ‘suplicador’ negaba con la cabeza mientras seguía dando saltitos e implorando no se sabe qué. “¿Quieres dinero?”, insistía el buen hombre, cargado de paciencia, y el otro negaba de nuevo. Finalmente el transeúnte, ya sin salida, exclamaba: “No quieres dinero, no quieres comida… ¡Pues mi corazón no te lo puedo dar!”.

Estoy seguro de que el título de la película fue elegido después de grabarla, como fruto de su resultado. ‘To er mundo é güeno’ es a la vez un simple divertimento y un retrato sociológico. Es la fotografía de una sociedad concreta en un momento concreto: la sociedad española recién salida de una dictadura. Y, en efecto, en esta película todo el mundo es bueno, o al menos lo parece. Todo el mundo hace un esfuerzo por entender al que tiene delante, sin desconfianza, sin miedo, con ánimo de ayudar. Quizá alguien pudiera calificar de “cándida” o “simple” la actitud de aquellas personas anónimas de principios de los 80. ¿Qué pasaría si se hiciese algo así ahora, en las calles de esta España polarizada, enfadada, temerosa y ya resabiada respecto de cámaras ocultas y bromas y listillos que se pasan de graciosos?

Quizá ahora la gente se mostraría más recelosa. No se nos puede echar en cara. Ya estamos curados de espanto. Ahora desconfiamos, ahora procuramos no mirar y seguir adelante. Ahora ser bueno es ser tonto; “buenismo” lo llaman, con sentido peyorativo. Ahora, no aprovecharse de una situación ventajosa en la que otro puede salir perjudicado es ser un inocente; es dejar que te coman la tostada. ‘La vida es competición’, te dicen. ‘Mérito y capacidad’, añaden, como si todos partiésemos de la misma casilla; como si tuviésemos las mismas oportunidades. Ahora prima el egoísmo, y ni siquiera cuando se alude –se manosea y se vacía de contenido- a ese concepto tan bello llamado ‘libertad’, se hace desde la primera persona del plural, como un derecho social que tiene toda la ciudadanía, en comunidad, y que se disfruta y se ejerce respetando los límites que marca la libertad de los demás. No. Se alude a la libertad del individuo, no a la de toda la sociedad. Mi libertad contra la de otros. Ahora existe el yo más que nunca. Ahora somos más egoístas porque se nos quiere egoístas. Y separados y egoístas, somos campo abonado para el miedo. Es la estrategia de quienes hacen uso del discurso del odio: quieren meter miedo, dividir y, de ese modo, vencer. Van ganando porque ahora somos más malos… ¿O no?

Como cualquier persona, no puedo separar mis circunstancias de mi percepción actual de las cosas. Mi percepción actual de las cosas es la de un adulto de 43 años con rasgos de misantropía, con algunas obsesiones compulsivas y sin ganas de socializar ni de entregarse a espacios concurridos –ya desde antes de la pandemia, cuando era de las pocas personas que siempre llevaba gel hidroalcohólico en el bolsillo-. Y eso a pesar de que, puesto en contextos sociales, como el trabajo, la calle o el supermercado, creo que puedo salir airoso porque me esfuerzo, y porque gasto algunas dosis de humor y un poco de sarcasmo. Lo cierto es que estoy ya algo desportillado por mil y un golpes. Conozco la peor cara de algunos de mis congéneres y, si pudiera, me largaría bien lejos, a lo alto de una montaña.

Sin embargo, aunque parezca un contrasentido, soy ‘socialista’: amo a la sociedad y defiendo que está formada mayoritariamente por gente buena. Sigo pensando que la gente buena es la inmensa mayoría, voten a quien voten, y conservo (quiero conservar) la esperanza. Así se lo transmito a mi descendencia, por ejemplo, que me supera con mucho en bondad, generosidad e inteligencia. Sí, es difícil pensar que la mayoría de la gente es buena cuando te paseas por Twitter o cuando conduces tu coche por la ciudad, especialmente por una rotonda, competición de egoístas, concurso de idiotas. Pero quitados esos extremos, en los que seguramente yo también parezco idiota ante los demás, hago un esfuerzo por pensar que, al final de toda esta historia, los discursos que fomentan el odio, el egoísmo y la desconfianza entre las personas están llamados al fracaso; que no me ganan ni siquiera a mí. Que no pueden ganar jamás en un combate último y definitivo, y que, aunque tengo claro que nadie es perfecto (y me pongo el primero en la lista de las imperfecciones), sigo afirmando lo que los hermanos Summers: que “to er mundo é güeno”.

En 1982 se estrenó una película que me causó un gran impacto: ‘To er mundo é güeno’. Dirigida por Manuel Summers, con guion del propio Manuel y de su hermano Guillermo, este filme trajo a España un formato ya explorado en otras partes del mundo desde hacía tiempo: el de las bromas con cámara oculta. Y, claro, supuso toda una revelación para mí. Primero, porque me pilló en ese momento de la infancia en el que se siente auténtica pasión por las bromas; y segundo, porque me fascinaba lo de la cámara oculta. Los que nacimos a finales de los 70, aunque somos de una generación pre-internet y pre-móviles, crecimos en los albores del mundo tecnológico y plenamente integrados en la era de la imagen. Respecto al título de la película, yo era pequeño y la verdad es que no reflexioné sobre su sentido. No pensé que tuviera siquiera relación con la propia película; no caí en que, como una moraleja, sirve para completar el mensaje.

¿Qué querían decir los hermanos Summers con aquello de que todo el mundo es bueno? Pues que la llamada ‘gente de a pie’, el pueblo llano, las españolas y los españoles corrientes y molientes, tomados de uno en uno y puestos ante las situaciones extrañas, incómodas, lastimosas o surrealistas de otros congéneres, en el espacio público y frente a ojos ajenos, reaccionaban con una sencillez, una humanidad y una empatía conmovedoras. Que a uno lo detuviese un médico con su bata y su fonendo en plena calle, y le dijese que para pasar por allí tenía que someterlo a un pequeño chequeo, al principio le podía causar sorpresa, sí, pero acto seguido se entregaba con la mejor disposición a aquel esforzado profesional sanitario en misión tan absurda.