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El tren de los pobres

Dicen que Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía. En Murcia aspiramos a lo contrario. Llevamos años enfrascados en ese rutilante AVE que nunca acaba de llegar, por más que ocupe cientos de declaraciones políticas, empresariales e institucionales; últimamente también judiciales. Tan estratégico proyecto de movilidad ha llenado España de estaciones tan monas como semivacías, al tiempo que ha engrosado el défict público, y de paso los bolsillos de múltiples agentes, incluido algún responsable de ADIF.

Y mientras, la casa sin barrer. Durante años sobre el vetusto tren de Murcia a Alicante he comprobado cómo avanzaban las impresionantes obras de nuestro tramo del AVE. El mismo que pocas veces tomarán la mayoría de quienes aún hoy usan este viejo cercanías. He sido testigo de cómo languidecía y se deterioraba hasta límites insostenibles el servicio que precisamente utilizan las gentes con más magros recursos.

Me comenta un buen amigo que en un mes llegó cuatro veces media hora tarde a su trabajo. Usa diariamente el tren a Orihuela. Para él, no es más que un infeliz contratiempo que le obliga a permanecer 30 minutos más en el trabajo y volver en una franja de menor frecuencia; en resumen, una hora más tarde en casa. Tal vez le genere molestias añadidas, que si conciliación de vida familiar, que si el abono de un menú en Orihuela. Por fortuna, no perderá el trabajo.

¿Pero qué ocurre con Jenny, con Mohamed o con Wilson?

Jenny vive en Barriomar y se desplaza diariamente a Crevillente. La segunda vez que la hija de la anciana a la que cuida hubo de esperar 40 minutos en el domicilio, se lo explicó con meridiana claridad; llegar tarde a su consulta le suponía una pasta. Si volvía a ocurrir, tendría que buscarse otra cuidadora. Jenny ya no asume ningún riesgo. Directamente toma el tren anterior en la estación del Carmen. Añade media hora a su, de por sí, precaria situación laboral. Mohamed trabaja en el campo, directamente pierde el importe de ese contratiempo, y gracias. Wilson se ha buscado otro medio para llegar a Elche. Como seguramente habrán hecho parte de los estudiantes que usan el cercanías a diario.

Algún malafollá barruntará que todo apunta a un plan; éste sí, magistralmente diseñado para disuadir de su uso y justificar así su cierre. Su ofuscación le impide entender que lo importante es que las perras públicas se gasten en cosas que aporten imagen de modernidad a la Región, I+D+i y la leche en vinagre. Que sirvan o no a la gente, es pura demagogia populista.

El mantenimiento, renovación y todo lo concerniente al tren de los pobres, sencillamente no interesa, no produce titulares de relumbrón. Como tampoco lo hace el servicio de autobuses que conecta las pedanías con la ciudad. Imaginemos ahora que una imaginaria Irina, domiciliada en la Era Alta, tiene la enorme dicha de hallar un trabajo de tres horas como empleada de hogar en el Cabezo de Torres. ¿Cuántas horas de espera en varios transbordos le aguardan, ida y vuelta, para llegar a su destino laboral? A eso sumen el saludable caminar de su domicilio a la parada y a la casa que debe atender. Y luego el coste de al menos cuatro servicios de bus. Posiblemente, a no ser que pretenda cuidar su colesterol, no le compense el empleo. Pero claro, la culpa es suya por vivir tan a desmano. Es lo que tiene ser pobre, que vives donde Cristo perdió el gorro y encima pretendes ganarte el sustento ancadiós. Es obviamente más glamouroso gastar las perras en un bonito tranvia que te lleva desde el centro a los Jerónimos o a los centros comerciales. Y es que el lastimoso asunto de la movilidad en Murcia no importa a quienes importan. Quienes viven en chalés por huerta y pedanías usan en general su vehículo. Quedan ancianos, migrantes, trabajadores precarios, jóvenes, algún tronao con ínfulas medioambientales y muchos, muchos parados, que si algo tienen es tiempo. Tiempo para esperar buses y trenes impuntuales o con eternos intervalos. Eso, en caso de existir aún servicio público. En ciertos puntos del municipio sencillamente ha desaparecido, o peor, han menguado las frecuencias hasta hacer inviable su uso.

He destacado aquí sólo el aspecto social, quedan consideraciones medioambientales, movilidad sostenible y demás fruslerías, en este disparate de invertebrada ciudad que nos han legado.

A lo que voy, en asuntos de movilidad conviene a la imagen política centrarse en vistosos y veloces trenes, monísimos tranvías, o esos estilizados aviones que nunca veremos en Corvera. Eso del interés público obviamente es cosa de pobres. Y nuestra Murcia no es ciudad para pobres, ya pueden los indicadores de EAPN o Cáritas esforzarse en decir otra cosa.

Lo mejor será siempre aburrir a los usuarios y licenciar de una puñetera vez el jodío tren de cercanías, y de paso los buses a las pedanías. El único pero llegaría si los empleadores de Jenny, Mohamed, Wilson o Irina no encontrasen algún día quién les cuide a la madre anciana, quién les recoja las lechugas o quién les limpie la casa. Aunque igual ni eso, y los trenes acaban por ser tan duros como quienes los usan. Y arreglico aquí, apañico acá, retrasos y madrugones, la cosa sigue tirando.

Dicen que Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía. En Murcia aspiramos a lo contrario. Llevamos años enfrascados en ese rutilante AVE que nunca acaba de llegar, por más que ocupe cientos de declaraciones políticas, empresariales e institucionales; últimamente también judiciales. Tan estratégico proyecto de movilidad ha llenado España de estaciones tan monas como semivacías, al tiempo que ha engrosado el défict público, y de paso los bolsillos de múltiples agentes, incluido algún responsable de ADIF.

Y mientras, la casa sin barrer. Durante años sobre el vetusto tren de Murcia a Alicante he comprobado cómo avanzaban las impresionantes obras de nuestro tramo del AVE. El mismo que pocas veces tomarán la mayoría de quienes aún hoy usan este viejo cercanías. He sido testigo de cómo languidecía y se deterioraba hasta límites insostenibles el servicio que precisamente utilizan las gentes con más magros recursos.