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Úrsula

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Parece que las cosas, a veces, sucedieran para no ser vistas o entendidas, dado el manto de confusión en el que se envuelven, y pese a que el escandalo las preceda, aunque, quizá, el ruido que las anuncia sea tormenta inventada por quienes pretenden impedir que otras voces esculpan el aire. Hace algunos meses, la Presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y el Presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, realizaron un viaje oficial a Ankara, ciudad en la que el Presidente de Turquía, Recepp Tayyip Erdogan, los recibió con la fórmula protocolaria, criticada en parte de Europa, de relegar a la mujer a un sofá, para algunos, tal vez, remembranza del diván otomano de probada tradición en el país de los harenes, mientras sus homónimos, varones los dos, ocupaban, bajo la bandera del país anfitrión, uno, y de la del invitado, el otro, el lugar de honor: la cabecera del salón.

La imagen de Úrsula von der Leyen copó las páginas de los medios de comunicación europeos, que destacaban la insignificancia protocolaria deparada a la Presidenta de la Comisión Europea mientras sus iguales, sentados en lugar preeminente, consentían la escena. Sin embargo, no hubo indignación ni desaprobación, por parte de los líderes comunitarios invitados, en Turquía, sino que las críticas aparecieron después, cuando lo sucedido no podía modificarse, por este raro matiz que acompaña al proceder humano de no poder rectificar lo pasado, y cuando la marea de acusaciones, explicaciones y victimismo, que inundó las Instituciones Europeas, ---protestas de los grupos de la Eurocámara por el trato denigrante deparado a Úrsula von der Leyen; declaraciones del primer ministro italiano, Mario Draghi, a favor de la significación deferente que a esta se le negó; peticiones de dimisiones de Charles Michel por haber permitido la diferencia protocolaria; las disculpas que este presentó a la Presidenta de la Comisión Europea, y por extensión, según sus propias palabras, a “todas las mujeres que se hubieran podido sentir ofendidas, por su falta de reacción ante el rasgo discriminador”, y las declaraciones de Úrsula, “Me sentí herida, me sentí sola como mujer y como europea…

Soy la primera mujer Presidenta de la Comisión Europea y quería ser tratada como tal en Turquía… No encuentro justificación en los tratados. Tengo que concluir que sucedió porque soy una mujer“--- dejó entrever espectrales perturbaciones en la niebla. El Protocolo no es una cuestión menor. Un fallo en su aplicación puede causar incidentes diplomáticos, por esto, para evitarlos, y procurar que los asistentes a un acto aparezcan según su condición, experimentados y formados equipos en organización aúnan esfuerzos y conocimientos en pos del mejor resultado, que es el que tiene en cuenta las reglamentaciones al efecto de los países implicados en el encuentro. El orden de precedencia de las autoridades, la colocación de estas según su rango, el ceremonial a seguir, y, entre otros aspectos, la primacía de las intervenciones en discursos o ruedas de prensa, están debidamente regulados. En España mediante el Real Decreto 2099/83 y sus sucesivas modificaciones.

En la UE, donde, en los meses en los que se producía la discrepancia de opiniones, la Secretaría del Consejo de la Unión Europea ofrecía un puesto de director/a en la Dirección de Protocolos y Reuniones, ---“con la misión de prestar los servicios necesarios para organizar reuniones y actos oficiales, así como de ocuparse de las cuestiones de protocolo, logística y organización de viajes del Presidente del Consejo, tanto en Bélgica como en el extranjero”--- cuesta pensar que una oferta de empleo tan atractiva, y bien remunerada, esté vacía de contenido o este se deje al azar. En todo encuentro, el equipo de protocolo de la autoridad anfitriona, días, semanas o meses, antes de la celebración del evento, prepara y comparte con los equipos de los países invitados los detalles relativos a la visita.

Nada queda al albur de la improvisación, a merced del despiste, o sin revisar, sino que una pormenorizada y exquisita supervisión queda rubricada, además, por el visto bueno de los equipos de protocolo de los países participantes. El Protocolo es norma. Y alguien se ocupa de su cumplimiento. Sin la aprobación, por parte de los servicios de protocolo de los países implicados, de la agenda programada, del ritual a seguir y de la colocación de las autoridades, etc., no se lleva a efecto acto alguno.. Y esta aprobación es previa a la realización del encuentro. Dada la conmoción sufrida en Europa, cabe pensar que algo falló en Turquía. O nada, porque según declaraciones de Jean-Claude Junquer, expresidente de la Comisión Europea, “el Presidente/a del Consejo es el número uno, protocolariamente hablando, y el Presidente/a de la Comisión Europea, el dos”; altos funcionarios europeos declararon, coincidiendo con la versión del ministro de Asuntos Exteriores turco, Mevlüt Cavusoglu, que Turquía aplicó el protocolo europeo, y Le Monde apuntó “que de haber fallo este correspondería a los servicios de protocolo de la Presidenta por no haber supervisado la sinopsis del acto, en los días previos a su realización y rectificar errores, de haberlos habido”.

Pero ¿hubo error en el diseño de la visita, o los servicios de protocolo se ajustaron a la norma de rango, y, según la precedencia europea, Von der Leyen ocupó el lugar que le correspondía? Todo es oscuro en este incidente. La nota interna del Consejo del Parlamento Europeo, tras la tormenta de explicaciones y protestas, aclara la diferencia de trato existente entre Jefe de Estado, que correspondería a la figura del Presidente/a del Consejo, actualmente ocupado por Charles Michel, y el de Primer Ministro/a, equivalente  al de Presidente/a de la Comisión Europea, que ocupa Von der Leyen. Aunque, si es lo que parece, que el cargo de Von der Leyen no tiene tratamiento de presidente/a de un país, y por tanto el sofá era su sitio, ¿por qué dijo ser tratada como no le correspondía? Las discrepancias en el seno de las Instituciones Europeas respecto de equiparar protocolariamente los cargos de Presidente/a del Consejo Europeo y Presidente/a de la Comisión Europea no solo tiene poderosos detractores y partidarios sino que llevan tiempo sonando a sables.

La manipulación de Von der Leyen fue de fina estratega. Aprovechando el clamor de los medios de comunicación europeos; el desconocimiento general de los lectores sobre Protocolo, y la sensibilización europea en relación con los derechos de la mujer, convirtió la errónea interpretación de una foto en un fallo del protocolo turco, para, valiéndose de un supuesto trato machista, urdir una trama tendente a conseguir que los dos mayores cargos de la U.E. se igualarán, y, de este modo, el que ella ostentaba ascendiera al nivel que no tenía. Y su ambición se saciara. Fue tan preciso su ardid que el propio Charles Michel pidió perdón. ¿Por qué? Por lo que fuera. Con la opinión general en contra la razón no importaba. ¿Qué mandatario consiente ser representado por debajo de su nivel? Ninguno. El poder exige signos externos. ¿Y qué equipo de protocolo no rectifica un fallo? Ninguno. El trabajo peligra. Si tan sola se sintió Von der Leyen en esa foto de hombres ¿por qué no reivindicó la condición de ser mujer occidental en un país que no reconoce plenos derechos a las mujeres? Era una ocasión de oro. Si es feminista ¿por qué no lo hizo? No es propio de mujeres independientes esperar que los hombres resuelvan situaciones que a ellas les atañen. Representó el papel de mujer desvalida, a sabiendas de lo que hacía. ¿Por qué no protestó en Ankara? Porque sabía que no podía. Que su cargo no lo permitía. Y, sin embargo, al ver la foto del sofá, de inmediato supo que protestaría. En Europa. 

Parece que las cosas, a veces, sucedieran para no ser vistas o entendidas, dado el manto de confusión en el que se envuelven, y pese a que el escandalo las preceda, aunque, quizá, el ruido que las anuncia sea tormenta inventada por quienes pretenden impedir que otras voces esculpan el aire. Hace algunos meses, la Presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y el Presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, realizaron un viaje oficial a Ankara, ciudad en la que el Presidente de Turquía, Recepp Tayyip Erdogan, los recibió con la fórmula protocolaria, criticada en parte de Europa, de relegar a la mujer a un sofá, para algunos, tal vez, remembranza del diván otomano de probada tradición en el país de los harenes, mientras sus homónimos, varones los dos, ocupaban, bajo la bandera del país anfitrión, uno, y de la del invitado, el otro, el lugar de honor: la cabecera del salón.

La imagen de Úrsula von der Leyen copó las páginas de los medios de comunicación europeos, que destacaban la insignificancia protocolaria deparada a la Presidenta de la Comisión Europea mientras sus iguales, sentados en lugar preeminente, consentían la escena. Sin embargo, no hubo indignación ni desaprobación, por parte de los líderes comunitarios invitados, en Turquía, sino que las críticas aparecieron después, cuando lo sucedido no podía modificarse, por este raro matiz que acompaña al proceder humano de no poder rectificar lo pasado, y cuando la marea de acusaciones, explicaciones y victimismo, que inundó las Instituciones Europeas, ---protestas de los grupos de la Eurocámara por el trato denigrante deparado a Úrsula von der Leyen; declaraciones del primer ministro italiano, Mario Draghi, a favor de la significación deferente que a esta se le negó; peticiones de dimisiones de Charles Michel por haber permitido la diferencia protocolaria; las disculpas que este presentó a la Presidenta de la Comisión Europea, y por extensión, según sus propias palabras, a “todas las mujeres que se hubieran podido sentir ofendidas, por su falta de reacción ante el rasgo discriminador”, y las declaraciones de Úrsula, “Me sentí herida, me sentí sola como mujer y como europea…